miércoles, 28 de octubre de 2009

Dame tinta y pluma, cantinero...


Su nombre era Gauthier Morel y llegó a mi cantina como alma en pena. Muchos de mis clientes frecuentes lo miraron con recelo pero él ni se dio por aludido. Se sentó a la barra frente a mí para que le sirviera un trago. Me pidió raudamente un vaso de aguardiente y le serví sin hablar. Lo bebió todo de un solo sorbo sin siquiera fruncir el ceño. Imaginé que tenía la garganta en llamas. Me miró y sin ninguna introducción me comenzó a relatar su vida. Era escritor, y no lo sé sólo porque me lo hubiera dicho, sino por la forma en que desencadenaba las palabras y se inclinaba hacia lo trágico, lo adverso. Me contó que se había enamorado, amaba con toda la fuerza de su alma, con toda la persuasión de un ser convencido de su propia verdad; pero la mujer de la que hablaba sólo vivía entre sus páginas, nacida de su inspiración. Amaba locamente a uno de sus personajes y al burlarse de sí mismo, me pidió otro trago con la voz amarga. Obedecí, callado.

Ella se llamaba Marie Depaul, me contó. Una cortesana de caderas anchas y ojos acaramelados. Muchos la deseaban en el pueblo en donde vivía pero resultaba ser tan inalcanzable como el horizonte que se aleja conforme te acercas. Era hija de un pianista ciego y cada atardecer, ella cantaba para acompañar a su padre en sus composiciones. Su voz salía por las ventanas abiertas maravillando a todos los que rondaban cerca del lugar. Gatos de una carnicería codiciada. Marie no amaba a nadie, pero su corazón estaba dispuesto a hacerlo y su cuerpo deseoso de ser acariciado y no sólo embestido. Podía hechizar como también maldecir con un aleteo de sus largas pestañas . Poseía manos hechas para desnudar y estremecer, destilaba elegancia al punto de decorar la brisa con sus cabellos desatados al viento. Demandaba protección, a pesar de tener una mirada fuerte y penetrante. Una mujer por la que valía la pena ser un príncipe galopante.
“No aguanto más. Dame tinta y pluma, cantinero, que voy visitarla…”, me ordenó. Yo, sin esperarlo, sentí celos de Gauthier. “Lo siento, pero no tengo”, le respondí sorprendido de mí mismo y seguí trabajando.

jueves, 15 de octubre de 2009

El peor verdugo


- ¿Qué has hecho este último tiempo?
Me miras y no hablas. No sabes qué responderme.
Te miro y encuentro nuevas fisuras en tu piel. Sutiles pero presentes. Tienes una luz generosa en la mirada, tus labios abrazan y vacilas cada vez que das un paso al iniciar tu camino diario. Distingo fuerza pero noto que no la dejas salir libremente sin antes cuestionarla. Aún conservas tus líneas francas de niña asustada. Sé que puedes blandir tus convicciones como espadas afiladas pero te acurrucas con facilidad cuando pierdes la esperanza. Deberías recordar que no todos aman como amas, y que eso no quiere decir que no lo hagan.

Parece que el pánico ha congelado el volcán de tu alma y esperas, tu vida se ha transformado en una larga y tediosa espera, ¿de un amor?, ¿de una historia?, ¿de una canción?, ¿de vivir frente al mar?... Hace un año atrás querías abrirte paso por la vida apartando puertas a empujones, sin embargo, tus propios demonios te han paralizado volviéndote una tormenta embotellada, una vergüenza para la hazaña. ¿Qué esperas para desatar los vendavales que prometiste? ¿Cuándo dejarás de borrar lo que escribes y de callar cuando cantas? Te escondes tras las agujas del reloj alimentándote de excusas. Nada. No hablas, sólo te encoges de hombros sin responderme. Yo suspiro fastidiada y me alejo. Mierda. En un día como hoy, es mejor apartarse del espejo.

lunes, 12 de octubre de 2009

La Casa Nueva


Hoy estamos de fiesta
Tenemos nueva casa
Y hay que inaugurarla como Dios manda.
Hay de todo: asado, cazuela, champaña,
Vino blanco, del otro, mucha gente y la casa.
La casa nueva: nuestra casa,
Fruto de tantos años llenos de penas blancas.

Aquella estrofa pertenece a una canción popular del cantautor chileno, Tito Fernández. La oí hoy temprano en la mañana, de hecho, me despertó espantando mi letargo y sonreí al recordar las últimas horas vividas. El baúl en donde almaceno los momentos importantes, se abrió de par en par dejándome al descubierto casi toda mi vida como una línea cronológica. Sofocada de remembranzas, tuve que sentarme en la cama para poder organizarlas.

