viernes, 27 de abril de 2012

¿Por qué tardaste?

Hoy pude haber dejado el paraguas en casa pero salí con él para cubrirme de la lluvia. Estaba enfadada, enfadada con las nubes grises, enfadada con las hojas empapadas bajo mis pies, enfadada con los charcos que esquivaba con dolor y, testaruda, subí al autobús sin querer mirar hacia arriba. 
Había pasado tanto desde la última lluvia sobre esta ciudad que al sentirla de nuevo, mi pensamiento fue: ¿Por qué mierda tardaste tanto? ¿Por qué me tenías atrapada a merced de ese maldito verano? No quise fijarme en las gotas, no quise aspirar a todo pulmón el exquisito perfume de la tierra mojada ni imaginarme escenarios idílicos de amantes en otoño para luego escribirlos. No. No quise inspirarme. Hoy no quise creerme poeta, novelista ni cantante.

martes, 3 de abril de 2012

Inocencia de niño


Cuando era un niño todo a mi alrededor me emocionaba porque lo veía desde mi ventana.

Me imaginaba tantas cosas, tantas aventuras por el barrio, a orillas de la caleta, conversando con los pescadores.

Me atraían los lobos marinos, los perros callejeros, esa taberna en donde se refugiaban los viejos del pueblo.

Yo quería ser como ellos, lleno de historias, de chistes cochinos, de manos callosas y mirada sabia.

Yo quería salir más seguido pero mi madre siempre fue una mujer hipocondriaca que le temía a todo.

Tuve que mantenerme al margen porque ella juraba que moriría de una pulmonía en esta tierra de humedad eterna.

Me gustaba la Anita, la hija de don Ernesto, el pescador más empeñoso y de ojos color océano.

Muchas veces quería que mi papá fuera como él. Recio, enorme, de risa estridente y pecho amplio para llorar en él.

En cambio, mi viejo era de huesos débiles, ojos hundidos y dolores permanentes que calmaba con golpes de vino tinto.

Odiaba ese color. Me cargaba el morado que teñía la ropa, los labios y la lengua.

Cuando vi ese color en el rostro de mi madre, me asusté y pensé que el vino estaba contagiándola.

Seguía mirando por mi ventana. Veía pasar a la Anita con su vestido nuevo y suspiraba. Veía a don Ernesto que abraza a su mujer y la besaba.

Veía a mi papá que se empinaba la botella y que mi mamá cambiaba de color extrañamente después de sus borracheras. Yo prefería seguir mirando hacia afuera.