sábado, 24 de diciembre de 2011

El verdadero regalo


Es en esta fecha cuando se abren las puertas del entendimiento y la bondad, la destrucción de los muros alrededor del corazón donde se refugian las mejores emociones dejando afuera las que perjudican, las que desconfían, las que trabajan como guardianes de una vida llena de ingratitudes. Es en esta fecha cuando no importa si es una fría o calurosa navidad, tampoco importa hasta qué hora está abierto el comercio o qué regalo no llegó a destino… se debe mirar y poner atención, hay miles de gestos, roces, palabras, tonos de voz que por sí mismos son un premio, una fortuna tal que cualquier billete sólo se vuelve un papel insignificante.

Al ateo, al creyente, al desesperanzado, al optimista, al inseguro, al perdido, al resuelto… la navidad debe tener una misma definición: Amor, sólo amor. No importan los clichés que pueden empalagar hasta la más ácida de las frutas, ¿qué más da? Si amar resulta una cura a cualquier enfermedad del alma, ¿por qué negarse? Hoy, hay que tomar el ejemplo de los niños, que esperan a Santa Claus con una impaciencia abrumadora, otean el cielo y el horizonte imaginando el trineo que tantas veces han visto en la televisión… y creen, tienen fe, ríen y gozan esta fecha porque en su inocencia el ser escéptico no tiene cabida, es lo más aburrido y adulto que existe. Este día no lo seamos, no seamos adultos, convirtámonos en niños, dediquémosle un tiempo a las estrellas sobre nuestras cabezas pensando que el verdadero regalo es la vida, y la vida de todos aquellos que se atreven a amarnos.

Feliz Navidad a toda mi gente hermosa, y que Dios los bendiga!

viernes, 18 de noviembre de 2011

Barbie empeñó su puto Corvette


La rubia pensaba tanto en él y en las frivolidades que perdía su identidad a ratos. Tampoco se detenía a enterarse si el hoy era el presente o confusamente un futuro incierto de colores tan falsos como el rosa. Ella se dejaba caer en su fantasía, se dejaba caer a los pies de su cama notando que desde esa perspectiva se veía inmensa y desolada como terrenos lunares nunca antes explorados. Renunció a las lágrimas por la sonrisa cínica y después reparó que el gesto en su cara no cambiaba. Era una máscara plástica digna de una vida plástica y perdida.

Las cosas comenzaron a cambiar cuando él dejó de mirarla como un ser intrigante para considerarla finalmente plana, banal, tan aburrida y predecible como los finales felices. Ella lo puteó, encaró su fantasía de mierda y le azotó la puerta retumbando así las ventanas de su casa perfecta. Condujo por las avenidas sin curvas sabiendo que para comenzar una nueva vida tenía que quemar la antigua. Empeñó su puto corvette rosa y ahorcó su pasado con los collares de perlas. Destruyó sus vestidos de diseñador y los reemplazó por unos jeans desteñidos que de puro honestos estaban rotos en las rodillas. Se miró al espejo y seguía bella, de hecho mucho más real y atractiva.

domingo, 16 de octubre de 2011

Color



Hoy, y con todos los miedos que me gobiernan, me di cuenta que tengo hermosos colores en mi vida, pero pueden reventar y desaparecer para siempre en cualquier momento.

martes, 11 de octubre de 2011

Sin público


Sentado en las graderías vi a una hermosa joven llorando. Pensé que estaba viendo la recreación de alguna obra de arte ya que el estremecimiento de su llanto me pareció acompasado, armonioso, incluso dirigido por sus suspiros entrecortados. Quise levantarme de mi lugar, ponerme de pie y dirigirme a ella para consolarla diciéndole alguna estupidez, hacerla reír. El cuerpo me pesó una tonelada y me quedé allí, sin hacer nada más que observar, creando en mi mente toda su historia bajo un derecho de mierda. Poco a poco comenzó a llegar más gente y las graderías se fueron repletando. Mi línea visual hacia la chica comenzó a verse entorpecida y fue entonces donde empecé a desesperarme. Me incorporé por fin para acercarme a ella pidiendo permiso entre los presentes, pisé manos, me gané palabrotas y empujones hasta que la joven abandonó su lugar para caminar hacia las escaleras y finalmente a la salida. No pude alcanzarla. De haber actuado sin público irónicamente hubiera tenido mayor éxito.

domingo, 25 de septiembre de 2011

A salvo


Visité el manantial de mis memorias encontrándote al instante. Tenías tus ojos claros, tan claros como la primera vez que los vi y me sonrieron, es muy difícil hallar a alguien que sonría con la mirada. Y no creas que no he tratado, he buscado hasta el cansancio y aburrida me salpico mejor en la lluvia suave de mis recuerdos. Allí estoy a salvo del mundo, allí estás a salvo de tu mundo.

