viernes, 29 de agosto de 2008

Tu Llegada





Cuando supimos de tu existencia una tarde de abril fue realmente confuso. Teníamos entre dieciséis y diecisiete años, platicábamos dentro del aula de clases sobre cosas triviales, graciosas y rutinarias cuando sin aviso Claudia dejó caer frente a nosotras una prueba de embarazo con una marca positiva sobre ella… eso nos removió el piso. Tu madre no sabía qué decir además de estar muy expectante ante nuestra reacción. Las palabras de apoyo y entusiasmo que el grupo entero expresó la mantuvieron tranquila pero yo... guardé silencio sin saber cómo mirarla. Había olvidado abrazarla, hablarle, ni siquiera abrí mis labios, supe al instante que esa actitud abofeteó las nuevas esperanzas de mi amiga, tu madre”


“Tu esencia se sentía en el aire, tu energía nos encadenó y la sensibilidad estaba a flor de piel como también la difícil tarea de aceptar los hechos recientes. Claudia se hallaba serena, tranquila, te sentía... te esperaba. Su vientre crecía y tú dabas muestras claras de querer ser partícipe de nuestra amistad, tu abuela se encargó de marcar con fuego en la piel de Claudia el catastrófico error que había cometido, ¿Era tan así? No sabíamos exactamente si esa etiqueta era la adecuada, día a día batallábamos porfiadamente contra los complicados sentimientos de tu madre mientras que ella buscaba la manera de encajar dentro de los orgullos de su familia para verse aceptada”


“Al pasar el tiempo, busqué en mí la fortaleza necesaria para apoyar a Claudia, ya no me costaba trabajo tomar su mano, su rostro, decirle muchas cosas que quizás ya no le importaban en ese momento, pero me di cuenta de que no necesitaba de tanta fuerza ajena porque ella poseía un carácter increíble, tanto así que no se levantaba del suelo cuando caía, sino que no alcanzaba a tocarlo cuando ya se levantaba y juro que aprendí más de ella que de nadie más. La amistad de escuela que manteníamos seis jóvenes formaron alrededor de ti una familia postiza durante esos duros meses. Tú crecías al tiempo que crecía nuestra unión lo que nos permitió- y perdóname la cursilería- crearnos miles de promesas que lógicamente nunca se cumplieron al pie de la letra como una receta médica. Tu madre se veía hermosa, su brillo cambió drásticamente dando paso a una mujer decidida, clara e incondicional, el vientre que lucía nos provocaba protegerla y en la intimidad de nuestras reuniones siempre posábamos nuestras manos sobre él para sentir ese milagro que eras tú, lo que resultaba bastante fácil porque te movías como un pez en el agua. Claudia en la escuela se comportaba como la más experimentada, la más sabia, con un espíritu maternal que alcanzaba para todas. Si hubieras visto las veces que tu madre se enfadaba porque no dejábamos de bromear a toda hora ignorando los deberes, siempre nos mantuvo con un pie sobre la tierra y le estoy agradecida, porque a pesar de ser tan real volábamos todas juntas en fantasías infantiles riendo sin parar”


“El día que te conocí fue por medio de una pantalla de televisión y sin lugar a dudas fue uno de los días más calurosos del año, parecido al día en que naciste pero aún no llego a eso. Cuando ingresamos a la consulta del médico en el centro de Santiago, me resultó extraño porque nunca había estado en esos lugares, éramos las más jóvenes en esa sala de espera y cuando nos llamaron para entrar las miradas ajenas nos atravesaron la nuca. El doctor fue bastante amable, hizo un poco más cómoda esa oficina que estaba llena de instrumentos inquietantes, sillas deformes, máquinas ambiguas y dibujos de mujeres transparentes que mostraban sus órganos y sexo a quien quisiera verlos. Realmente me sentí mareada. Tu madre se recostó con aplomo en una especie de camilla demostrando estar mucho más tranquila que yo, el doctor procedió a buscarte con un aparato que deslizaba sobre el vientre y frente a mí apareciste tú, increíble, perfecta, ansiosa. Claudia no disimuló su sonrisa satisfecha y yo me conmoví sin esperarlo”


“Al estar juntas las seis nada más parecía importar, planeábamos las cosas que te enseñaríamos, lo que haríamos cuando fueras mayor, lo que te encubriríamos, lo bella que serías y reíamos inocentes porque estábamos orgullosas de ser parte la vida de tu madre. No sé si alguna vez te lo mencionará, pero ese grupo de locas éramos las mejores amigas que se hubieran visto, nos consideramos tus tías desde el primer momento sin cuestionarlo, pero con las vueltas de esta vida inquieta todo cambia. Las tías que construyeron para ti un escenario seguro, sin estigmas ni reproches, se volvieron tan etéreas como el humo olvidándonos unas a otras”


