viernes, 29 de agosto de 2008

Condensación


Qué divertido y desconcertante es la guerra de hombros entre una persona y otra al pasar. Estaba a punto de llover a cántaros en esa ciudad atosigada cuando me senté en la parada del autobús observando a la gente sin saber muy bien la razón. Recuerdo que miré hacia el cielo notando su metálico color y oscuras nubes que lo contrastaban como si hubiese sido adrede.

Pedí en voz baja que la lluvia no se hiciese esperar sintiendo cómo el viento claudicaba y la expectación iba en gradual aumento. Las gotas gordas no cayeron sino hasta minutos después, minutos que aproveché para encender un cigarrillo y eliminar intencionalmente el aire puro de mis pulmones. El aguacero dio inicio con una fanfarria clásica y vi que la gente corría confundida, preguntándose si acelerando el paso evitaba mojarse menos. Me reí ante esa interrogante que aún escucho sin respuesta.

Me encantan los días de otoño. Me encanta cómo los liquidámbares se encienden en un fuego que perdura en sus hojas por tres meses, sin ceder en color ni hermosura. Me encanta que el sol se vaya a dormir más temprano. Luego de días de trabajo despiadado sobre nuestras cabezas, por fin nos ha dado una tregua temporal mientras reúne fuerzas allá en el hemisferio norte. Me encanta la cordillera en su vestido otoñal, ese manto que parece merengue de naranja en el ocaso y se ilumina soberbia con los últimos rayos de luz sobre ella.

Todo en esta ciudad parece estar de fiesta en abril. Las hojas cayendo parecen confeti y la línea del follaje camina arrastrado por el viento como carros alegóricos. Me nutro de esos detalles fumando sonriente mi cigarrillo de nicotina suave y sigo deleitándome, esperando ese transporte nefasto que vuelve locos a los citadinos. De pronto, me di cuenta que había dejado de observar a la gente. Preferí mil veces mirar los árboles, las calles húmedas, los perros callejeros, incluso a las palomas grises y violetas que cabeceaban en cada paso.

Me dije a mí misma que no valía la pena fijarme en las personas. Las miradas cálidas estaban en hibernación, la amabilidad se había marchado con el verano, el hastío y el mal humor imperaban cuando de ser tolerantes se trataba la vida interactiva, ésa era la clave. Me entristeció no hacerlos partícipes de esta fiesta otoñal pero francamente me aguaban el momento más que la lluvia tibia que caía.

Ya nadie tenía tiempo para una sonrisa, para una palabra amena, para un “buenas tardes, pase usted” que tanto hacía falta en esta época peyorativa. La elocuencia brotaba como petróleo cuando de discutir derechos se trataba, pero para reservarle a otro el derecho de atención era sencillamente un parto. Comprendí que no quería invitar a esos ocupados de malagana al bello momento de brisas y humus que estaba disfrutando.

Un autobús se detuvo frente a mí impidiéndome seguir paseando mi vista. Fastidiada por el obstáculo, llevé mis ojos hacia las ventanillas ocupadas en su mayoría por pasajeros serios, dándome cuenta que miraban pero no miraban a la vez… Qué cosa más extraña, ¿no?... Suspiré a todo lo que daba mi pecho y resoplé con pesadumbre. Sin embargo, en un breve instante, vi una mano que me saludaba a través de una de ellas. Mi estómago brincó y miré hacia esa ventanilla empañada. No podía creer que alguien en verdad se diera el tiempo de saludar sólo por saludar. Mis labios se curvaron para descubrir una ancha sonrisa y respondí alzando una de mis manos… pero, un momento… ¿quién lo diría?... sólo se trataba de la molesta condensación del vidrio, esas gotas microscópicas de agua que aquella persona limpiaba con largos ademanes. Reí ante mi estupidez y con resignación vi al autobús marcharse.