Me quedo fumando. Te traigo a mi noche fumando, alejando el aroma de la añoranza que me tiene apestada. Y todavía te quiero aquí, y todavía me quiero contigo, y no quiero esperarte porque sé que cuando llegues ya no serás como antes. Serás un papel en blanco en donde deberé reinventarte, escribirte para ensamblar las piezas que tengo de ti y que malditamente me siguen a todas partes.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Verdad absoluta


¿Cómo ofrecer consuelo o tener fe si la vida insiste en maltratarnos? ¿Cómo sumergirnos en las profundidades de la muerte para extraer a nuestra gente arrebatada sin permiso? ¿Cómo mierda se hace eso? El ser humano en su razonamiento no logra razonar en lo absoluto. Hablamos de conformarnos pero eso es una mentira, jamás lo hacemos, una cosa es acostumbrarse a la ausencia, acostumbrarse al dolor, al llanto, pero conformarse, nunca. El mar se lleva a los muertos, a veces los expulsa por remordimiento, otras sólo se los traga porque siente que les pertenecen. La tierra los cubre como una forma de apropiarse de ellos y ocultarlos del cielo que es un ladrón- más que eso- un cleptómano imparable. Qué impotencia nos da ser víctimas de este asalto, qué miedo nos da ser atacados y buscamos protegernos, ocultarnos si es necesario. Sin embargo, entre tantos supuestos sólo hay una verdad absoluta… aunque se intente no se puede engañar a la muerte.

martes, 6 de septiembre de 2011

Debería?


Debería callarme? Debería encender la televisión y sólo mirarla? Debería maldecir a un ignorante en vez de a un sabiondo? Debería tomar mi guitarra y cantar verdades o sólo mentiras para conseguir buenas propinas? Debería llorar en verdad o reír con falsedad? Debería dejar de mover mis dedos por el teclado y hacer algo más dañino como criticar los escritos de los demás? Debería sentirme ofendida? Debería sólo tomar Coca-colas Light y dejarme de desvariar? Debería hablar de finales felices y no reales? Debería gritar a todo pulmón que la justicia ni siquiera es una palabra? Debería ocuparme y no preocuparme? Debería mirar el tráfico de los autos sin sentido por mi ventana? Debería respetar esta página en blanco que no tiene la culpa de nada? Debería ir a mi reunión de las 3 o irme corriendo por la Alameda hasta mi casa? Debería por hoy ordenar mis ideas o vomitar lo que se me dé la gana?

jueves, 18 de agosto de 2011

Nieva sobre la ciudad


Poco a poco la lluvia comenzó a engrosar hasta volverse escarcha. Las gotas ya no caían con fervor sino que flotaban delicadamente hasta aterrizar en el suelo cual verdaderas plumas de un agosto compasivo. Nunca había visto nevar, nunca había visto al inverno vestirse diferente frente a mis ojos. Salí de la oficina casi corriendo sintiéndome una niña. Con el rostro hacia el cielo el escozor del hielo me picó la piel y sonreí. Muchos de los adultos que estaban allí también viajaron en el tiempo retrocediendo años, recordando tal vez lo que era alegrarse por cosas sencillas y gratuitas. Algunos se atrevieron a mojar sus chaquetas de cuero y pantalones Dockers, otras ignoraron sus peinados y tacones altos. Es la lluvia, es el charco, es la nieve lo que nos hace revivir la infancia con su leche con chocolate caliente. Hoy tengo ocho años nuevamente.

lunes, 15 de agosto de 2011

Melancolía de una escritora


Se vio a través de sus ojos y no le gustó. Vio que una luz gris cubría su semblante volviéndola desconocida, cínica, alguien en quien nadie puede confiar. Se estremeció al llorar, tuvo que cerrar sus propios ojos para dejar de mirarse. Arrancó varias hojas de su cuaderno donde escribía y escribía mierdas sin sentido, textos ficticios que sólo denotaban más su patético pensamiento de hacer todo bien cuando en realidad la cagaba aún más. Era una escritora perdida, extraviada entre los chispazos de su inspiración nefasta. Las páginas en blanco de pronto se llenaron de rayas y garabatos entorpeciendo así lo que alguna vez llamó espejo del alma. Le bastó conocerse más bajo la perspectiva de los demás para darse cuenta que no se conocía en lo absoluto. Prefirió obligarse a seguir escribiendo, encadenarse a su escritorio como Andrómeda a una roca, ofrecida a un monstruo famélico que podría ser más real y respetada que ella.

lunes, 8 de agosto de 2011

Fronteras


A veces siento las fronteras tan ínfimas, tan cercanas y franqueables que me imagino gigante. Creo en los puentes edificados con palabras, los siento seguros y transito por ellos sin mucha duda. Luego, los puentes parecen disolverse en el viento, como hechos con Dientes de León, a veces de forma gradual, otras tan de repente que me sorprenden a mitad de camino y termino flotando preguntándome cómo regreso o cómo avanzo. Y entonces, aquellas fronteras posibles se vuelven nuevamente en lo que más odio... divisiones que te alejan de mí levantando otro Muro de Berlín.

