miércoles, 29 de septiembre de 2010

Donde fuego hubo... mujer despechada queda


Miro su fotografía enmarcada en mi mano y sonrío masoquistamente. Debo parecer una demente pero me da igual lo que piense la gente. Creo que bebí cerca de tres vasos de whisky y el alcohol comienza a hacer por fin su maldito estrago. Mareada y asqueada, lanzo la fotografía hacia el cerro de ropa y artículos personales que pertenecen a él. Trajes, zapatos, corbatas, suéteres, camisetas, hasta sus putas pesas de tres kilos y medio cada una. Tanta mierda acumulada en años de matrimonio que me llevó cerca de dos horas juntar todo. Tomé un poco del licor en mi vaso para escupirlo sobre la ropa y encendí un fósforo. Todo ardió en cuestión de segundos. Reconocí su ropa interior entre la pira despechada. Reí al recordar que esos Calvin Klein que se volvían cenizas se los había regalado yo para navidad. Él podía comprarse unas putas pesas que ni caso les hacía, pero jamás se le ocurría comprar lo realmente necesario.

- Que la otra le compre calzoncillos ahora – y con las llamas encendí un cigarrillo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El conchito




Mañana es el cumpleaños número 22 de la persona que sabe exactamente cómo provocarme un mal humor de aquellos que te retuercen las entrañas y un amor sencillamente inconmensurable: El conchito de la familia, mi querida hermana, Kathy. Creo que abusaré un poco más de la paciencia de ustedes (lo digo por el post anterior) y me aprovecharé de su visita para contarles sobre otra personita muy importante en mi vida.

Cuando yo tenía cuatro tiernos y hermosos años, muchos de mis parientes me hacían la típica pregunta: ¿Te gustaría tener un hermanito?, claro, para ellos era muy fácil hablar estupideces pero para mí era un asunto complejo, de total y hermético cuestionamiento. De antemano sabía que tendría que comenzar a compartir todas las cosas que por derecho y beneficio de hija única tenía hasta ese momento. Por otro lado, no había nada de malo en tener a alguien con quien jugar y a quien echarle la culpa si rompía o descomponía algo. En fin, mis padres no esperaron a que les diera mi parecer definitivo, y mi vieja se embarazó sin más en diciembre de 1987. Todo era felicidad y expectativa. Recuerdo a mi madre gorda, redonda, inmensa y patosa. Tocaba su vientre con mi manita pequeña sintiendo cómo ese renacuajo inquieto se revolvía en su interior.

La noche en que mi hermana decidió salir al mundo para comenzar a morir como todos nosotros, yo estaba durmiendo plácidamente en mi cama cuando me tomaron por el cuello, abrigaron como pudieron y enviaron a casa de una tía mientras mi mamá se iba al hospital en el auto de un vecino bondadoso- aquel día mi viejo tuvo turno de noche en su trabajo y no estaba en casa. No supe qué había sucedido hasta que me llevaron al centro médico para conocer al nuevo integrante. Recuerdo que nos referíamos a mi hermana casi con arrobas (@) en la distinción de sexo antes de nacer debido a que siempre se mostró de espaldas en las ecografías. Y entonces la trajeron para que yo la viera. La enfermera entró con un bulto diminuto entre sus brazos. Vi una cabeza que parecía un puño colorado y cabello oscuro en la coronilla. La tomé con la misma torpeza infantil de los niños y no pasaron ni diez segundos para que esa invasora de mal carácter rompiera a llorar a bocajarro. Desde ese momento comenzó nuestra batalla.

