miércoles, 24 de julio de 2013

Festejo



Tenía la fuerza de muchas mujeres en una mirada. Sus pechos eran firmes y prueba fidedigna de que no era necesario el metal para una armadura perfecta. Había luchado, bajado la guardia y vuelto a alzarla. Había practicado el sexo con y sin amor aprendiendo que el corazón es el principal músculo a involucrar. Las caricias eran mucho más tersas y elocuentes en una piel deseada, el cansancio se sacudía mejor durmiendo sobre un pecho amado. Había permitido que el placer banal inundara sus ojos volviéndola ciega, engañada, una genio encerrada en una botella reforzada. Suficiente de tanta mierda, suficiente de llenar las venas de responsabilidad y culpas cuando la felicidad reside en los impulsos naturales, en el verdadero anhelo que muere con la infancia. 
Era joven, era hermosa, era amiga, madre, hija y no la esponja de reproche y semen que rebota entre paredes.  
Adiós para aquellos malditos, debía marcharse. Llegaba tarde a la fiesta de bienvenida a su vida desde ahora en adelante.

lunes, 22 de julio de 2013

Déjame ir


Sólo tenía empacados su cepillo de dientes y un par de jeans en esa maleta de ilusiones. Con su guitarra colgando de su hombro, la joven dio un último vistazo a su departamento tipo estudio antes de dejarlo. Sólo dos años vivió allí pero sintió que había pasado la mitad de su existencia en él y una sensación de nostalgia le mordió el pecho. Miró hacia uno de sus muros sonriendo de medio lado. Semi desnudo, todavía tenía pegadas algunas fotografías que había tomado tanto de la ciudad como de su gente, sus amigos, su familia, esa persona especial. No quiso retirarlas, representaban una fracción de su alma y como migajas de pan las dejó para encontrar el camino de regreso.

El taxi tardó muy poco hasta el aeropuerto. La joven descendió del vehículo y respiró hondo la mezcla de aire puro y contaminado. Una ligera lágrima se derramó por su mejilla. Sintió pena al recordar que un Adiós quedó pendiente, que un Adiós quedó enredado en unos labios amados y un Cuídate murió entre brazos ausentes; pero nada qué hacer. No todos amaban de la misma manera. Alzó el mentón, distribuyó mejor el peso de sus decisiones y casi empujando su cuerpo cruzó la mampara de vidrio hacia la sala de embarque.

Recordó los momentos amargos, los llantos vertidos y sus cantos sin emoción como una forma de fustigarse y seguir avanzando. Tenía que largarse, tenía que mandarse a sí misma lejos y reencontrar las raíces de su esencia sin irse por las ramas. Debía apretar los dientes y mientras dejar sus objetos de metal en el canasto para cruzar el registro de rutina. Sin problema alguno, recibió sus pertenencias de vuelta, cogió su guitarra desde la huincha y se dispuso a caminar cuando escuchó su nombre a sus espaldas. Era él, aquella persona que dejó prendida en el muro semidesnudo de su departamento. Verlo allí la llevó a fruncir el entrecejo. ¿Había algo más por decir? ¿Había más dolor que infringir? ¿Quedaba algún golpe escondido bajo su manga?

-¡No te vayas! ¡Te amo!- gritó él sorteando la seguridad con más torpeza que destreza. Sin embargo, al cruzar el umbral sonó una bulliciosa alarma y los guardias lo detuvieron a viva fuerza frenando su intención. La joven al ver la escena, sonrió con ironía.

-Ya ves. Un corazón duro y frío como el tuyo suele sonar en el detector de metales- dijo, impasible, y siguió su camino ignorando las promesas vacías de una voz sin identidad para ella.

jueves, 4 de julio de 2013

Fue por tu sonrisa...


Mientras muevo la fotografía en el líquido revelador mi mente viaja hasta tu rostro estrellándome en sus detalles. Caigo irremediablemente en los abismos de tus facciones y el recuerdo tridimensional de tu boca me detiene la sangre. Fue por tu sonrisa que empecé a ver el mundo a través de una lente. Fue tu sonrisa la que me distrajo de todo paisaje y pensar que los colores ya no son suficientes. Me convertí en una trapecista de tus labios sin red de seguridad, una extraviada en la blancura de tus dientes quedando encandilada, cegada en ese resplandor de ángel caído. La comisura de tus labios guarda mis tentaciones bajo llave, cuando se elevan, empequeñecen tus ojos y encumbran mi anhelo de aferrarme a ellos como un naufrago.

Recordé la vida corriendo tranquila esa tarde en el litoral central, donde las gaviotas dejaban que las lamidas del mar le extendieran la cena al tiempo que la vela gigante del sol se apagaba en el horizonte. El cielo estaba rasgado de cicatrices sangrantes y el sonido del oleaje parecían sollozos. Mi cámara colgaba de mi cuello y aburrida de retratar manoseados ocasos, buscaba una inspiración mayor, algo diferente. Reía con mis amigos de panza en la arena, fumando y dejando que el humo se salara con la brisa permanente. En uno de los celulares sonaba la guitarra eléctrica de una banda que me gustaba y tarareé un par de líneas cuando por la orilla de la playa apareciste tú. Ibas con tu perro, soltaste su correa y éste fue directo al agua a espantar a las aves. Sonreíste y fue ahí donde la arena para mí se volvió espuma. Manejada por una fuerza superior llevé mi cámara al rostro y te enfoqué  a distancia. Me viste, noté el rubor en tus mejillas y miles de mariposas en llamas revolotearon en mis entrañas. Valiente, me puse de pie y fui a encararte, a reclamarte con qué derecho habías tocado así mi corazón y por qué mierda tenías la sonrisa más bella que había visto. Esa tarde tomé mi más perfecta fotografía y ahora, con tus brazos rodeándome la cintura y tu respiración en mi cuello, no me canso de fotografiarte ni de preguntarte lo mismo.