viernes, 5 de agosto de 2011

Lies



No le molestaba la mentira, sino que el tono a verdad que escuchaba en ella. Cerró la ventana para evitar el viento helado del mes de agosto pero dentro de aquella habitación y con esas palabras enemigas llegando a sus oídos, sintió más frío de lo que esperaba. El engaño le volvió la piel de gallina mucho más que el mismo invierno.

lunes, 1 de agosto de 2011

El universo que no fue


El universo que no fue es una idea que nos vuelve pequeños, tan ínfimos como granos de arena flotando en el océano. No existe mayor inyección de adrenalina que aquella que surge de miradas enfáticas, de instancias poderosas como las de un reencuentro o una propuesta. Te ofrezco empezar de nuevo, dice él… ¿Serás capaz?, pregunta ella, y todo parece un torbellino de paralizantes miedos. El inquietante salto de fe nos hace tan humanos como la desobediencia, la mentira o la pena. Somos como niños temerosos de caer, de romper un plato, de recibir un regaño. Cuando se ama no hay un claro comienzo, es el sueño despierto que nos emociona la vida y nos impulsa a vivirla porque somos aventureros, aunque muchas veces cobardes.

Ella se atreve, se arroja al deseo de ser valiente, él la mira aguantándose las ganas de atrapar su boca en un beso postergado por tantos años. ¿Qué esperabas encontrar?, quiso saber la joven con cierto reproche y no consiguió respuesta, sencillamente porque los amantes perdidos sólo esperan encontrar una cosa: lo que habían dejado pausado completamente intacto. Sin embargo, hay que ser bastante ingenuo para siquiera pensarlo. El amor no respira supuestos ni pasado sino que presente, y gracias a ello se mantiene vivo e imagina el futuro.

lunes, 18 de julio de 2011

La vida por hacer todo distinto


Cuando supe que Andrea, mi novia, estaba embarazada no hice más que reprocharle en la cara su estupidez. Le grité que había confiado en ella, que pensaba que tomaba precauciones para evitar una desgracia así. Reclamé mi juventud, mi libre responsabilidad ante lo sucedido y que no quería saber nada del niño que crecía en su vientre… Ella lloró y yo no la consolé, de hecho me di la media vuelta y me fui pisando fuerte, escupiendo maldiciones. Sí, resulté ser un maricón, no lo voy a discutir ahora. Después de eso, me perdí en mi propia mierda. Quise borrar la imagen de esa chica frente a mí a golpes de licor y dosis de fiestas a la vena. La noche que no me preocupé de eyacular fuera, me perseguía como sombra siniestra apagando la luz en mis ojos. Algo en mi interior se vino abajo como un castillo de naipes pero no quise reconocerlo. Me pesaba el alma, mi corazón latía trabajosamente y mi cabeza desatendía todo lo que me rodeaba pensando sólo en una cosa: sobre este mundo caminaba una parte de mí y yo le había dado la espalda.

Andrea intentó contactarme durante el primer año. Yo les pedí a mis padres cambiar el número telefónico y me extravié entre rostros ajenos para esquivar el problema. Pasó el tiempo derribando semanas, meses, años y yo seguía encogiéndome por las noches sin conciliar el sueño. Traté de encontrar la paz interna ubicándola pero fue ella quien en esa oportunidad no quiso saber nada de mí. Me espetó mi egoísmo y descargó su ira con dos bofetadas seguras en mi rostro. Sin embargo, necesitaba pedirle perdón, necesitaba conocer a ese hijo que me arrastraba hacia él de forma inconsciente. Andrea me permitió ver una foto y al tenerla entre mis dedos un nudo me ató la garganta. Ya era un adolescente, atractivo, con un aire a mi padre en sus risueños ojos claros. Me aflojé la corbata tratando de respirar.

-Se llama Joaquín, como mi abuelo- me dijo.

-Quiero verlo… por favor- insistí. No sé qué tan desgraciado y arrepentido me veía porque noté en Andrea un cambio en su rígida postura.

-¿Para qué?

-Sólo para verlo- y luego, silencio. Un silencio tan espeso que me llenó los pulmones de concreto. Ella suspiró dejando caer sus hombros. Bajo un tono desconfiado, me indicó que él trabajaba después de sus clases en la cafetería en donde fui al día siguiente. Tardé dos horas en decidirme a entrar, aunque a decir verdad había tardado dieciocho putos años.