Kathy tenía unos pulmones capaces de volar hasta la casa de ladrillos del tercer cerdo del cuento. Su genio se dejó conocer por todos casi al instante. En pañales y ya era una orgullosa, testaruda, intolerante y despiadada. A los tres años de vida, mi padre tuvo que bloquear entre los barrotes de la reja del jardín para que la pequeña fugitiva no se pasara entre ellos como un contorsionista y escapara hacia las casas vecinas. Mi madre tenía que tener un ojo sobre el estofado y otro sobre ella para no perderla de vista. Yo ni siquiera hacía el intento de detenerla. Ya me había acostumbrado a no tener autoridad como hermana mayor, Kathy me mandaba a la mierda con todos los gastos pagados en poco tiempo. Un día, en su decimoquinto plan de fuga, al parecer su cabeza había crecido un poco más en esas semanas porque al pasar entre los acostumbrados barrotes- aún cercados inútilmente con alambre por mi viejo- separó las hebras metálicas y comenzó a introducirse poco a poco. Fue entonces donde se quedó atascada a mitad de camino. Sus sienes estaban apretadas por la reja, además que las orejas significaban un obstáculo mayor, y su cuerpo luchaba por zafarse del embrollo. Sólo su llanto nos advirtió que estaba en problemas viéndola atrapada como conejo en su propia trampa. No hubo otra forma de liberarla que sólo empujarla al exterior por completo o la decapitábamos sin remedio. Mi hermana nunca más intentó escabullirse por ese medio.

Creo que al pasar de los años he aprendido que las mascotas que ha tenido Kathy han adoptado personalidades o estados varios y extraños, hasta unos peces que tuvo una vez y duraron mucho tiempo. Entre el cardumen que nadaba circularmente en su pecera, había dos dorados que crecían y crecían a ojos vista. Yo ya estaba buscando recetas para servirlos como cóctel porque los veía gorditos, animosos, brillantes. Siempre acaparaban la comida de los demás pequeños y mi hermana comenzaba a preocuparse.
- ¿Por qué no los sacas y los llevas a la tienda de mascotas en donde los compraste?- le sugerí una tarde.
- ¿Por qué si están bien?- me respondió no muy convencida pero la mierda era cuestionarme siempre.
- Porque no quiero que crezcan al punto de devorarnos mientras dormimos, por eso.
Efectivamente, Diego y Alejandra- que era como los había nombrado a cada uno, idénticos por lo demás- eran peces de pileta, de fuente, de acuarios inmensos en donde podían crecer hasta cuarenta centímetros como los salmones de río que llegarían a ser. Menos mal que los cambió por otra especie o hubiéramos tenidos dos peces torcidos y apretaditos en ambos rincones de la caja de vidrio. Y como los quería tanto, no nos hubiera dejado freírlos como ya lo tenía planeado. Tuvo un hámster, Jerry, que al comprarle jaula nueva y de dos pisos, rodó por las escaleras de rejilla y le tomó dos días aprender el sistema de la rueda. El roedor estaba confundido, pero después de tomarle el ritmo no nos dejaba dormir con el sonido oxidado del engranaje. Mi hermana humectó el asunto con aceite de cocina y al hámster ni se le veían las patitas gracias a la velocidad. Le duró casi dos años. Actualmente tiene a Tobías, un experimento de perro Cocker que desafía las leyes de la genética. Es una mezcla rara entre salchicha con Basset Hound (Hush Puppies) y un chancho peludo color café. Kathy lo adora con sus defectos y defectos. Cuando los veo jugando juntos me parece que ella vuelve a los cinco años de vida y me convierto en la melancólica incurable que soy, estado que me dura hasta que Tobías se aburre, me huevea y me estornuda encima- creo que es el único perro que tiene la nariz sólo como excusa para tener rinitis.

Todo lo que rodea a mi hermana me divierte, me conmueve o me exaspera. Con ella no existen los términos medios, te ama o te odia y si caes en una de esas dos categorías ten por seguro que te lo hará saber bastante bien. Sus extremos son tan conocidos para mí que casi no me sorprende. Y digo casi porque hay veces que lo sigue haciendo. Hacendosa un día, un desastre al otro, amorosa una hora, ogro verde a la otra. Siempre reclama que su cumpleaños no pudo caer en peor día ya que en Chile se celebra Fiestas Patrias los 18 y 19 de septiembre. Varios de sus amigos viajan, otros se quejan del dinero que se hace escaso como para salir de juerga. Sin embargo, los buenos están con ella, la aguantan estoicamente como yo y se han ganado mi cariño por eso. Así que mañana, viernes 17, se homenajea la llegada de quien me movió el piso como un cataclismo, la cabeza dura que me sonsaca tanto mis instintos asesinos como mis renegados maternales. A ella, que con lo contado y más, me hace amarla para siempre.

