jueves, 29 de julio de 2010

Al Crítico por Oficio


La vida tranquila y segura del Crítico no es más que un jardín artificial de árboles plásticos pero hermosos. Su boca, ennegrecida y hedionda, sólo rinde homenaje a las palabras envenenadas que se divierten destrozando, apabullando el arte de los osados. Su oficio no arriesga nada, son como la piedra en medio del río donde a su alrededor nadan los salmones que luchan contra la corriente. ¿Por qué reposar en sus manos muertas los cientos de sueños de uno, de otros, de todos? ¿Por qué dejarse influenciar con su flauta de encantador maldito para bailar a su antojo? El Crítico critica el valor con la tinta de su cobardía, es el emperador con el pulgar hacia abajo en el coliseo de los atrevidos. Aplauden la anti poesía y enlodan la prosa, glorifican la insolencia y acribillan el talento. Son capaces de negar un Premio Nacional de Literatura a cambio de páginas y páginas con odas “a la cebolla”, “al espárrago”, “al lápiz que compré ayer y era negro”. Es tiempo de subir el pulgar a los gladiadores que luchan en las arenas de todo el mundo en busca del éxito.

lunes, 26 de julio de 2010

Personajes


Creí sentirte a mi lado mil veces y mil veces entregué la vida por ello. Sonreía ante una historia que escribí para los dos, imaginando los diálogos que dirías por mí y las actuaciones que yo haría por ti como un actor entregado. Te envolví en sonetos, en prosas, en telones que reemplazaron tu ropa. Eras mi actriz más sincera y yo muchas veces un espectador desesperado por tocar tu escenario. Son amargas las palabras que brotan de un corazón roto. Como el veneno rancio de una serpiente muerta. No hay vida, no hay luz, no hay movimiento que justifique un embeleso. Las apuestas a ganador fallan perdiéndose hasta la sonrisa. Creo que aposté de más porque mis labios ya no saben cómo estirarse.

De pie frente a mí no hacemos más que mirarnos. Y yo sólo aprieto mis frías manos. Siento pasar el oxígeno por mis pulmones como una tubería abollada. Necesito un cigarrillo, así justifico el ruido por vicio y no por llanto. Dices algo que no comprendo. Veo tu boca moverse pero mis oídos se niegan a cumplir su labor. No te entiendo y me reclamas eso. Agitas tus manos… yo sólo las sigo sin hablar. Un golpe tuyo voltea mi cara. Mi mejilla comienza a arder y tú comienzas a llorar. Tus lágrimas siempre tuvieron el efecto terrible de caerme encima como rocas y me aplastan. Fuimos cómplices, fuimos uno, fuimos el verso que nadie escribe. Nos observamos sin tiempo y nos dimos cuenta de una sola cosa: soy el personaje que se va de la escena y tú el que se queda para limpiar las huellas.

jueves, 22 de julio de 2010

Miente


El joven trató de besarla pero ella se resistió, luchó, le cruzó la cara de una sola bofetada y salió corriendo a lo largo de un callejón solitario. Él no se daría por vencido, no la dejaría irse así tan fácilmente. El cielo estalló sobre sus cabezas derramando una lluvia copiosa, gorda y pesada. Mientras corría para darle alcance, no pudo sino sentir ese exquisito dolor del amor desbordado en su pecho. Respiraba sí, pero ya no tenía espacio para el aire. Cuando la tuvo a sólo dos zancadas, la tomó por la muñeca y la volteó hacia él para detenerla. Era una batalla épica mucho más peligrosa que las ganadas por bombas. Ella, con sus cabellos empapados adheridos a sus mejillas, parecía el ejemplo viviente de una obra de arte renacentista. El joven la besó furiosamente encerrándola contra la pared de ladrillos a un lado de los contenedores y de los gatos que huían de la lluvia. Segundo a segundo, él recogía sus labios con el mismo fervor de un hambriento. El mundo había dejado de tener sentido.

- ¿Me amas?- le preguntó por fin. La muchacha frunció el ceño e hizo el gesto de limpiarse la boca con el puño de su abrigo.
- No- respondió pero no pudo ni mirarlo a los ojos al decirlo. Lo empujó lejos y reanudó su carrera frenética. El joven sonrió… amaba su forma de mentir.

lunes, 5 de julio de 2010

Mensaje


Francisca era una soñadora. Desde las maltratadas costas chilenas, la joven escribía sentada en una roca párrafos de historias sueltas que inventaba al atardecer y los introducía en botellas de vidrio que luego lanzaba al mar. Sus palabras viajaban con la marea, sus metáforas, sus prosas navegaban sin destino entre las corrientes del océano buscando algún destinatario, alguna alma gemela que acostumbrara hurgar las aguas por respuestas. Por meses Francisca volvía a la playa con la esperanza de que una de sus tantas botellas tuviera contestación. Soñaba con tierras lejanas, culturas diferentes, mentes sedientas... de tocar un corazón solitario. Una buena tarde, de esas en donde el mar se duerme más naranjo y tranquilo, la joven distinguió entre el oleaje una de las botellas que había lanzado. Parecía imposible. Sumida en su entusiasmo, bajó por las rocas para rescatarla y ver su contenido. Había una hoja de papel amarillento que decía:

Francisca: Hay vientos huracanados en las costas de mi tierra distante que en vez de inquietar la marea me susurran tu nombre. No estás sola, porque desde ahora existe alguien más pensando en ti.