martes, 29 de junio de 2010

La nueva princesa


Escupí el pedazo de manzana, desperté de ese sueño pesado que me sumía en la inconsciencia, mandé al carajo a los enanos y a mis hermanastras que me controlaban la vida. Vendí el espejo, despedí a la hada madrina, lancé el carruaje por un barranco y subasté los zapatos de cristal al mejor postor. Los falsos príncipes me hablaron de sus actos heroicos y yo, a la vez, de mis sueños y ambiciones. Al oírme, se volvieron sapos en menos de un segundo para saltar lejos de mí hacia un mejor arrollo. Era de esperarse. Uno de ellos se atrevió a más y me llevó en su caballo blanco por el sendero. A medio camino el animal se rompió una pata y no dudé en sacrificarlo porque estaba sufriendo. El príncipe se quedó mirándome espantado mientras que yo, con el vestido recogido, crucé el puente hacia la ciudad. Tenía que hablar con el escritor para que me consiguiera un empleo, una vida de verdad. Ya estaba harta de dormir eternamente y esperar.

miércoles, 23 de junio de 2010

Vida por vida


La veo caminar, reír, sentir. Juega con la brisa en su cabello y las gaviotas en el cielo. Sonrío sentada desde la banca a unos cuantos metros de distancia. El oleaje del mar le alcanza los pies lamiendo a su paso; le gusta, se queda allí un rato invadiéndose con su frescura. No puedo quitarle los ojos de encima. Me parece una obra de arte, un paisaje capturado entre los mágicos marcos de Monet y lo disfruto en silencio. Me acuerdo de ti y de lo mucho que te extraño. Recuerdo nuestra última noche, de aquel beso que me diste en la puerta de mi casa, de los te amo que me rezaste al oído y mi abrazo urgente alrededor de tu cuello. Lloré y te mojé la camisa.

Tenía rabia, estaba furiosa con la vida por lanzarnos esquirlas. Nos amábamos, pero el destino decidió que nos habíamos amado demasiado y te llevó de mi lado. Maldita noche y su hedor a muerte. Maldito desgaste de tu cuerpo enfermo incapaz de retener tu alma sana. Maldito teléfono que sonó y maldita yo por contestarlo. La voz del médico sonó a engranaje oxidado diciéndome que no habías aguantado, que te habías marchado dejándome aquí con menos valor que un trapo. La bocina me pesó tanto que la dejé caer junto conmigo. Aterricé en la alfombra y me quedé allí por horas eternas.


Tu madre, con su tono de voz burgués y natural elegancia, me había informado de tu última voluntad. Nunca me lo habías dicho y al escucharla, no supe cómo reaccionar. Tu corazón, tan fuerte como la marea arreciando en invierno, habría de ir a llenar otro cuerpo para salvarlo. Habías decidido brindar vida por tu vida y volví a llorar. El sollozo escapaba de mi garganta en un rosario amargo que sólo los que saben de dolor pueden entender. Ella me miró, me encerró el rostro maternalmente entre sus manos y me besó la frente. Una acción que jamás esperé de su parte.


Un año pasó y fueron 365 días en que no me reconocí ante el espejo. Creí que el cristal estaba trizado porque miles de surcos disparejos cortaban mi cara, pero no, estaba equivocada… era yo, era mi semblante roto en pedazos y llegó un momento en el que dejé de mirarme. Sin embargo, a pesar del despojo que pudiese ser, quise saber quién había recibido tu corazón. Fue una joven y al conocerla no pude evitar derrumbarme. Era hermosa, agradecida y bondadosa. Ella me abrazó cuando supo que el donante había sido el hombre que amaba. Absurdamente me pidió perdón llorando y comprendí que las lágrimas ya no eran necesarias. Tiene una hija pequeña, una niña de inagotable energía. Ahora mismo juegan por la playa y me saludan a lo lejos mientras te escribo estas palabras.

viernes, 11 de junio de 2010

Tinta y licor


¿Existió alguna vez una maldita razón para amar?... ¿Qué he conseguido con amar?, se preguntó ella. No quería escribir sobre cosas tristes, no quería hacerlo porque eso demandaba tiempo, esfuerzo y una puta nueva arruga en su ceño. Sin embargo, la pluma en su mano bailaba sobre el papel de un lado a otro. ¿Existe alguna verdad en la que pueda confiar?, ¿Pasaré el resto de mis noches oyendo a la puerta de mi corazón cerrar?... Las nuevas preguntas resonaron por todas partes como truenos roncos en lo alto del cielo. Desviando su atención del texto, se sirvió un nuevo vaso de licor con sus dedos sucios de tinta negra. Bebió un sorbo sintiendo que el líquido le calentaba la garganta al pasar. Bien, su mente comenzaba a nublarse, comenzaba a ralentizar los pensamientos que la sometían con descaro. Eso era lo que estaba buscando. Las hojas de los árboles se sacudieron gracias a un viento estival que acallaba el invierno. Parecían retazos de estaciones intermitentes afuera de su ventana. Ella volvió a escribir pero reparó que la tinta estaba por terminarse Respigó su nariz y maldijo su mala suerte. No había nada más patético que una escritora ebria, herida y sin tinta para sanarse.

martes, 8 de junio de 2010

Volar


Desearía aprender a volar. De hecho, debería aprender a volar. Mantener los pies sobre la tierra todo el tiempo detiene los sueños y seca la ilusión. Desde aquí el temor nos gobierna y se envejece deprisa. Si tuviera alas fuertes me iría surcando los cielos como un halcón para luego aterrizar como si hubiera renacido.