Feliz cumpleaños, gorda!

lunes, 13 de septiembre de 2010

La cadena de plata y el corazón partido


Hoy haré un post especial debido a un acontecimiento que me destapó el baúl de los recuerdos y mandó al carajo mi rutina del fin de semana. Ayer domingo estaba limpiando el chiquero que es mi armario y encontré entre mis cosas una joya que me dibujó una sonrisa duradera en la boca. Era una cadena de plata con un corazón partido colgando de ella. Recordé que había sido una pieza que le había regalado a cada una de mis mejores amigas en la secundaria. Cuánto tiempo había pasado desde ese día. Eché un poco la película hacia atrás y un 25 de diciembre del año 2000 me llenó la cabeza. Aquella mañana de navidad teníamos nuestro último paseo de curso a la playa El Quisco, en el litoral central. Las reuní a metros del autobús antes de partir y les entregué la cadena advirtiéndoles que no la perdieran por nada del mundo. Espero que me hayan hecho caso y cuidado con su vida.

Ahora, luego de casi diez años la foto ha cambiado. En la que está en la cabecera de este escrito aparecemos seis. Paulatinamente fuimos disminuyendo para quedar cinco y finalmente cuatro, aunque no voy a ser tan injusta, seguimos siendo cinco pero de manera intermitente. Jeannette es la chica que tiene un bebé en sus brazos, sentada al medio. Ella es quien viene y va como las golondrinas. Siempre fue complicado retenerla pero lo fue mucho más cuando se convirtió en madre, y tres veces seguidas por lo demás. Como han de suponer, su vida dio un giro total. A diferencia de los hombres, las mujeres sufrimos una transformación radical cuando una personita sale de nosotras y nos necesita por completo. Este cambio desarma y reordena las prioridades que alguna vez definimos en nuestras listas, sin siquiera pedir permiso. Los hijos consumen el tiempo y la dedicación como una llama el oxígeno. Bueno, eso es lo que dicen, yo no soy madre todavía. A Jeannette le tengo un cariño especial, no puedo dejarla ir del retrato por más que lo quiera. Fue a la primera que conocí y por lo que he aprendido en estos años, a la última que terminaré de conocer.

Entre mis amigas no era nuevo que una de nosotras fuera madre. Claudia fue la primera en serlo y bastante joven. Ella está del lado derecho de la fotografía con los pantalones a rayas. Cuando supimos de su embarazo teníamos dieciséis años y estábamos a mitad de una clase en día de semana. Fue en abril de 1999 y al ver la prueba marcando un signo positivo de color rosa sobre la mesa, mi estómago subió hasta mi garganta. Me quedé pasmada, sin palabras y con la boca seca. Estoy segura de que si me hubieran sacado una foto en ese mismo momento saldría con la mayor cara de idiota en la historia de la humanidad. Recuerdo que me enfadé con ella, no sé bien por qué, creo que vi todos los eventos, reuniones y fiestas que se perdería, ya sentía su ausencia y comencé a extrañarla con anticipación. Éramos sólo unas niñas. Claudia, con su carácter indómito y su voz segura me preguntó qué mierda me pasaba luego de no dirigirle la palabra durante todo ese día. Tuve que ser sincera, ella me lee perfectamente cuando estoy mintiendo y le dije que estaba molesta ante la noticia. Sin embargo, al pasar de los días no pude más que sentirme feliz y honrar con mayor razón mi profesada amistad hacia ella. Merecía mi apoyo ya que Clau es la incondicionalidad hecha persona.