El Hada y el Extraño



Mientras volaba entre la niebla espesa, las microscópicas gotas del rocío me besaban el rostro y acariciaban mis delicadas alas. Aquella fría mañana, el bosque tenía un aroma diferente. El aura que se ceñía a cada árbol, hierba y roca, tenía la inconfundible densidad de que algo terrible había sucedido. Eso me inquietó. Las hadas sabemos cómo percibir las emociones que expele la naturaleza y me detuve en uno de los troncos mohosos para sentir con mis palmas su energía. Mi piel se erizó de pronto. Afiné mi oído para escuchar por sobre la corriente del riachuelo, del cantar de las aves, del movimiento de las hojas y pude reconocer el sonido de pisadas frenéticas… alguien corriendo… perdido o perseguido. Yo reanudé mi vuelo. Quise saber lo que estaba ocurriendo, así que me aproximé un par de árboles a las orillas del agua y tuve que esconderme tras unas ramas en el acto. Un humano estaba apoyado sobre uno de los robles como si hubiese corrido miles de kilómetros. Agitado, resoplaba en busca de su aliento perdido sosteniendo apenas el peso de su cuerpo. Yo aparté un poco el ramaje para verlo mejor. Parecía asustado y confundido. No quise ni mover un músculo para no alertarlo de mi presencia. Bien sabía yo que éramos muy pequeñas para ser vistas de inmediato, pero el instinto me congeló las acciones.

El desconocido alzó su mentón como si quisiera oler la fragancia del cielo y fue entonces donde pude apreciar sus facciones a mi antojo. Era realmente hermoso. Jamás en mi vida había visto un humano tan de cerca, pero supe al instante que ninguno se igualaría a ése. Sus ojos estaban teñidos con el color del océano. Profundos, salvajes y al mismo tiempo inocentes. Fue tanto mi embeleso que pude rozar sus labios sonrosados sólo con mi mirada traviesa. Me avergoncé de ese atrevimiento pero no pude quitarle de encima mi atención. Comencé a preguntarme quién era, el por qué de su expresión tan angustiada, el estremecimiento que sacudía su cuerpo y los pensamientos que invadían su mente. Me sentí, de súbito, una intrusa sin ningún tipo de derecho.

El muchacho apoyó su frente en el tronco mostrándose agotado e incluso desesperanzado. Sentí la efervescencia de la osadía en mi pecho y volé unos metros hasta detenerme en una de las ramas de aquel mismo roble. A breve distancia, pude observarlo mucho mejor como también oír sus jadeos gracias a su carrera reciente. En mis propios pulmones podía sentir el paso de su aire con dificultad, el joven humedeció las comisuras de su boca siendo ese gesto algo alucinante… no pude hallar muchos defectos o rudezas en sus formas, parecían casi talladas a mano.

Imaginé que se trataba de un caballero, un caballero que sobre su fiel caballo defendía el honor de las damiselas a punta de espada, que luchaba contra rufianes con excelente porfía, eliminando de ellos la simplona necesidad de inmortalizar sus crueldades antes que sus propios nombres.

Imaginé su vida extraordinaria. Dueño de miles de tierras lejanas, impensadas, desconocidas… recorriendo el mundo como un explorador para absorber cada una de sus delicias. Ingenuamente, me visualicé siendo su mujer, dejando atrás estas alas y mi condición, para ser humana de pies a cabeza, ser parte de aquella raza tan compleja. Experimentar con él una aventura de ensueño. Escalando montes, conquistando pueblos, desafiando peligros, codiciando tesoros… si las otras hadas supieran lo que estaba anhelando, caerían estupefactas como moscas y me reí silenciosamente por eso.

Podría ser también un príncipe. Un valeroso hidalgo luchando por el bienestar de su pueblo, tal vez por eso se veía tan excitado. Me incliné un poco más para tatuarlo en mi memoria… ¿Cuándo volvería a verlo?... memoricé su sedoso cabello, sus insondables ojos que me capturaron sin indulgencia, el sonido de su cansancio, el vapor de su aliento producto de esa mañana otoñal... me había embrujado, me había asombrado al punto que mis alas habían olvidado cómo empujar el viento y hacerme volar. Estaba flotando sólo ante la maravillosa idea de besarlo aunque fuese sólo por una vez.

Sin embargo, pese a todos mis delirios, mis conjeturas y fantasías, escruté su ceño hallando un rastro de frialdad. Sus rasgos seguían siendo francos, preciosos, pero la incierta expresión que mostraba me contrajo el abdomen y traté de obviarlo. Quizás se trataba de un asesino, un delincuente. Quizás era autor de un millón de brutalidades y yo sintiendo mi corazón arder por él. Sus ojos eran inconsecuentes. Parecían pedir ayuda, ocultar algo e insoportables ganas de revelar otra… todo de una sola vez. Me sentí agobiada, recorriendo un puente entre ese extraño y yo, basado sólo en mis absurdas ideologías.