Hasta que lo vi, vi a Joaquín saliendo de la cocina con una bandeja en sus manos y esa sonrisa pícara de quien disfruta de la vida. Se notaba feliz, vigoroso, sano. Atendió un par de mesas antes de acercase a la mía y decirme distraídamente que en un minuto tomaba mi orden. Comencé a sudar. No sabía cómo hablarle, cómo saludarlo, cómo pedirle su perdón por abandonarlo tan egoístamente. De pronto, el celular de Joaquín sonó en su bolsillo y contestó: Hola, papá… sí, hablé con mamá hace unos minutos y cuando acabe el turno nos encontraremos en el cine, ¿a qué hora vendrás por mí?... Excelente, atiendo al último cliente y estaré listo. Nos vemos… Yo también te quiero… cuando lo dijo, en voz más baja porque a su edad es típica la vergüenza, sentí que alguien me atravesaba el pecho con una espada caliente. Inmediatamente mis palabras, mi valor, mis débiles intenciones se fueron al mismísimo carajo. Me hundí en la silla cuando llegó a mi lado a preguntarme:

-¿Qué desea ordenar, señor?- lo quedé mirando un tiempo que pareció eterno e incómodo. Él me instó alzando las cejas y su libreta en mano- ¿Señor?

-Un… cappuccino- dije casi susurrando. Joaquín anotó, giró sobre sus talones y se perdió en dirección a la cocina. Al instante me di cuenta que yo siempre sería sólo eso… sólo un señor.

jueves, 23 de junio de 2011

El hippie y la balada


Es extraño cómo algunos recuerdos quedan plasmados en la memoria. Esta mañana escuchaba música camino a la oficina y una balaba rock me trajo un momento de hace casi once años atrás. Cómo olvidar ese paseo de fin de secundaria, donde la única responsabilidad era pasarlo bien sin arrepentirse nada. Era de noche, no puedo precisar exactamente la hora pero ya era tarde. Sentada en la arena con mis compañeros de clase, disfrutábamos de la playa El Quisco, en el litoral central. Bebíamos vino con Coca-Cola, cervezas en latas y ponches misteriosos de fruta. Uno de ellos extrajo varios porros de marihuana y fumamos viendo cómo el humo se enredaba en delgadas hebras hacia el cielo. La noche estaba exquisita, el mar estaba tranquilo. Con guitarra en mano, canté algunos temas clásicos de Silvio Rodriguez, himnos de playa, fogata y amigos. De pronto, un hippie vestido de poncho y largo cabello se sumó al grupo y se sentó a mi lado. Respetuosamente me preguntó si podía quedarse a escucharme cantar. No tuve inconveniente alguno. Seguí cantando acompañada de mis amigas que hacían los coros. El hippie no abrió la boca en ningún momento, sólo me miraba y escuchaba con atención. Luego de un rato le pregunté si sabía tocar y me dijo que sí de forma tan humilde que incluso me agradó. Le pedí que cantara algo y se negó.

-No, quiero escucharte tocar a ti- me dijo y yo continué, elevando a voz en cuello Playa Girón.

Al terminar el tema, volví a pedirle que nos deleitara con algo de su repertorio. El hippie sonrió y accedió después de mi vehemente persistencia. Tomó el instrumento entre sus manos, la acomodó y rasgó las cuerdas. El mareo que me nublaba la mente debido a la hierba se disipó en una centésima de segundo:

Sheets of empty canvas, untouched sheets of clay
Were laid spread out before me as her body once did…

La balada Black de Pearl Jam jamás se había oído tan bien acústicamente. Mis amigas guardaron un silencio absoluto al igual que yo, que creí haberme tragado la lengua de la impresión. Toda la borrachera y la volada de marihuana se me habían ido a la misma mierda. El tipo cantaba de forma increíble. Le escuché tan concentrada que el sonido del mar y la fiesta se habían extinguido de golpe…

And now my bitter hands cradle broken glass
Of what was everything?
All the pictures have all been washed in black, tattooed everything...

Luego de terminar la canción, el hippie me devolvió la guitarra y yo de seguro la recibí con una cara de idiota tremenda. Él se puso de pie, se despidió sin más y se fue caminando hacia la noche. Una canción, sólo una canción bastó para darme cuenta que hay un talento sorprendente en cualquier rincón de este país, talento oculto y humilde que puede acallar a las cientos de Paulinas Rubios que circulan por los medios cantando huevadas. En donde quiera que esté ese hippie, le agradezco esa canción, el imborrable recuerdo y la oportunidad de haberme sorprendido con su voz de terciopelo.