“Recuerdo esa tarde que viajamos por asuntos académicos al Cajón del Maipo, en las afueras de Santiago. Todo el curso encaramado en un bus bastante ordinario que mantenía a Claudia incómoda en esos asientos de mierda y asqueada por el desastroso baño al final del pasillo. Pepa y yo estábamos sentadas a un costado de tu madre hasta que ella optó por ubicarse entre nosotras con la excusa de sentirse sola. Viajamos cerca de dos horas apoyadas en una nalga para darle a Claudia el espacio que en verdad necesitaba. Sin embargo, reímos todo el camino como tres niñas ilusas, veíamos el paisaje correr por la ventanilla comprendiendo que llevábamos más ropa de la que el clima nos permitía y mientras deseábamos llegar pronto nos moríamos de calor”
“En ese paseo estábamos todas preocupadas por Claudia y tu bienestar. Al llegar al Cajón del Maipo nos fuimos a jugar en la nieve y tu madre subía por la cuesta para deslizarse de culo sentada en una bolsa como lo hacíamos todos nosotros. Con los nervios tomados le permitimos hacerlo, era causa perdida prohibirle algo por lo tanto sólo podíamos vigilarla con disimulo para que no se sintiera como una enferma... pero esos detalles son el sabor de estos recuerdos”


“El día de tu nacimiento fue memorable, el calor que quemaba el asfalto reemplazaba el viento tan anhelado por todos los santiaguinos escondidos bajo los árboles, entre ellos Pepa, Gianinna y yo caminábamos en línea recta hacia el lejano hospital gracias a un descuido que nos hizo viajar más allá del mismo carajo. Tu madre había iniciado la labor de traerte al mundo la madrugada del 11 de enero y cuando tu tía Susana me llamó por teléfono avisándome la novedad, nosotras planeamos ir a conocerte en persona. Nos reunimos, esperamos el autobús y sin quitarme culpa nos envié a una dirección equivocada que nos hizo sufrir por varias cuadras. Al llegar a las puertas del inmueble teníamos el sol enredado en el cabello, nos dijimos un par de reproches que nos mandó el humor a la mierda más aún porque faltaban Jeannette y Carola en esa visita, pero preferimos obviarlo y subir hasta tu habitación con la cara llena de risa para que tu madre no sospechara absolutamente nada”


“Allí estabas tú, dormida en una cuna, pequeña, indefensa y tan bella que me intimidó tomarte en brazos. Eras tal cual como te imaginábamos, con el perfil respingado como oliendo el viento, tus dedos delgados, tus cabellos color indefinido, tu piel sensible. Gianinna, la más maternal de todas, te levantó al instante recorriéndote con la mirada, examinándote minuciosamente rincón por rincón mientras que Pepa y yo nos sentábamos rendidas a los pies de la cama. Claudia tenía el rostro agotado, en cada una de sus facciones se reflejaba el esfuerzo que realizó al traerte y con el miedo tan marcado que sus ojos tenían un color diferente. La besé en la mejilla sin hablar mucho, tus abuelos estaban presentes también filmando el momento- lo que lamenté porque estaba tan poco dispuesta a las cámaras que no hice ningún comentario digno de inmortalización. Paseé la vista por la gran sala de maternidad, reparé que habían muchas madres recién paridas y que la más joven era Claudia, las enfermeras iban y venían de un lugar a otro al tiempo que la visita se acababa rápidamente siendo una verdadera pena, necesitaba hablar con Claudia más de lo que conseguí decirle y me fui con la sensación de haber hecho una visita mediocre”


“Los meses pasaron con alarmante rapidez, crecías muy bien y eso mantenía viva a tu madre. Muchas veces ella se encontraba acorralada entre las palabras indolentes de tu abuela y me llamaba por teléfono para poder conversar. Nunca me consideré de mucha ayuda moral para Claudia, pero con paciencia intentaba introducirme entre los recodos de su corazón para arrancar ese peso que no le permitía volver a volar con nosotras. Aunque sequé sus lágrimas menos veces de las que hubiese querido, te tomé en brazos muy esporádicamente, me enfrenté a sus fantasmas no como la amiga que quizás ella esperaba y dentro del grupo ya se sentía que la niñez y los sueños nos estaban abandonando. Las promesas de tus tías comenzaban a desaparecer sutilmente”

“Al bautizarte una noche de invierno, ocurrió algo inesperado que nos sacudió a todas. No sabría decirte si fue gracias a lo que estábamos celebrando o al hecho de que Claudia estaba sensible o, incluso, tu poderosa presencia, pero la noche que fuimos a la capilla para presenciar tu ceremonia, esperada por varias semanas, Pepa no deseaba asistir porque días antes había tenido una fuerte discusión con tu madre, absurda pero fuerte. Después de eso, me preguntaba si ella llegaría a tu bautizo, si la indulgencia tendría cabida entre las dos y al acercarme a las puertas principales de la capilla Pepa estaba allí, abrigada por un gamulán de color café, los cabellos al viento frío y con una mirada de incertidumbre que sólo me provocó volverme hacia la puerta para que entráramos de una vez”