Creo que me había inclinado demasiado. No estaba pensando con claridad. La famélica urgencia de observarlo lo mejor que pudiese, provocó que una de las ramas se rompiera y generara un ruido que sobresaltó a mi admirado extraño. Él abandonó el tronco paseando su mirada por todo el lugar. Durante un instante creí que me había visto, pero recordé que era imposible.

- ¿Quién anda ahí?- preguntó y me embriagué con el masculino tono de su voz. Quise hablar, quise salir de mi escondite pero no sería más que una molesta polilla ante él, así que retuve dolorosamente mis deseos.

No obstante, el aura volvió a densificarse. Fue como si todo árbol me recordase esa bizarra sensación de un comienzo. Fruncí el ceño y me estremecí del miedo. Conjunto a la inusitada vibración del ambiente, reparé que el joven cambiaba la luz de sus ojos. Después de unos segundos de asegurarse que estaba solo, se dirigió hasta el riachuelo a largas zancadas. Lo seguí con la mirada sin intención de moverme, advertí que escondía algo bajo su capa y antes de poder afirmarlo, mi príncipe soñado arrojó una daga ensangrentada a la corriente para luego perderse entre la niebla, manchando las aguas… desconcertándome completamente.

Carta





“Luego de haber explorado este mundo por caminos diferentes, me siento en mi silla de siempre a observar el mar, enciendo uno de mis cigarrillos y me deleito con los detalles, los pequeños detalles. A decir verdad, nunca vi tan azul este paraje ni las nubes tan risueñas, el humo de mis bocanadas acompañan el perfil profundo de un pensamiento lleno de recuerdos, tal vez ya estoy muy vieja para eso, pero el antiguo baúl que es mi memoria no me deja en paz y de cierta manera lo agradezco en silencio”

“Hoy es un día que llevo tatuado en mi mente, con mis dedos trémulos y gastados deslizo mi lápiz por el papel dejando que la inercia me manipule a su antojo. Me pregunto si aquella persona, quien a recorrido las rutas de la vida siempre dos segundos antes que yo, se sentará en un lugar apartado para detener el tiempo y rescatarme del rincón sucio y oscuro que es el olvido... quizás no, pero me encanta creer que sí. Y esa persona eres tú, quien hoy cumple un año más de vida”

“Las canas me quedan bien, las tomo con gracia dejando que me invadan para alardear sabiduría y experiencia, me envuelvo en ellas y me digo a mí misma que son una ganancia, un verdadero tesoro. Mis arrugas forman una escritura que sólo Dios está dispuesto a revelarme, en mis sonrisas me tejen el rostro y en mis llantos se muestran como cicatrices de toda una vida. Te imagino con el tiempo sobre tu espalda al igual que yo, pero me es imposible. Siempre fuiste una estatua victoriana a la cual algo tan sacrílego como el desgaste no puede tocarla, el viento que me cala estos viejos huesos para ti es una mano invisible que mueve tu cabello para hacerte más bella aún, el recuerdo te guarda, mi cariño te rejuvenece”

“Hoy puedo ser una vieja melancólica que vive de sus escritos para salvar a aquellos que ama, puedo ser una mujer con mil historias y muchas risas para repartir, sin embargo no dejo de llorar por los días que se van ni de gritar por los que ya se han ido. Puedo ser una mejor amiga, de esas que desmenuzan su orgullo sólo para volver a oír una voz querida, para abrazar sin palabras, para leer un pensamiento; o puedo ser una peor enemiga, capaz de odiar, permitir que el olvido sea su compañero y su corazón un músculo de acero. Son ciertas cosas que conoces bien y que a pesar de los años no cambian como el cuerpo. Soy la misma vieja odiosa llena de curiosidades, obsérvame y verás en mí a esa niña que se aventuró a intentar ser parte de ti, mírame por que así sabrás que el tiempo no me vence ni me limita a acercarte siempre”

“No sé qué estarás haciendo ahora, pero antes de dejar mi silla y de mirar el mar quiero cerrar este escrito con letras de oro, aunque no estoy segura de poder hacerlo. Una vez lloré mis dolores en tu regazo, reímos ebrias de licor y recuerdos, dijimos cosas que hirieron tanto como sal en una herida y prometimos no separarnos abandonando toda crítica ajena... ¿Qué nos faltará por hacer? Quizás contarle a nuestros nietos que una vez existió un grupo de personas enlazadas por el destino, residentes de una esquina acogedora, pero que dentro de él dos personas no necesitaban hablar para conversar ni tocarse para sentirse... y ésas somos nosotras”