El Quisco, diciembre del 2000

jueves, 5 de mayo de 2011

Lo único que queda


Acabar dentro de ella fue como una catarsis para mí. Me derrumbé sobre su pecho para luego moverme a su costado, cansado. Ni siquiera me preocupé de darle un turno como agradecimiento sino que me levanté para no tener que conversar, de un tiempo a esta parte me carga conversar después de follar. Caminé por el pasillo encontrándome con mi reflejo en el espejo del muro. Un tipo que no reconocí me devolvió la mirada. Destapé una botella de ese whisky de doce años que me regaló un amigo y bebí un trago sintiendo el calor del licor quemando mi garganta. Festejaba silenciosamente el supuesto hecho de que por fin había olvidado con sexo a esa mujer que hizo estallar mi vida en pedazos. Qué cursi de mi parte haber pensado que moriría sin ella, que no volvería a tener una erección sin sus anheladas caricias. Volví a beber llamándome huevón con ganas. Desde que ella se había ido que arrojé a la basura toda esa mierda romántica que le encantaba, todas esas películas de PS. I love you, The Notebook, The Bridges of Madison County- lamentándolo porque me gusta Clint Eastwood- un sinfín de música cortavenas que sinceramente no puedo soportar y fotos que nos tomamos en el sur cuando nos creíamos hippies y viajábamos por la carretera Austral a dedo… procuré no dejar vestigios de ella bajo mi techo. De pronto, mi compañera de esa noche se levantó, fue a la cocina e hizo alusión del cactus que reposaba sobre el refrigerador. Yo ni me había acordado de él. Hacía días que no entraba allí para comer, de hecho, sólo fumaba y comía a la carrera algo por ahí. La planta no era mía y eso me hizo claustrofóbico en mi propio cuerpo. Le pedí sutilmente a la chica cuyo nombre no recordaba, que se fuera. Al dejarme solo, tomé el cactus, lo dejé en la mesa de centro y lo miré por largos minutos recordando que ella lo había comprado. Era lo único que quedaba suyo en mi casa y no podía ni tocarlo.

miércoles, 27 de abril de 2011

Causa y remedio para la añoranza, la distancia


Sólo bastan algunas semanas de completo silencio para que se forme un nuevo vocabulario de palabras ausentes, palabras vacías que no tienen vocales ni consonantes. Hay que tener cuidado con las promesas, son compromisos que nadie pide, que nadie exige, tienen el efecto terrible de un boomerang para quien las dice y la de una navaja afilada para quien las cree esperanzadamente, por no decir ciegamente. Hace falta coraje para volver a ser fieles como un niño, nos urge abandonar el photoshop intrínseco que usamos para aparentar todo el tiempo y ser de nuevo auténticos. Prefiero mil veces que alguien se largue de mi lado en silencio que haciendo bulla con juramentos. Me aburre, me da lata. Existen quienes dejan el sentimiento congelado como en una cámara criogénica esperando que se mantenga joven, firme, eterno… esa idea onda Dorian Gray realmente me apesta, porque llegará el fatídico día en que la añoranza envejecerá de golpe y tendré que sacrificarla usando la misma causa de la distancia como arma.

martes, 26 de abril de 2011

Muestra de lealtad


Mientras paseaba a mi perro por el Parque Forestal, lo vi. Vi a mi ex marido de la mano con la mujer por la que me dejó. Mi primer impulso fue el de esconderme tras un árbol, de abrir un hoyo en la tierra y enterrarme viva, de atravesarme en ese tráfico de mierda y esperar que me pasara un bus del Transantiago por encima, cosa que no era difícil sino que muy probable. Mi perro lo olió a distancia reconociéndolo enseguida. Años soportando sus pestilencias, era lógico que su olfato lo notara sin problemas. Tuve que sacar fuerzas casi impropias para no soltar la correa porque el muy animal se empañaba en correr hacia él.

-Ya me basta con un traidor en mi vida- le dije a mi mascota, tironeando para controlarlo.

Sin embargo, no importó mi esfuerzo, la correa se cortó a la altura del collar y el perro salió disparado en su dirección. No pude evitar sentirme un poco decepcionada. Me ubiqué en una banca dándome lo mismo que me vieran o no desde donde estaban. Pensé en irme a casa y dejar que me abandonara también mi propio perro pero me senté a esperarlo pacientemente. Mi ex se detuvo en un carrito de la esquina y le compró una rosa a la tipa que le sonreía como una idiota. En eso estaban, cuando mi perro llega por fin a su lado y sin preverlo, lo mea largamente en las pantorrillas y vuelve a mí corriendo como si nada. Me largué a reír a carcajadas. Le prometí doble ración de alimento al volver a casa.

lunes, 18 de abril de 2011

Dar amor y recibir sexo


Él la miró y se dio cuenta que la extrañaba aun teniéndola entre sus brazos. Trato de estrecharla más a su cuerpo creyendo que se convertiría en humo en cualquier minuto. Le hizo el amor desesperadamente pero fue casi como masturbarse, ella no estaba allí, no lo miraba a los ojos, guardaba silencio como si hubiera olvidado el castellano y eso le abrió heridas en el pecho que le ardían cual quemaduras. Comprendió que sobre aquel colchón sólo uno estaba entregándolo todo completamente vulnerable, mientras que el otro viajaba lejos quizás pensando en un tercero. Él sintió celos, quiso gritarle su infidelidad a la cara pero no tenía más pruebas que la corazonada, la maldita percepción. Supo que los papeles se habían invertido y era él quien amaba esa noche y era ella quien sólo tenía sexo.

