lunes, 12 de enero de 2015

Pluma y espada


Amelia Christensen no se iba con rodeos. Como buena periodista y escritora, la joven de treinta años volcaba sobre el teclado su pasión por la justicia con suma vehemencia y convicción. A su lado, reposado en un cenicero de vidrio, se consumía lentamente su cigarrillo olvidado, parecía un gusano gris y arrugado a contraluz de una ventana.

Nada parecía perturbarla. Estaba sumida en las letras que digitaba en el documento mientras acomodaba sus anteojos de lectura en el puente de su nariz. No quería obviar ningún detalle, no quería dejar pasar ningún dato ni por mínimo que fuese, su reportaje estaba tomando fuerza desde hacía semanas y merecía un final digno para ser publicado en el periódico para el cual estaba trabajando. Malditos pervertidos, decía entre dientes y meneando la cabeza de un lado a otro. Tenía en la retina la cara del último infeliz violador de niños. Le había seguido la pista por casi dos meses hasta que por fin, una detective de nombre Evanna Volker le voló los sesos en un callejón. Debieron ser los testículos primero, habló en voz alta y enfadada. Tuvo que respirar. No quería perder la ecuanimidad. Aquellos casos de abuso la exasperaban. No podía concebir que un hombre adulto, supuestamente consciente de sus actos, cometiera tal sacrilegio, tal envenenamiento a la inocencia de un crío. Sólo imaginarlo le provocaba asco. Siguió escribiendo:

y con las manos en la masa se encontró al reconocido empresario Jonh M. Richardson. Con evidencias en su contra y descubierto por la policía en el centro de Manhattan, Richardson estaba prófugo y mantenía bajo custodia a un menor de edad desaparecido el pasado 20 de noviembre. Las autoridades registraron el hogar del empresario encontrando material pornográfico infantil y antecedentes que lo involucraban en crímenes de la misma naturaleza desde el año 2010…

Amelia estaba contenta. Por fin ese episodio había terminado. Le resultaba repugnante indagar en la vida de ese tipo sin poder gritar a los cuatro vientos de quién se trataba. Tuvo que morderse los dedos para no escribir sobre ello y sacarlo a la luz sin miramientos desde el día uno. Le costaba tener paciencia. Era uno de los grandes defectos que arrastraba desde que tenía uso de razón, se consideraba una inmadura en aquel aspecto y echaba mano de toda su entereza para no ir por la vida dando cornadas. Ya había perdido mucho y vivido incontables momentos desagradables debido a su impetuosidad y verborragia. Una vez terminado de escribir el reportaje, su celular rompió el silencio de golpe.

-Hola, Henry. Ahora te envío el archivo…- saludó al editor al reconocer el número.

-No te llamo precisamente para eso, Amelia- respondió el hombre- Debes ir al centro de Brooklyn. Dos jóvenes fueron asesinados al interior de una escuela. Irás con Jason. Está ansioso de estrenar su cámara nueva- la joven rodó los ojos. Estaba agotada. Quería unas largas vacaciones, tomar su mochila y largarse lejos de Nueva York, tal vez hacia el sur. Sin embargo, este caso estaba lejos de ser cualquiera. Su vida gracias a él cambiaría del cielo a la tierra.