La del suéter rojo abrazando a Claudia es María José, “Pepa” para los amigos. Creo que si me dijeran que la describiera en una sola palabra diría al instante: constancia. Siempre al lado mío. Locura que se me ocurría ella me acompañaba sin vacilar, y hasta el día de hoy es así, debo añadir. Durante una reunión hace años, la penúltima en la que estuvimos las seis juntas, nos encerramos en casa de Claudia para beber, conversar y guitarrear a nuestro antojo. Teníamos toda la noche por delante. La dueña de casa nos cocinó una cena bien contundente, nos sirvió un bajativo de no recuerdo qué y luego comenzamos el hueveo sacando el arsenal de alcohol de la nevera. Una a una fuimos cayendo como moscas. Claudia fue la primera. Bebió tanto y tan rápido esa noche que acabó con la cabeza metida en el retrete. Las demás iban huyendo silenciosamente al pasar de los vasos.
- ¿Dónde están las demás?- le pregunté a Pepa luego de un buen rato sin verlas.
- Están todas durmiendo- me dijo con cara de fastidio. Pero nosotras seguimos cantando a destajo, tomando, fumando, riendo. Continuamos el desafinado concierto hasta las seis de la mañana para después desfallecer ebrias y roncas sobre un enorme sofá cama. Pepa me ha sorprendido mucho con su fortaleza y entrega por lo que realmente le importa. No es que desconociera sus facultades, sino que a medida que hemos ido creciendo las ha acentuado de una forma admirable. Sin mencionar su nivel de ironía que adoro.

La joven que está a la izquierda y de suéter blanco es Gianinna. Curiosamente, todas nuestras apuestas estaban dirigidas a que sería ella la primera en casarse, la primera en tener familia, la primera en ser dueña de casa… la primera en convertirse en una vieja de mierda, en pocas palabras. Gianinna siempre mostró su talento innato para las tareas de la casa. Es una obsesiva compulsiva con el aseo. Si dejas una huella de pisada en su impecable piso encerado, prepárate para encontrarte cara a cara con la muerte. En ese último paseo de curso que mencioné, varias dormíamos en una pieza con dos literas. Esa habitación era algo indescriptible. Ropa por doquier, botellas de crema para el cuerpo, cara, manos, pies, hasta para el culo, ocupaban la única mesita de noche. Era lógico que Gianinna estallara en sus legendarios ataques de “Dios mío, ¿por dónde empiezo a limpiar?”. Quien ya la conoce sabe que tiene que huir y dejarla sola cuando toma una escoba. Por eso mismo, Pepa y yo, sin saber que en la habitación sucedía este terremoto de limpieza, fuimos a buscar algunas cosas para bajar a la playa. Nos detuvimos en el marco de la puerta al ver a Gianinna en cuatro patas limpiando. Nos detuvimos en seco y automáticamente nos dimos media vuelta para regresar al pasillo y escapar. Fue algo instantáneo. Lo recuerdo muy bien y no puedo evitar reírme; pero a pesar de temer a su obsesión se le quiere por eso, no sería ella sin esta característica. Hace dos años que se casó. Ahora es su oportunidad de enfocar su hacendosa energía en su casa propia, enloqueciendo a Freddy, su marido.

A un lado de Gianinna, vistiendo un suéter azul, está Carola. A ella me resulta difícil describir porque después de creerla tan cercana como las demás fue la que más distante estaba. Creí convencida que ella seguiría constante en la fotografía pero luego de un tiempo le perdimos el rastro. Me acuerdo perfectamente que cuando conversábamos y me abría su corazón- hecho poco frecuente como un eclipse solar- me decía cosas que cualquier amiga quisiera escuchar. Por otro lado, Carola tenía un sexto sentido. Eso no puedo negarlo. Tenía la capacidad de ver a través de las personas, de descifrar mensajes, miradas, gestos. Un día, en alguna clase vespertina de turno en la escuela, ella mencionó algo que me quedó dando vueltas, y creo que todavía lo hace.
- Claudia y yo somos almas antiguas… en cambio, Amanda es un alma nueva- dijo, aludiéndome al final. Aún no sé a lo que se refería con eso.
No sé qué fue lo que sucedió para que Carola se alejara y no supiéramos nada más de ella. Bueno, por un lado quizás fue porque yo dejé de buscarla. El orgullo me venció decidiendo cerrarle mi puerta. No fue por maldad, que quede claro, no me malentiendan. Les explico. Hace algunos años, después de la foto que les enseño aquí, la busqué para organizar una nueva junta en donde estuviéramos todas. La llamé varias veces, escuchando de su hermana distintas versiones de por qué no estaba en casa y de por qué no podía ir nunca a las reuniones. Creo que aburrí a la chica con mis insistencias, porque aprovechando mi último llamado me dijo que Carola le pedía mentir por ella, que ya no quería seguir juntándose porque estaba con el novio y no tenía tiempo para absolutamente nada más. Lógicamente sonó un ¡PLOP! en mi cabeza. Desde ese momento no volví a buscarla y por lo que me he enterado gracias a otras fuentes, creo que tiene un hijo y formó su familia. Espero que esté bien y feliz.