Para una de mis mejores amigas, Carla
27 de abril de 2004

Tu Llegada





Cuando supimos de tu existencia una tarde de abril fue realmente confuso. Teníamos entre dieciséis y diecisiete años, platicábamos dentro del aula de clases sobre cosas triviales, graciosas y rutinarias cuando sin aviso Claudia dejó caer frente a nosotras una prueba de embarazo con una marca positiva sobre ella… eso nos removió el piso. Tu madre no sabía qué decir además de estar muy expectante ante nuestra reacción. Las palabras de apoyo y entusiasmo que el grupo entero expresó la mantuvieron tranquila pero yo... guardé silencio sin saber cómo mirarla. Había olvidado abrazarla, hablarle, ni siquiera abrí mis labios, supe al instante que esa actitud abofeteó las nuevas esperanzas de mi amiga, tu madre”


“Tu esencia se sentía en el aire, tu energía nos encadenó y la sensibilidad estaba a flor de piel como también la difícil tarea de aceptar los hechos recientes. Claudia se hallaba serena, tranquila, te sentía... te esperaba. Su vientre crecía y tú dabas muestras claras de querer ser partícipe de nuestra amistad, tu abuela se encargó de marcar con fuego en la piel de Claudia el catastrófico error que había cometido, ¿Era tan así? No sabíamos exactamente si esa etiqueta era la adecuada, día a día batallábamos porfiadamente contra los complicados sentimientos de tu madre mientras que ella buscaba la manera de encajar dentro de los orgullos de su familia para verse aceptada”


“Al pasar el tiempo, busqué en mí la fortaleza necesaria para apoyar a Claudia, ya no me costaba trabajo tomar su mano, su rostro, decirle muchas cosas que quizás ya no le importaban en ese momento, pero me di cuenta de que no necesitaba de tanta fuerza ajena porque ella poseía un carácter increíble, tanto así que no se levantaba del suelo cuando caía, sino que no alcanzaba a tocarlo cuando ya se levantaba y juro que aprendí más de ella que de nadie más. La amistad de escuela que manteníamos seis jóvenes formaron alrededor de ti una familia postiza durante esos duros meses. Tú crecías al tiempo que crecía nuestra unión lo que nos permitió- y perdóname la cursilería- crearnos miles de promesas que lógicamente nunca se cumplieron al pie de la letra como una receta médica. Tu madre se veía hermosa, su brillo cambió drásticamente dando paso a una mujer decidida, clara e incondicional, el vientre que lucía nos provocaba protegerla y en la intimidad de nuestras reuniones siempre posábamos nuestras manos sobre él para sentir ese milagro que eras tú, lo que resultaba bastante fácil porque te movías como un pez en el agua. Claudia en la escuela se comportaba como la más experimentada, la más sabia, con un espíritu maternal que alcanzaba para todas. Si hubieras visto las veces que tu madre se enfadaba porque no dejábamos de bromear a toda hora ignorando los deberes, siempre nos mantuvo con un pie sobre la tierra y le estoy agradecida, porque a pesar de ser tan real volábamos todas juntas en fantasías infantiles riendo sin parar”


“El día que te conocí fue por medio de una pantalla de televisión y sin lugar a dudas fue uno de los días más calurosos del año, parecido al día en que naciste pero aún no llego a eso. Cuando ingresamos a la consulta del médico en el centro de Santiago, me resultó extraño porque nunca había estado en esos lugares, éramos las más jóvenes en esa sala de espera y cuando nos llamaron para entrar las miradas ajenas nos atravesaron la nuca. El doctor fue bastante amable, hizo un poco más cómoda esa oficina que estaba llena de instrumentos inquietantes, sillas deformes, máquinas ambiguas y dibujos de mujeres transparentes que mostraban sus órganos y sexo a quien quisiera verlos. Realmente me sentí mareada. Tu madre se recostó con aplomo en una especie de camilla demostrando estar mucho más tranquila que yo, el doctor procedió a buscarte con un aparato que deslizaba sobre el vientre y frente a mí apareciste tú, increíble, perfecta, ansiosa. Claudia no disimuló su sonrisa satisfecha y yo me conmoví sin esperarlo”


