martes, 1 de diciembre de 2015

La fuerza del destino



Los ánimos estaban caldeados en la época de los ochenta. Habían pasado siete años desde el Golpe Militar en Chile y con los cuatro militares representando a las fuerzas armadas del país al mando, todo estaba sumido en la confusión, el miedo y la incertidumbre. Así mismo lo recordaba Leandro, como todo un escenario de desconfianza. En su segundo y último año de Servicio Militar Obligatorio, el joven de veinte años había vivido lo duro del entrenamiento consciente de que el motivo era la tensión que se respiraba en el ambiente. Sonaban fuerte los rumores de un alzamiento popular, guerrilleros entrenados en Cuba, de una guerra civil que abriría más la herida que aún sangraba desde el 11 de septiembre. Leandro trataba de no pensar en ello para no volverse paranoico como muchos de sus compañeros- quienes veían traidores a la patria por todas partes- él sólo deseaba enfocarse en su futuro y en dar orgullo a su familia vistiendo uniforme. Ambicionaba hacer una carrera dentro y gozar de la seguridad que brindaba ser parte del ejército. Sin embargo, sus planes tan bien trazados y priorizados, se verían en riesgo sin siquiera imaginarlo.

Aquella tarde, después de cuatro meses de reclutamiento, recibirían la visita de sus familias experimentando las ansias de un niño a la salida de la escuela. Leandro sabía que su novia iría a verlo por lo que trató de verse lo mejor posible a pesar de su mal corte de cabello. Estaba particularmente de un excelente ánimo.

-¿Quién viene a verte hoy?- le preguntó Joaquín, su mejor amigo dentro del regimiento.
-Claudia, me escribió para confirmar la semana pasada. ¿Y a ti?
-Viene Alejandra y mi hermana mayor- contestó el aludido, sonriendo. Leandro asintió, al fin conocería a la novia de Joaquín luego de varias semanas en que no paraba de hablar de ella. Le palmoteó la espalda con cariño al ver el brillo en sus ojos.

Leandro y Joaquín se hicieron amigos con cierta dificultad. Ambos de carácter fuerte, les gustaban las cosas a su manera y no había cabida para ninguna otra opción. Testarudos y competitivos, no tardaban en fastidiarse a la menor provocación. Lentamente y al pasar de los meses, luego de peleas y mediciones de fuerza en los entrenamientos, fueron encontrando en el otro un apoyo honesto, un hermano entre compañeros, y la amistad en circunstancias como aquellas significaba un valor mucho más alto para ellos. Era reconfortante saber que en el caso de estar frente a una batalla cuidarían su espalda mutuamente. Leandro estaba seguro de recibir una bala por Joaquín y de que Joaquín recibiría una por él, sin lugar a dudas. Sus caminos estaban cruzados irremediablemente y el destino se habría de encargar de fundirlos todavía más.

El horario de visitas era restringido. Luego de días reclutados, todos los conscriptos estaban impacientes por ver a su gente. Algunos se mostraban mucho más delgados, con la piel quemada por el sol y machetazos en el cuero cabelludo debido a la mala afeitada en la barbería del regimiento. Leandro se preguntaba si las madres reconocerían a sus hijos entre esos pollos rostizados y si querrían devolverse a casa sin ellos. De seguro habría más de algún desmayo o llanto descontrolado en las despedidas. Se abrieron las puertas y un grupo numeroso de personas rodeó al escuadrón que los esperaban en perfecta formación. Una vez que recibieron la orden del sargento, rompieron filas y los abrazos no se hicieron esperar. Leandro caminó junto a Joaquín entre el tumulto buscando el rostro de Claudia. Sus ojos claros podría encontrarlos hasta en una habitación oscura.

De pronto, como un vendaval de aire fresco y perfumado, una figura abrazó a Joaquín a su lado con tanta fuerza que casi lo tumba de espaldas. Leandro sonrió con gusto, ahí estaba la chica por la cual su amigo moría en cada recuerdo, en cada conversación en las noches de guardia. Iba a dejarlos solos cuando Joaquín lo toma por el hombro para retenerlo.