Y finalmente estoy yo, sentada a la izquierda y en el suelo- Pepa siempre bromea con que al parecer mis viejos me concibieron en el piso porque siempre que puedo me siento en él. Allí aparezco con una sonrisa reluciente. Por más que lo intente disimular soy una melancólica incurable, de la clase que desearía tener los brazos más largos y más fuertes para encerrar con ellos a mi gente y mantenerla conmigo. Soy una empalagosa que deben remojar en agua y un archivo ambulante en cuanto a sucesos que me parecen relevantes, incluso hasta los insignificantes. Tengo memoria de elefante, como dice mi amigo Danilo que en otro post contaré de él. Pasó el tiempo, inevitablemente, ya tenemos veintisiete años cada una y con distintas responsabilidades. Quizás no hemos cumplido muchos sueños de cuando éramos unas pendejas ilusas, como viajar por el mundo, ser millonarias, pasearnos en un auto último modelo, casa en la playa y tonterías como esas. Yo sólo me conformo y agradezco haberlas conocido porque cada una aportó un granito de arena en la persona que soy ahora… y darme ideas para escribir, aunque no lo sepan…

viernes, 10 de septiembre de 2010

Sin religiones


Déjame darle a la pared con mi puño, darle patadas al tiempo y empujones al fuerte huracán. Déjame, por favor, ir de menos a más. Déjame desafiar a las dictaduras y cuestionar las religiones, que con su fe hipócrita sólo mueven montañas entre los amantes. Si no escapamos ahora su odio nos alcanzará convirtiéndonos en dos extraños más separados por el mar… - dijo la chica católica cuando comprendió que le prohibían amar al protestante. Lo tomó de su mano con fuerza– ¡Que sea Dios y no el hombre quien nos impida seguir adelante! – y así zarparon en un buque hacia el horizonte para poder casarse.


Trozo dedicado a la memoria de Carmen Blest, acusada de delincuente por casarse con un protestante en 1845.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Permiso


Me sorprendió una lluvia de aquellas que se echan de menos en verano al salir de la oficina. Corrí por las calles sintiendo las gotas gordas aterrizar en mi cabeza y en mi blusa, una prenda delgada que vestí por culpa del meteorólogo que en televisión dijo estaría despejado. No me importó, como tampoco me importó pisotear los charcos con entusiasmo. Ya no tenía sentido esquivarlos. A pocas cuadras estaba la estación del Metro y bajé por las escaleras toda empapada. La gente me miraba como si estuviera loca y entonces entendí que sólo a los niños se les permite no usar el paraguas. Por alguna tonta razón sentí que debía disculparme.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Si pudiera


Si pudiera mantener el tiempo entre mis manos podría ver una puesta de sol durante horas. Si pudiera manejar la naturaleza podría acercar la luna hasta mi ventana y limpiar de ella la contaminación de la ciudad. Si pudiera ordenarle a la lluvia, le pediría que me lamiera las heridas y me mojara el cabello, pero como no puedo hacer nada de eso me aferro a mi grandilocuencia y la escribo sin prudencias. Soy feliz con pequeñas cosas. El cigarro entre amigos, la cerveza fría y sin espuma, la inspiración que llega cuando menos te lo esperas. Lo mismo pasa con los defectos. Ellos son el valor agregado en una obra maestra, como la inclinación en la Torre de Pisa o la quebradura en el perfil de la Esfinge. Me gustan, me intrigan. Hay hermosura en todo lo cotidiano como también en los defectos y nos esforzamos en criticarlos. Sin ellos habría una sola belleza simple y aburrida. No necesito toda la Capilla Sixtina para darme cuenta que como yo también tiene defectos. Perfecto es una palabra que si pudiera se la llevaría el viento.