martes, 5 de abril de 2011

Somos otoño tú y yo


Siempre que camino sobre las hojas secas en días de abril el otoño me canta. Cae una lluvia lenta de pétalos añejos convirtiendo todo lo nuevo en antiguo, en tiempos pasados que fueron mejores. Entre estas cortinas de tono sepia te recuerdo y una tonelada de años me cae encima. Me siento una joven demasiado vieja, una fulana pegada que no logra liberarte y caigo a tierra sin remedio, impregnándome de ese oro en polvo que cubre los caminos. Arroja nuestras fotografías al viento estival, que éste las arremoline hasta convertirlas en follaje, en un tornado gentil que revuelve nuestros recuerdos por la calle. Ahora, cuando transites, las verás esparcidas por el suelo y nos crearás de manera subconsciente parte del paisaje.

martes, 15 de marzo de 2011

Romántico amigo


-Cásate conmigo- me dijo Akio. Yo me quedé absolutamente desprovista de palabras.- Por favor, sé mi esposa.- Nada, nada salía de mi boca. Con la mirada perdida y sorprendida, dirigí mi atención hacia el mar a pocos metros de nosotros y me extravié unos momentos en el suave romper de las olas.

-No lo sé, es muy pronto- le respondí viendo que su ceño se trizaba como el vidrio. Quise abrazarlo pero me quedé clavada en la tierra. Akio hizo el ademán de acariciar mi rostro pero regresó su mano al bolsillo de su abrigo desde donde la extrajo.- Veámonos mañana… aquí mismo… en nuestro lugar- le pedí como una absurda petición de tiempo. Se quedó mirándome unos segundos para luego asentir. Nos besamos y nos separamos arrastrando los pies. Yo en dirección al sur, él hacia el norte.

Veinticuatro horas después la tierra comenzó a moverse. Se oyó un rugido sobrecogedor desde el subsuelo y el mar simplemente se hartó de mantenerse al margen. El oleaje se transformó en una sola lamida violenta que empujó todo a su paso. Los escombros avanzaban por las calles, por las avenidas que yo recorría en mi bicicleta, por donde caminé con Akio de la mano mil veces, donde mi madre me llamaba para cenar: Natsumi, te estamos esperando, y yo me despedía de él con un beso volátil, casi culpable. El mar que había observado cariñosamente se había revelado para dejar en claro que tenerlo cerca es un alto precio a pagar.

Entre los despojos de mi casa, de la casa de mi vecino que no soportaba pero que rogaba ver con vida… corrí buscando a mi gente. Corrí de regreso a la plaza en donde me encontraría con Akio para darle mi respuesta y todo había desaparecido. El banco testigo de nuestro primer beso, el árbol que nos daba sombra en verano, el césped que nos aguantaba cuando rodábamos sobre él… tuve el paralizante miedo de haberlo perdido absolutamente todo. Debí decirle que sí cuando pude, debí decirle que sí cuando el mundo todavía rotaba lento, debí decirle que sí cuando el mar aún era mi romántico amigo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Lenguaje corporal


Al desembarcar, la vi y sentí que me ahogaba aun pisando tierra firme. En todos mis meses en altamar, jamás había visto semejante sirena perdida entre los humanos. Sentí la urgente necesidad de tocarla para saberla terrenal y no un desvarío de marinero mercante. Entre la muchedumbre, en donde muchos se reencontraban, se saludaban, otros vendían sus mercaderías y ofrecían servicios a voz en cuello, la seguí como pude apartando a todos de mi camino. Ella era veloz, grácil y coqueta. Sus largos cabellos se sacudían a cada paso que daba dejándome por completo sumergido entre sus aguas. No recordé ni en qué país habíamos anclado.

A pocos metros del muelle, pude finalmente dejar la batahola a mis espaldas y observarla a mi antojo. Llevaba un vestido color vino tinto que explotaba en encajes casi increíbles. Tenía la sensualidad de una diosa egipcia. Sus ojos grandes y almendrados, sus pupilas agudas e intimidantes revelaban que tal vez en alguna vida pasada fue una felina. Me estremecí de anticipación por llegar a ella y enfrentarla. Nada tenía que ver mi apremio masculino con desearla, aunque suene una vil mentira. Era mi corazón el que latía fuerte y no mi sexo contra mi bragueta. Tuve la fugaz idea de que me había vuelto loco por culpa de tanta sal en la sangre.

