jueves, 5 de mayo de 2011

Lo único que queda


Acabar dentro de ella fue como una catarsis para mí. Me derrumbé sobre su pecho para luego moverme a su costado, cansado. Ni siquiera me preocupé de darle un turno como agradecimiento sino que me levanté para no tener que conversar, de un tiempo a esta parte me carga conversar después de follar. Caminé por el pasillo encontrándome con mi reflejo en el espejo del muro. Un tipo que no reconocí me devolvió la mirada. Destapé una botella de ese whisky de doce años que me regaló un amigo y bebí un trago sintiendo el calor del licor quemando mi garganta. Festejaba silenciosamente el supuesto hecho de que por fin había olvidado con sexo a esa mujer que hizo estallar mi vida en pedazos. Qué cursi de mi parte haber pensado que moriría sin ella, que no volvería a tener una erección sin sus anheladas caricias. Volví a beber llamándome huevón con ganas. Desde que ella se había ido que arrojé a la basura toda esa mierda romántica que le encantaba, todas esas películas de PS. I love you, The Notebook, The Bridges of Madison County- lamentándolo porque me gusta Clint Eastwood- un sinfín de música cortavenas que sinceramente no puedo soportar y fotos que nos tomamos en el sur cuando nos creíamos hippies y viajábamos por la carretera Austral a dedo… procuré no dejar vestigios de ella bajo mi techo. De pronto, mi compañera de esa noche se levantó, fue a la cocina e hizo alusión del cactus que reposaba sobre el refrigerador. Yo ni me había acordado de él. Hacía días que no entraba allí para comer, de hecho, sólo fumaba y comía a la carrera algo por ahí. La planta no era mía y eso me hizo claustrofóbico en mi propio cuerpo. Le pedí sutilmente a la chica cuyo nombre no recordaba, que se fuera. Al dejarme solo, tomé el cactus, lo dejé en la mesa de centro y lo miré por largos minutos recordando que ella lo había comprado. Era lo único que quedaba suyo en mi casa y no podía ni tocarlo.