Gianinna, una de mis mejores amigas, adquirió su casa nueva junto a su esposo y su hermosa hija. Anoche fuimos a conocerla sabiendo que al cruzar la puerta todo habría de cambiar. Me sentí tan hinchada de orgullo que bien pude flotar por la escalera hacia las habitaciones. Se podía reconocer su toque indiscutido por los rincones decorados y la limpieza casi obsesiva de sus pisos blancos. Observé a mi alrededor y mi amiga estaba por todos lados; en cada cortina, planta y alfombra que vestía el lugar, era gratificante. Me detuve unos momentos para mirarla y la imagen de su cuerpo vestido con el uniforme escolar me persiguió toda la noche. Nuestra época de estudiantes pasaba ante mis ojos como una interminable cinta de ocho milímetros y quise detener el tiempo para apreciar el camino recorrido. Me hacía falta un poco de nostalgia.

Mientras bombardeábamos a los nuevos propietarios con preguntas, me dediqué a admirar a Gianinna con esa expresión inevitable de gratitud en mi cara, ¿por qué?... no hay mejor regalo que presenciar los sueños cumplidos de alguien que amas. Celebramos el acontecimiento chocando nuestros vasos llenos y me sentí en mi hogar. Busqué en mi grupo de amigos las facciones que les conocí cuando teníamos trece años de edad y allí estaban, pude distinguirlas, imperturbables y constantes. Parecíamos unos mocosos jugando a los profesionales, a los adultos con responsabilidades. Bebí de mi vaso nuevamente, agradeciendo en silencio estar bajo un techo que tanto esfuerzo había costado y en una amistad que por tanto tiempo hemos cuidado.

lunes, 5 de octubre de 2009

Sin mí


Me apoyé en el tronco de un árbol para poder observarte. Te veías feliz, plena, regocijada de besos que aquel desconocido para mí te brindaba en la boca. Qué exquisito es el dolor cuando se siente tan sólido como un escalpelo abriendo el pecho. Me quedé allí, paralizado. Conté la cantidad de recuerdos que almacenaba en mi mente y las lágrimas huyeron de mis ojos sin molestarme en detenerlas. La imagen ante mí se perdió tras una cortina de agua y tuve que apretar mis párpados para poder presenciar el motivo de mi muerte.


Danzabas buscando dientes de león. Con aquella risa fresca que liberabas desde tu alma, soplabas las flores entre tus dedos y nuestro perro te ladraba juguetonamente. Imaginé que yo te hacía reír de esa manera, que yo era el viento que brotaba de tus pulmones para darle oxigeno al mundo y que todavía me besabas con hambre de enamorada. Quise suspirar pero sentí el pecho atestado, no había más espacio. Aquel extraño te rodeó con sus brazos convirtiéndose sin saberlo en el asesino de un pobre diablo: yo.


Mi cuerpo pesó todavía más. El tronco del árbol en cual me apoyaba me pareció frágil y busqué un roble en las cercanías. Necesitaba un soporte más fuerte en caso de mi posible desmoronamiento. Procuré que no me vieras. No quería interrumpir la alegría de mi ausencia. Un trueno rugió desde el cielo dando inicio a la lluvia. Tú corriste hacia el abrigo del hombre que te acompañaba y yo dejé que las gotas me cayeran encima deseando cambiarlas por rocas. Retrocedí para alejarme, para perderme, para desvanecerme, pero mi perro me olfateó y corrió hasta donde estaba. Fue inútil esconderme de él. Lo acaricié rápidamente ordenándole que volviese a ti antes de que me delatase. Me dio gusto ver que seguía moviéndome la cola.

jueves, 1 de octubre de 2009

Porque me dijeron


- ¿Por qué tu piel es más oscura que la mía?
- No lo sé, ¿por qué la tuya es más clara?
- No lo sé.
Con sus manos regordetas de niños saludables, intercambiaron cubetas y construyeron cerros con la arena del cajón. Sentados en medio del parque, lograron levantar dos montículos pero uno se deshizo al instante. Su creador lloró en silencio, el otro lo ayudó a rehacerlo.
- ¿Por qué tu pelo es amarillo?
- No lo sé, ¿por qué el tuyo es negro?
- No lo sé.
Los padres de cada uno fueron por ellos. Los sacaron casi en vilo de la arena para volver a casa al caer la tarde. Al domingo siguiente, el sol resplandecía en un nuevo día de primavera y juegos infantiles. Los niños regresaron al parque corriendo para enterrarse nuevamente en el divertido cajón ubicado en el centro. Aquella vez se miraron de forma diferente.
- Me dijeron que no fuera tu amigo.
- A mí también me dijeron lo mismo.
- ¿Será porque no tengo la piel oscura?
- ¿O porque no tengo el pelo amarillo?- Y así, deshicieron los dos cerros de arena que habían levantado el domingo anterior y se devolvieron las cubetas intercambiadas.