Reparé que la muchacha había entrado a una casa de madera desvencijada y pintura carcomida por la humedad del puerto. Me quedé de pie afuera hasta que comprendí que se trataba de un burdel del pueblo. Varios de mis compañeros pasaron por mi lado incitándome a ingresar con ellos a palmadas en mi espalda. Lo hice, pero fue para verla a ella. Rebusqué algo de dinero en mis pantalones gastados y pagué a la señora de enormes pechos la suma que correspondía por una noche. Me ofreció un sinfín de opciones que ni siquiera miré. Inmediatamente escogí a la joven que me había atrapado en sus redes.

Al señalarla, se acercó, me tomó de la mano y con la seguridad que se necesita para el rubro me condujo hasta una de las habitaciones. Su mano en la mía me hizo alucinar. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que no sentía la suavidad de unas manos femeninas? Sentí vergüenza por las mías ásperas y encalladas. Entramos a la alcoba provista de una cama al centro y una mesita de noche con una triste vela encendida espantando la penumbra. Me sentó sobre el colchón, cerró la puerta y se volvió hacia mí. Era mucho más bella de lo que había visto desde lejos.

-¿Cómo te llamas?- le pregunté.

-Perla- me dijo y liberó una sonrisa vanidosa.

-¿Es tu verdadero nombre?- lo pensó un momento mientras me miraba intensamente.

-No.

Restó la distancia entre nosotros y se sentó a horcajadas sobre mi regazo para incitarme. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no desvestirla a manotazos y poseerla sin cuidado, arremetiendo, invadiendo a estocadas como una bestia. Llevaba meses en medio del océano, por Dios. Apreté mis dientes y la aparté de mí para sentarla a mi lado. Me tomé un tiempo indefinido para observarla. Ella, lógicamente descolocada, arqueó sus cejas un tanto ofendida. Un hombre jamás rechazaba la oportunidad de follar.

-Te vi al momento de bajar del barco- le comenté. La joven volvió a echarme una mirada intensa y algo extrañada. Continué- Llegué hasta aquí siguiéndote. No esperaba que esta casa fuera un burdel.

-Soy la carnada que arrojan para atraer a la presa- contestó y a pesar del tono hastiado, amé su voz- No eres el primero que me sigue, marinero.

-Pero de seguro que soy el primero que no te toma al momento de cerrar la puerta- Perla no me respondió y bajó la mirada hacia su falda- Yo quiero conocerte.

-¿Por qué no cogemos y ya? Mañana tú y tus compañeros se irán y vendrán otros. No me hagas perder mi tiempo.

Su irreverencia me encantó. Pude descifrar los dieciocho años emocionales que tenía dentro de su cuerpo de treinta. La atraje por la nuca para besarla pero se echó para atrás sin dejarme alcanzarla. Llevé mis labios a su cuello para recorrer esa piel libre de las rudezas del mar, del sol y las tormentas. Si no quería que le hablara, le hablaría con el cuerpo y me esmeré en hacerle el amor sin que ella lo esperara. Claro, hay sexo en burdeles, hay saciedad y satisfacción personal, pero jamás suavidad, entrega y cariño. Un lenguaje tan delicioso que Perla intentó contradecirme durante nuestra lucha pero la sometí con caricias que le arrancaban gemidos honestos. Trató de ahogarlos, pero finalmente se dejó vencer. La besé en la boca, perseveré hasta que uní mis labios con los suyos. Sentí cómo reaccionaba su intimidad alrededor de la mía, cómo arqueaba su espalda, cómo estrujaba las sábanas con las manos y cómo me alentaba a llegar más allá. Retozamos hasta el amanecer, enredados en un desorden de extremidades y almohadas. Ella despertó entre mis brazos sin disimular su rostro asustado ni su inmensa incertidumbre por lo que había sucedido. Algo en su mirada cambió.

-¿Cómo te llamas realmente?- le insistí en un susurro.

-Josefina- me dijo- Como mi abuela.- Y con eso cerré por completo mi decisión de quedarme en tierra firme. Ya había navegado lo suficiente.

martes, 1 de marzo de 2011

Mi turno


El silencio a diferencia de las palabras, tiene la particularidad de dejarnos escuchar cómo rompemos el corazón de alguien al igual que un cristal. Me paré ante un espejo y me devolví las miles de miradas que alguna vez lancé, me fruncí el ceño bajo la misma severidad que apliqué sobre otros, me quedé callada recreando las oportunidades en que debí decir algo, algo alentador, algo honesto, y preferí callar. Entonces sucedió… escuché crujir mi propio corazón haciéndome sentir una mierda. Detesté esa imagen desdeñosa y soberbia frente a mí, un ser terrible al cual cualquiera le temería. Me sentí injustamente ofendida por ella queriendo apartar mi vista e ignorarla. ¿Quién te da el derecho a juzgarme?, dije en voz alta hacia mi reflejo. El pecho me seguía ardiendo, me quejé por ello y vi que mi boca al otro lado del espejo comenzó a sonreír con satisfacción. Seria, me banqué la reprobación y la burla, consciente de que era mi turno.

