lunes, 29 de diciembre de 2014

Golpes


Para Evanna Volker el Kiokushinkai era una práctica relajante. Necesito sacudirme toda esta mierda de encima, pensaba mientras se vestía con su ropa deportiva y se dirigía a una habitación vacía de su apartamento que destinaba para esas instancias. Kiokushinkai era un estilo de karate el cual buscaba la mejora personal por medio del control de la mente y el cuerpo. Desde pequeña que lo practicaba y gracias a ello pudo recuperar la confianza perdida por culpa de un pasado tormentoso. Sus movimientos eran certeros, rápidos, coordinados. A puños cerrados golpeaba el aire y avanzaba a cortos pasos con la mirada fija en un punto.  Necesitaba despejarse, liberar fuerza y cansarse, de lo contrario estaría dándose vueltas en su cama como una demente hasta despuntar el alba.


La joven neoyorquina seguía sintiendo el gatillo y la patada del disparo en su mano, en su brazo, en el alma. No estaba arrepentida, por algo se había convertido en detective, sin embargo trataba de aferrarse a ese último rastro de sensibilidad que le quedaba. No quería volverse una máquina fría y calculadora, ella no era así. Tenía sangre en las venas, maldita sea. El recuerdo de esa tarde nefasta seguía martillándole la cabeza por lo que aumentó la energía en su entrenamiento. 

Golpe, ella corriendo por un callejón con su arma automática empuñada; golpe, ella esquivando tarros de basura dando saltos desesperados; golpe, el agresor contra una pared con el niño entre sus brazos; golpe, ella lo apunta pidiendo a gritos que lo suelte; golpe, él no hace caso y lame la mejilla del infante con asquerosa sugerencia; golpe, ella agudizando su puntería y esperando lo peor; golpe, el hombre intentando romper el débil cuello de su víctima; golpe, ella disparando con tal precisión que la bala se insertó entre sus cejas limpiamente. Fin del caso... fin del ejercicio. Evanna exhala sonoramente en el silencio de su apartamento, agotada y con el corazón acelerado.