“Nos situamos al final de todas las butacas sin querer alertar a nadie de nuestra presencia, vimos a Claudia de espaldas al público contigo en brazos y en ocasiones te entregaba a tu tía Susana. Te veías linda, con un vestido blanco, un delicado lazo en tu cabeza y tu mirada soñadora más definida que nunca. Miré de soslayo a las demás muchachas que estaban sentadas a mi lado y todas sonreían admiradas, orgullosas, repitiéndose quizás lo mismo: “Cómo ha pasado el tiempo” Entonces, Claudia se levantó despacio para llevarte hacia el púlpito donde te esperaba el religioso”


“El cura mojó tu cabeza mientras que alzaba una mano hacia el cielo clamando a los ángeles que te protegieran, a Dios para que te guiara por el sendero amplio de la verdad, que los sagrados votos católicos tocaran tu corazón y que nunca, pero nunca se te ocurriera no hacer la primera comunión, la confirmación y todas esas ceremonias ordenadas militarmente para que algún día puedas casarte como la gente y refregar en la cara de cualquiera que tienes tus papeles celestiales al día con San Pedro burocrático”


“En fin... el bautizo acabó entre fotos, abrazos, velas encendidas e invitaciones a la comilona de gula que nos aguardaba en casa. Pepa no esperó a que la gente desocupara el lugar para salir de ahí, se levantó de la butaca de un salto, la retuve del brazo con la esperanza de que Claudia la viera por lo menos un minuto y antes de que pudiera hacer algo Pepa me apartó y caminó hasta la salida rompiendo en llanto. Sentí el corazón apretado, tenía un sentimiento de culpa corrosiva en el pecho ya que había sido yo quien le había insistido en que fuera a la ceremonia. Verla irse trastabillando entre las butacas sólo me sumó una tonelada de arrepentimiento al estómago. No lo pensé dos veces y fui tras ella. Lo curioso fue que al llegar a las grandes puertas de la capilla Claudia había sorteado a toda esa gente para llegar casi de inmediato y sin vacilar ni un segundo entrelazó a Pepa por los hombros para abrazarla fuertemente, sin decir palabra alguna. En ese instante comprendí que no fue ninguna coincidencia habernos hecho amigas”


“La escuela había terminado, los caminos comenzaron a separarse y nosotras también. Tus cinco tías se habían convertido en tres lanzándonos a la cara esos absurdos juramentos. Las enseñanzas sobre la vida que pensábamos darte cambiaron junto con nuestra forma de ver el mundo, nos perdimos en nuevas experiencias, nos alejamos de los sueños juveniles, olvidamos tu sonrisa, tus coquetas pestañas, el lunar de tu mentón y por sobre todo olvidamos ser cinco, las que debían cumplir con amarte...”



Al terminar de escribir, Amanda levantó la vista y notó con regocijo que había comenzado a llover. Era la primera lluvia del año, tuvo el impulso de salir para sentir las gotas sobre su rostro, su cabello, sus manos, pero antes de hacerlo releyó lo escrito con una sonrisa en sus labios. No sabía qué era precisamente lo que había hecho, juntó las hojas entre sus dedos y antes de colocar su nombre al pie de la página desvió su mirada hacia la fotografía de sus amigas en uniforme escolar colgada en el muro de su habitación...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias amiga, he releido por almenos quinta vez el cuento que le escribiste a la Dharma y no puedo evitar emocionarme nuevamente. Te adoro mucho por verme siempre tan fuerte, aunque yo no lo crea de mi misma, por hacerme sentir especial, digna de tus escritos (que tanto me gustan). Tengo los ojos un poco húmedos ahora, y cuando hace unos minutos se lo leia a la Dharma me tiritaba la voz.
Te amo mucho, eres mi mejor amiga y nunca pienses que no vas a ser la mejor escritora, porque ya lo eres.

Aldana dijo...

Extraña sensación leer algo que pasó mientras estaba en mi propio mundo de aquellos años, sentado en ese banco tres puestos hacia el fnodo desde la pauerta de entrada.
Deja Vu quizás sea el mejor concepto para explicar la sensaciópn de leer esto. Cuantas cosas pasaban mientras aún vivía una infancia Asperger prolongada por aquellos años!!!
Pero que excelente historia la de Claudia, su hijo(a) y sus tías.
Con tal descripción casi me sentí en ese bautizo.
Se agradece.