“Al estar juntas las seis nada más parecía importar, planeábamos las cosas que te enseñaríamos, lo que haríamos cuando fueras mayor, lo que te encubriríamos, lo bella que serías y reíamos inocentes porque estábamos orgullosas de ser parte la vida de tu madre. No sé si alguna vez te lo mencionará, pero ese grupo de locas éramos las mejores amigas que se hubieran visto, nos consideramos tus tías desde el primer momento sin cuestionarlo, pero con las vueltas de esta vida inquieta todo cambia. Las tías que construyeron para ti un escenario seguro, sin estigmas ni reproches, se volvieron tan etéreas como el humo olvidándonos unas a otras”


“Recuerdo esa tarde que viajamos por asuntos académicos al Cajón del Maipo, en las afueras de Santiago. Todo el curso encaramado en un bus bastante ordinario que mantenía a Claudia incómoda en esos asientos de mierda y asqueada por el desastroso baño al final del pasillo. Pepa y yo estábamos sentadas a un costado de tu madre hasta que ella optó por ubicarse entre nosotras con la excusa de sentirse sola. Viajamos cerca de dos horas apoyadas en una nalga para darle a Claudia el espacio que en verdad necesitaba. Sin embargo, reímos todo el camino como tres niñas ilusas, veíamos el paisaje correr por la ventanilla comprendiendo que llevábamos más ropa de la que el clima nos permitía y mientras deseábamos llegar pronto nos moríamos de calor”
“En ese paseo estábamos todas preocupadas por Claudia y tu bienestar. Al llegar al Cajón del Maipo nos fuimos a jugar en la nieve y tu madre subía por la cuesta para deslizarse de culo sentada en una bolsa como lo hacíamos todos nosotros. Con los nervios tomados le permitimos hacerlo, era causa perdida prohibirle algo por lo tanto sólo podíamos vigilarla con disimulo para que no se sintiera como una enferma... pero esos detalles son el sabor de estos recuerdos”


“El día de tu nacimiento fue memorable, el calor que quemaba el asfalto reemplazaba el viento tan anhelado por todos los santiaguinos escondidos bajo los árboles, entre ellos Pepa, Gianinna y yo caminábamos en línea recta hacia el lejano hospital gracias a un descuido que nos hizo viajar más allá del mismo carajo. Tu madre había iniciado la labor de traerte al mundo la madrugada del 11 de enero y cuando tu tía Susana me llamó por teléfono avisándome la novedad, nosotras planeamos ir a conocerte en persona. Nos reunimos, esperamos el autobús y sin quitarme culpa nos envié a una dirección equivocada que nos hizo sufrir por varias cuadras. Al llegar a las puertas del inmueble teníamos el sol enredado en el cabello, nos dijimos un par de reproches que nos mandó el humor a la mierda más aún porque faltaban Jeannette y Carola en esa visita, pero preferimos obviarlo y subir hasta tu habitación con la cara llena de risa para que tu madre no sospechara absolutamente nada”


“Allí estabas tú, dormida en una cuna, pequeña, indefensa y tan bella que me intimidó tomarte en brazos. Eras tal cual como te imaginábamos, con el perfil respingado como oliendo el viento, tus dedos delgados, tus cabellos color indefinido, tu piel sensible. Gianinna, la más maternal de todas, te levantó al instante recorriéndote con la mirada, examinándote minuciosamente rincón por rincón mientras que Pepa y yo nos sentábamos rendidas a los pies de la cama. Claudia tenía el rostro agotado, en cada una de sus facciones se reflejaba el esfuerzo que realizó al traerte y con el miedo tan marcado que sus ojos tenían un color diferente. La besé en la mejilla sin hablar mucho, tus abuelos estaban presentes también filmando el momento- lo que lamenté porque estaba tan poco dispuesta a las cámaras que no hice ningún comentario digno de inmortalización. Paseé la vista por la gran sala de maternidad, reparé que habían muchas madres recién paridas y que la más joven era Claudia, las enfermeras iban y venían de un lugar a otro al tiempo que la visita se acababa rápidamente siendo una verdadera pena, necesitaba hablar con Claudia más de lo que conseguí decirle y me fui con la sensación de haber hecho una visita mediocre”


“Los meses pasaron con alarmante rapidez, crecías muy bien y eso mantenía viva a tu madre. Muchas veces ella se encontraba acorralada entre las palabras indolentes de tu abuela y me llamaba por teléfono para poder conversar. Nunca me consideré de mucha ayuda moral para Claudia, pero con paciencia intentaba introducirme entre los recodos de su corazón para arrancar ese peso que no le permitía volver a volar con nosotras. Aunque sequé sus lágrimas menos veces de las que hubiese querido, te tomé en brazos muy esporádicamente, me enfrenté a sus fantasmas no como la amiga que quizás ella esperaba y dentro del grupo ya se sentía que la niñez y los sueños nos estaban abandonando. Las promesas de tus tías comenzaban a desaparecer sutilmente”

