viernes, 29 de agosto de 2008

El Hada y el Extraño



Mientras volaba entre la niebla espesa, las microscópicas gotas del rocío me besaban el rostro y acariciaban mis delicadas alas. Aquella fría mañana, el bosque tenía un aroma diferente. El aura que se ceñía a cada árbol, hierba y roca, tenía la inconfundible densidad de que algo terrible había sucedido. Eso me inquietó. Las hadas sabemos cómo percibir las emociones que expele la naturaleza y me detuve en uno de los troncos mohosos para sentir con mis palmas su energía. Mi piel se erizó de pronto. Afiné mi oído para escuchar por sobre la corriente del riachuelo, del cantar de las aves, del movimiento de las hojas y pude reconocer el sonido de pisadas frenéticas… alguien corriendo… perdido o perseguido. Yo reanudé mi vuelo. Quise saber lo que estaba ocurriendo, así que me aproximé un par de árboles a las orillas del agua y tuve que esconderme tras unas ramas en el acto. Un humano estaba apoyado sobre uno de los robles como si hubiese corrido miles de kilómetros. Agitado, resoplaba en busca de su aliento perdido sosteniendo apenas el peso de su cuerpo. Yo aparté un poco el ramaje para verlo mejor. Parecía asustado y confundido. No quise ni mover un músculo para no alertarlo de mi presencia. Bien sabía yo que éramos muy pequeñas para ser vistas de inmediato, pero el instinto me congeló las acciones.

El desconocido alzó su mentón como si quisiera oler la fragancia del cielo y fue entonces donde pude apreciar sus facciones a mi antojo. Era realmente hermoso. Jamás en mi vida había visto un humano tan de cerca, pero supe al instante que ninguno se igualaría a ése. Sus ojos estaban teñidos con el color del océano. Profundos, salvajes y al mismo tiempo inocentes. Fue tanto mi embeleso que pude rozar sus labios sonrosados sólo con mi mirada traviesa. Me avergoncé de ese atrevimiento pero no pude quitarle de encima mi atención. Comencé a preguntarme quién era, el por qué de su expresión tan angustiada, el estremecimiento que sacudía su cuerpo y los pensamientos que invadían su mente. Me sentí, de súbito, una intrusa sin ningún tipo de derecho.

El muchacho apoyó su frente en el tronco mostrándose agotado e incluso desesperanzado. Sentí la efervescencia de la osadía en mi pecho y volé unos metros hasta detenerme en una de las ramas de aquel mismo roble. A breve distancia, pude observarlo mucho mejor como también oír sus jadeos gracias a su carrera reciente. En mis propios pulmones podía sentir el paso de su aire con dificultad, el joven humedeció las comisuras de su boca siendo ese gesto algo alucinante… no pude hallar muchos defectos o rudezas en sus formas, parecían casi talladas a mano.

Imaginé que se trataba de un caballero, un caballero que sobre su fiel caballo defendía el honor de las damiselas a punta de espada, que luchaba contra rufianes con excelente porfía, eliminando de ellos la simplona necesidad de inmortalizar sus crueldades antes que sus propios nombres.

Imaginé su vida extraordinaria. Dueño de miles de tierras lejanas, impensadas, desconocidas… recorriendo el mundo como un explorador para absorber cada una de sus delicias. Ingenuamente, me visualicé siendo su mujer, dejando atrás estas alas y mi condición, para ser humana de pies a cabeza, ser parte de aquella raza tan compleja. Experimentar con él una aventura de ensueño. Escalando montes, conquistando pueblos, desafiando peligros, codiciando tesoros… si las otras hadas supieran lo que estaba anhelando, caerían estupefactas como moscas y me reí silenciosamente por eso.

Podría ser también un príncipe. Un valeroso hidalgo luchando por el bienestar de su pueblo, tal vez por eso se veía tan excitado. Me incliné un poco más para tatuarlo en mi memoria… ¿Cuándo volvería a verlo?... memoricé su sedoso cabello, sus insondables ojos que me capturaron sin indulgencia, el sonido de su cansancio, el vapor de su aliento producto de esa mañana otoñal... me había embrujado, me había asombrado al punto que mis alas habían olvidado cómo empujar el viento y hacerme volar. Estaba flotando sólo ante la maravillosa idea de besarlo aunque fuese sólo por una vez.

Sin embargo, pese a todos mis delirios, mis conjeturas y fantasías, escruté su ceño hallando un rastro de frialdad. Sus rasgos seguían siendo francos, preciosos, pero la incierta expresión que mostraba me contrajo el abdomen y traté de obviarlo. Quizás se trataba de un asesino, un delincuente. Quizás era autor de un millón de brutalidades y yo sintiendo mi corazón arder por él. Sus ojos eran inconsecuentes. Parecían pedir ayuda, ocultar algo e insoportables ganas de revelar otra… todo de una sola vez. Me sentí agobiada, recorriendo un puente entre ese extraño y yo, basado sólo en mis absurdas ideologías.

Creo que me había inclinado demasiado. No estaba pensando con claridad. La famélica urgencia de observarlo lo mejor que pudiese, provocó que una de las ramas se rompiera y generara un ruido que sobresaltó a mi admirado extraño. Él abandonó el tronco paseando su mirada por todo el lugar. Durante un instante creí que me había visto, pero recordé que era imposible.

- ¿Quién anda ahí?- preguntó y me embriagué con el masculino tono de su voz. Quise hablar, quise salir de mi escondite pero no sería más que una molesta polilla ante él, así que retuve dolorosamente mis deseos.

No obstante, el aura volvió a densificarse. Fue como si todo árbol me recordase esa bizarra sensación de un comienzo. Fruncí el ceño y me estremecí del miedo. Conjunto a la inusitada vibración del ambiente, reparé que el joven cambiaba la luz de sus ojos. Después de unos segundos de asegurarse que estaba solo, se dirigió hasta el riachuelo a largas zancadas. Lo seguí con la mirada sin intención de moverme, advertí que escondía algo bajo su capa y antes de poder afirmarlo, mi príncipe soñado arrojó una daga ensangrentada a la corriente para luego perderse entre la niebla, manchando las aguas… desconcertándome completamente.

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