viernes, 11 de febrero de 2011

Una muestra de esperanza


Hoy el cielo nos avisó que la tierra sigue inquieta. Las nubes llegaron en tropel a esconder el sol y el mar se quejó. De seguro quería estar rebosante para la vista, de azul divino para sus turistas pero se tuvo que volverse gris para acompañar la armonía perfecta que es la naturaleza. Sin embargo es curioso. El sol es testarudo, buscó la manera eludir ese tejido cerrado contra él y lanzar rayos en cada recoveco que encontraba. Su luz rebotaba intermitente contra el océano y entre ellos jugaron un rato para mí. Ahora mismo escribo con el sonido del oleaje a mi alrededor, tratando de agradecerles de alguna manera su lenguaje intrínseco con el que quisieron decirme que todo estará bien y que dejará pronto de temblar.

domingo, 30 de enero de 2011

Si tú no... yo tampoco


Cuando te dejé en la estación de trenes y te dije que te extrañaría, te estaba mintiendo, no lo haría… porque sabía muy bien que tú no lo harías. Me sonreíste nerviosamente sin decir nada y con ello me lo confirmaste. Esperaba que me respondieras, que me mintieras como yo lo estaba haciendo por lo menos, ni siquiera eso pudiste hacer. Sentí como si la recámara de mi revólver estuviera llena de balas y la tuya completamente vacía. Ante un pacto de suicidio, tú me habrías visto morir y yo muriendo por ti.

jueves, 20 de enero de 2011

Te diré algo sobre ella...


Veo la luna y alabo su luz plateada que convierte en joyas las piedras ordinarias. Colgada allá arriba en ese cielo azul y desafiante, la siento sola, abofeteada por las melancolías de muchos y los poemas vencidos de otros. Ella sólo quiere conocer lo que es el calor, el rubor y la compañía.

De su rostro pálido todos conocemos sus cráteres, sus bifurcaciones, sus cicatrices, pero nadie se pregunta por qué fueron causados. ¿Marcas de batallas pasadas? ¿Bullying cósmico en donde fue maltratada? Quién sabe… Es la única que sabe de silencio y que a pesar de visitar el día no lo convierte en noche. No, ella no es egoísta.

Ya basta de esos poetas que la prostituyen delegándole su tristeza, su soledad, su falta de inspiración; basta de esos cantantes de cabaret que la usan como patética seducción. Parecen un batallón de fusilamiento disparándole sus metáforas a quemarropa. La luna ha sido más fiel que cualquier amor barato que nos haya tocado, cagado y dejado. Toda ella es lealtad y constancia. Ojalá hubieran más océanos vastos para reflejarla y noches más largas para admirarla.


Dedicado a mis dos queridos amigos Patricio y Jeannette, con quienes hablé de la luna durante una noche cervecera.

martes, 11 de enero de 2011

Contra los principios


En el mismo momento en que lo vi luchando contra nosotros a favor de sus convicciones, lo amé como una imbécil sin poder evitarlo. Lo vi imposibilitar el paso de los carros policiales, de la fila de camiones que construirían un nuevo vertedero a merced de su pueblo. La gente alrededor gritaba, las pancartas se agitaban por sobre sus cabezas y las banderas nacionales flameaban rabiosas en sus palos. El bullicio me tenía nerviosa. Me sentía una intrusa, una maldita hija de perra que sólo destruía lo que tocaba. Lo miré tímidamente a través de la visera de mi casco verde y me enamoré aún más de sus ojos castaños. En ellos se activaba el fuego de su alma y quise apoyarlo, sin embargo, las órdenes de nuestros superiores habían sido claras: prohibir que los fastidiosos ecologistas impidieran el paso de los recolectores al terreno reservado. Varios de mis compañeros se abalanzaron sobre él por ser el revoltoso líder de la algarabía. El activista se enfrentó a ellos y perdí los estribos. No quería que lo lastimaran, él sólo estaba defendiendo lo que le realmente importaba. Con el escudo que traía colgado de mi brazo, aparté bruscamente a uno de los uniformados para que no lo golpeara con su luma alzada. Mi compañero me miró, confundido. ¡No es necesaria la violencia!, le exclamé, furibunda. Tomé al joven de su brazo para alejarlo un par de pasos. Se zafó de mi mano al instante y me miró con el mayor de los desprecios. Será mejor que te vayas si no quieres que te arresten, le dije, sonando casi a suplica. Sus ojos intensos perforaron los míos y me ruboricé automáticamente. Me sentí una completa idiota. No me iré y no necesito de su ayuda, oficial. Si quieren arrestarme, que lo hagan, me espetó a la cara y se fue en contra de un carro policial a patadas. Lo tomaron detenido en menos de lo que canta un gallo. No pude hacer nada. Mi compañero, al que había reprendido, no le costó darse cuenta de la incierta y dolida expresión en mi rostro.