“Al bautizarte una noche de invierno, ocurrió algo inesperado que nos sacudió a todas. No sabría decirte si fue gracias a lo que estábamos celebrando o al hecho de que Claudia estaba sensible o, incluso, tu poderosa presencia, pero la noche que fuimos a la capilla para presenciar tu ceremonia, esperada por varias semanas, Pepa no deseaba asistir porque días antes había tenido una fuerte discusión con tu madre, absurda pero fuerte. Después de eso, me preguntaba si ella llegaría a tu bautizo, si la indulgencia tendría cabida entre las dos y al acercarme a las puertas principales de la capilla Pepa estaba allí, abrigada por un gamulán de color café, los cabellos al viento frío y con una mirada de incertidumbre que sólo me provocó volverme hacia la puerta para que entráramos de una vez”


“Nos situamos al final de todas las butacas sin querer alertar a nadie de nuestra presencia, vimos a Claudia de espaldas al público contigo en brazos y en ocasiones te entregaba a tu tía Susana. Te veías linda, con un vestido blanco, un delicado lazo en tu cabeza y tu mirada soñadora más definida que nunca. Miré de soslayo a las demás muchachas que estaban sentadas a mi lado y todas sonreían admiradas, orgullosas, repitiéndose quizás lo mismo: “Cómo ha pasado el tiempo” Entonces, Claudia se levantó despacio para llevarte hacia el púlpito donde te esperaba el religioso”


“El cura mojó tu cabeza mientras que alzaba una mano hacia el cielo clamando a los ángeles que te protegieran, a Dios para que te guiara por el sendero amplio de la verdad, que los sagrados votos católicos tocaran tu corazón y que nunca, pero nunca se te ocurriera no hacer la primera comunión, la confirmación y todas esas ceremonias ordenadas militarmente para que algún día puedas casarte como la gente y refregar en la cara de cualquiera que tienes tus papeles celestiales al día con San Pedro burocrático”


“En fin... el bautizo acabó entre fotos, abrazos, velas encendidas e invitaciones a la comilona de gula que nos aguardaba en casa. Pepa no esperó a que la gente desocupara el lugar para salir de ahí, se levantó de la butaca de un salto, la retuve del brazo con la esperanza de que Claudia la viera por lo menos un minuto y antes de que pudiera hacer algo Pepa me apartó y caminó hasta la salida rompiendo en llanto. Sentí el corazón apretado, tenía un sentimiento de culpa corrosiva en el pecho ya que había sido yo quien le había insistido en que fuera a la ceremonia. Verla irse trastabillando entre las butacas sólo me sumó una tonelada de arrepentimiento al estómago. No lo pensé dos veces y fui tras ella. Lo curioso fue que al llegar a las grandes puertas de la capilla Claudia había sorteado a toda esa gente para llegar casi de inmediato y sin vacilar ni un segundo entrelazó a Pepa por los hombros para abrazarla fuertemente, sin decir palabra alguna. En ese instante comprendí que no fue ninguna coincidencia habernos hecho amigas”


“La escuela había terminado, los caminos comenzaron a separarse y nosotras también. Tus cinco tías se habían convertido en tres lanzándonos a la cara esos absurdos juramentos. Las enseñanzas sobre la vida que pensábamos darte cambiaron junto con nuestra forma de ver el mundo, nos perdimos en nuevas experiencias, nos alejamos de los sueños juveniles, olvidamos tu sonrisa, tus coquetas pestañas, el lunar de tu mentón y por sobre todo olvidamos ser cinco, las que debían cumplir con amarte...”



Al terminar de escribir, Amanda levantó la vista y notó con regocijo que había comenzado a llover. Era la primera lluvia del año, tuvo el impulso de salir para sentir las gotas sobre su rostro, su cabello, sus manos, pero antes de hacerlo releyó lo escrito con una sonrisa en sus labios. No sabía qué era precisamente lo que había hecho, juntó las hojas entre sus dedos y antes de colocar su nombre al pie de la página desvió su mirada hacia la fotografía de sus amigas en uniforme escolar colgada en el muro de su habitación...