viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz 2011


Entre el confeti y la lluvia de champaña te vi. El jolgorio era tremendo, la gente se abrazaba al llegar la medianoche y yo simplemente me quedé absorto. No podía mover ni un puto músculo de mi cuerpo. Estabas hermosa, por ti misma eras el espectáculo pirotécnico más increíble que jamás había visto. Habían pasado doce meses exactos sin verte y de pronto me sentí más viejo, cansado de extrañarte, ronco de llamarte entre mis cuatro paredes y perdido buscándote. Olvidé las cincuenta y dos semanas amargas sin ti para impregnar mi visión con tu sonrisa. Te abrazaste a un tipo que en mi vida había visto pero no sentí celos, eso ya estaba en un nivel pendejo que me juré haber dejado atrás. Caminé hacia ti abriéndome paso entre la gente. Muchas veces uno odia la muchedumbre, y es comprensible: el escándalo, la impaciencia, el estorbo, etcétera; sin embargo, en ciertos contextos, me resulta necesaria. Creo que no hay mejores escenas de novela que las que involucran un: “se abrió camino entre la gente”. En fin, así lo hice y llegué hasta tu encuentro. Me miraste con tus ojos abiertos de par en par. El confeti caía entre nosotros como lluvia de los abriles compartidos. Era tan incongruente estar rodeados de ruido y celebración cuando nuestro silencio lo acallaba todo. Me atreví a hablar.

- A la mierda el terremoto… a la mierda la delincuencia, el cambio climático, los cigarros que me fumé este año, los tragos que se me pasaron de la cuenta, lo sedentario que me he puesto, que hayamos perdido en segunda ronda en el Mundial, que los políticos sigan hablando las mismas huevadas, que los buses Transantiago continúen atochados, que el Metro siga siendo un horno asqueroso… a la mierda que pase encerrado en la oficina diez horas, que llueva cuando salgo con camiseta, que tenga tres alquileres pendientes y que haya despertado en una cama que no recuerdo junto a una mujer que ni miré… a la mierda el 2010, doce meses que sin ti han sido doce años peor que todo lo que mencioné.- tú te quedaste callada ante la avalancha de cosas que arrojé, no me dijiste nada por algunos insoportables segundos, luego me sonreíste y meneaste la cabeza como diciendo: eres un pobre deschavetado.
- Entonces, Feliz 2011… y que este año los meses vuelvan a ser sólo meses.- me abrazaste para luego besarme en los labios. La algarabía alrededor volvió a resonar en mis oídos con nitidez. Los fuegos de artificio estallaban en la noche estrellada.

lunes, 27 de diciembre de 2010

En un vaso de agua


Los amigos crecen, maduran, se casan, se embarazan, cambian, te desconocen, los desconoces, toman otros rumbos, pierden el primero… los años no pasan en vano y la nostalgia es una mierda que te recuerda los buenos momentos como si fueras un anciano, los tiempos donde todo era mucho más sencillo. Cómo extraño las veces que mi vieja me decía que no tenía más preocupaciones que estudiar. Tenía toda la razón. En ese entonces me ahogaba en un vaso de agua y ahora, para esos problemas, veo las soluciones tan claras y casi colgadas en el techo y me río de la ironía. Uno termina siendo espectador del pasado, pidiendo a gritos esa simpleza de vuelta, esas risas banales, esa visión de la vida tan impresionable en que todo es nuevo, todo es excitante y sólo se quiere experimentar, apostar alto para ganar harto y rápido. Se echan de menos las tonterías importantes, se echan de menos esas promesas que salían de la boca sin medir consecuencias. Esas promesas deberían cobrarse y con creces, pero no entendíamos entonces el significado de compromiso. Los diluimos en el mismo vaso de agua junto con los problemas adolescentes, sin saber que esos lazos son indisolubles y terminan dejando siempre a uno escribiendo un texto como éste.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

En mi bicicleta


Siempre que pasaba por su casa en mi bicicleta ella estaba cortando sus rosas, regando el césped, volviendo de compras o ayudando a dar los primeros pasos a su hijo menor de un año. Era tan hermosa que me dolía la vista mirarla. Cuando ella dirigía sus ojos hacia mí por algunos maravillosos segundos, yo agachaba la cabeza y me ahorcaba la vergüenza. ¿Qué pensaría de mí si supiera que tenía sueños húmedos pensando en besarla, en tocarla, en poseerla?

Odiaba a su marido. Lo odiaba profundamente. Cuando llegaba de la oficina cada día a las ocho de la tarde, me hervían las entrañas. Escuchaba su auto por la calle, me asomaba por la ventana y lo veía pasar estacionando frente a su casa. No, realmente no podía soportar a ese engreído panzón. No sabía cómo un tipo así pudo enamorar a aquella diosa de cabello largo y liso como una cortina.

Allí estaba yo, conduciendo mi bicicleta miles de veces a lo largo del vecindario sólo para espiarla en sus quehaceres. Trataba de no hacerlo pero como un reloj, ella salía a regar sus plantas y yo me deshacía al igual que la tierra con el agua. Hoy le hablaré, pensé entonces, le diré lo bella que me parece y lo mucho que la quiero, que la edad no importa, que mis doce años en nada representan mi corazón que la ama como un hombre de verdad. Sólo quiero darle un beso, uno solo y luego desaparezco.

Me subí a mi bicicleta, pedaleé hasta su jardín y descendí con determinación. Mis pasos se detuvieron al verla cortando sus rosas. Parecía un cuadro hecho a mano, un ángel que podaba las plantas del paraíso. Me armé de valor y me acerqué. Ella me miró y me sonrió. Yo creo que morí un poco.

- Señora Eliana, yo… - la saliva había abandonado totalmente mi boca. El pánico me paralizó y ella esperaba la continuación de mi sentencia con una dulzura en su rostro que me enfureció. Me vi reflejado como un niño tonto en sus ojos verdes. Suspiré y me di cuenta de que no era capaz – Yo… me preguntaba si Miguel puede salir un rato. – Miguel era su hijo, mi amigo.
- Claro, está en su cuarto, pasa- me invitó amablemente. Obedecí arrastrando mis pies y con el conocido dolor quemándome el pecho.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Mi carta de navidad


Querido Santa,

Caminando por las calles de mi ciudad, el listado de mis requerimientos para esta navidad se ha ido transformando, evolucionando con el paso del tiempo. Primero pensaba en lo típico, algo útil- o inútil, según quiera verse. Ya sabes, una mochila, algún disco, uno que otro libro o un par de jeans para cambiar los viejos. Ahora, sólo quiero lo que no llevas en tu enorme saco de obsequios… sí, creo que esta carta será para joderte.

Me encantaría un nuevo año sin temblores, que la tierra se detenga al fin bajo nuestros pies para centrarnos y por fin encontrarnos. Nos hemos extraviado tanto en el camino, que nuestras brújulas ya sólo sirven para dar la hora. Me gustaría también sumar el silencio, esa pausa al ruido que nos vuelve histéricos. No hay nada mejor que el silencio para lograr inspiración, silencio para organizar la cabeza, leer un buen libro y dormir bien, sobre todo dormir bien. Incluso, hace falta el silencio para putear como se debe, porque entre tanto griterío y claxon de un mundo avanzado, a veces puteo y nadie me escucha. Esa no es la gracia.

Creo que abusaré de tu paciencia, Santa, y agregaré también algo de bondad, cortesía, un decibel menos de volumen a la voz ofensiva. Ya basta de esos agravios gratuitos que desplazan el Buenos Días y el Gracias tan gentil, basta de esas actitudes mariconas que restan sonrisas y oxidan la confianza. Quiero novedad, nada de ideas plagiadas o pintarrajeadas para pasarlas por originales. Quiero más inteligencia emocional que de negocios... ¿De qué nos sirve entender de procesos si no procesamos una forma de entendernos?

Si no te importa me gustaría añadir un poco de esa esperanza de la que tanto hablan, porque sinceramente, y viendo en cada esquina una carencia significativa, creo que se me agotó la reserva. Una inyección de fe movería mi montaña que se vino abajo con el pasar de los años. Quiero ver más niños corriendo tras un volantín, quiero ver niños jugando en la calle y no frente a una pantalla en un cibermundo de nadie. Este mundo puede ser suyo. Estoy dispuesta a canjear un poco de banda ancha por una banca más ancha para sentarme con mis amigos y conversar. No hay mejor ejercicio para la cabeza y el alma que la plática.

Y por último, quiero amor, pero amor del bueno, que salga de ese puto escondite en donde habita y se extienda sin control alguno. Quiero que predomine por sobre la inmundicia y la violencia, que no se justifique con celos, que acabe con el dolor, apague los incendios y detenga las inundaciones, que el único fuego conocido sea el interno y el agua sea provechosa colmando al sediento. Quiero un regalo de verdad, Santa, quiero mayor capacidad de almacenamiento pero en mi propia memoria, quiero capturar todo momento vigorizante y revivirlo cuantas veces se me venga en gana. Quiero una navidad de verdad, tiempo de calidad. Si pudieras envasar un poco de horas con una pizca de minutos a los cuales pueda echar a mano cuando haga falta, quedaría saldada.

Creo que ya es hora de que deje de joderte.
De antemano, muchas gracias.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Rayando muros


La otra noche hablé de ti y me di cuenta que las palabras salían trabajosas de mi boca. Los recuerdos que antes veía tan claros, tridimensionales y brillantes, desde ese momento se convirtieron en siluetas deformes tras una ventana cubierta de condensación. Comprendí que no fuimos muy prolijos en amarnos, tal vez fuimos arrebatados, testarudos, con esa típica impetuosidad del amor de infancia. No dudo en que nos amábamos pero fue a nuestra manera, ilusa e inocente, creyendo que la vida nos iba a tratar diferente.

¿Dónde estarás ahora? ¿Sabrás que he rayado varios muros de la ciudad preguntando lo mismo? Ni siquiera sé si los leerás o no, nunca fuiste una lectora voraz ni curiosa. Siempre he considerado que líneas como ésas son disparos al aire pero ¡mierda que hace bien escribirlas! Desde hoy estoy seguro de que pesaré dos kilos menos. Han pasado muchos años de silencio, muchos años de contextos perdidos, y ya no deseo verte para abrazarte con la misma urgencia de antes, sino que quisiera tenerte aquí para decirte que liberarte ha sido mi mejor dieta.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Mírame


A pesar de esas putas actitudes que no dicen nada, me consuela saber que todavía hay personas que lo dicen todo con una sola mirada. Cómo no encantarse con pupilas profundas, elocuentes, amigas, que por sí mismas, son un monólogo subversivo y sencillo, como una pancarta revolucionaria que reclama el derecho a mirarse de frente. Mírame, mírame que de esta callada protesta yo también soy militante.