-Leandro, te presento a Alejandra- dijo el muchacho, orgulloso y feliz.

Eso fue todo. Leandro quedó de piedra. Frente a él, una chica de cabello largo y oscuro le sonrió directo en el alma. Era simplemente hermosa. El soldado nunca imaginó encontrar el origen de la dulzura en unos ojos humanos. ¿Era humana? Tal vez se trataba de una deidad escondida entre los mortales, no podía aseverarlo. Sintió sonrojarse y aquello lo enfureció consigo mismo llamándose idiota. ¿Cuántos segundos habían pasado desde que Joaquín los presentó y no podía decir nada? Ni una palabra salía de su boca. Había olvidado decir otra cosa más que sólo “Te amo” que tuvo que estrellar contra sus dientes porque era absurdo, no tenía sentido. Alejandra, haciendo uso de su educación y cortesía, le plantó un beso en la mejilla que quemó como la lava. Leandro tragó saliva y retrocedió dos pasos para no caer de rodillas cual penitente. Se despidió de ellos con el pretexto de buscar a sus visitas y huyó casi corriendo de esa guerra que sabía perdería...


miércoles, 25 de noviembre de 2015

El amor y la guerra


De repente, silencio… el caos exterior había dado una tregua porque ella se sumergía en el sexo de quien amaba y ya nada más importaba. Aromas, sabores, texturas... ante esos estímulos sus sentidos simplemente estallaban. No había nada más embriagador, nada más apasionante que despegar con cada gemido hacia una dimensión paralela, lejos del humo, del dolor y de la cacería con balas y bombas que sucumbía a todo el mundo. 

Sus cuerpos, sudorosos y anhelantes, se movían con esa flexibilidad que sólo la juventud y la química otorgaban. Eran verdaderos seres marinos que nadaban entre las sábanas haciendo caso omiso de la realidad. Sus huesos perdieron de pronto la densidad volviéndose elásticos, atrapándose en un nudo de extremidades que ni Picasso entendería. Ondeaban, se ocupaban, se recorrían con las manos cuales ciegos por calles intransitadas y todo era perfecto. Por un momento de verdad creyeron que el amor había recuperado su absolutismo, su poder, e incluso que la ciudad se había desmayado de placer. El orgasmo atacó sus vientres, la humedad les aumentó el calor y soplándose un Te amo desesperado al oído se dejaron caer sobre el colchón. Poco a poco, como el murmullo de un aplauso infernal, el sonido de los disparos a lo lejos volvió a comenzar. A pesar de haber hecho el amor con ganas, afuera seguía haciéndose la guerra restando esperanza.

lunes, 15 de junio de 2015

Campo minado



Santiago me parece un campo minado desde que te fuiste. 
Trato de evitar las minas antiemocionales ubicadas por varias partes del centro, pero a veces me pierdo en la telaraña urbana y las vuelvo a pisar sin quererlo. Es cuando vuelo en mil pedazos al darme cuenta.


jueves, 5 de febrero de 2015

Pacto terminado



-¡Corre!- me gritó el Rulo- ¡Corre que nos están matando!

Y así era. Tres de los nuestros estaban tiesos sobre la hierba, ojos vacíos, lenguas afuera. Resonaban fuerte los disparos y dejaban cierto eco molesto en el ambiente. A veces era un martirio tener tan buen oído así que agaché mis orejas. No me gustaba ese sonido, lo odiaba tanto como el crujido de mi estómago cuando tengo hambre. Miré hacia el origen del bullicio y vi al Cojo, mi amigo, escapando a todo lo que daban sus tres patas y media. El humano iba detrás de él con un arma y apuntaba a lo loco. No entendía por qué la violencia, no estábamos haciendo nada malo, sólo pasábamos por ahí, oliendo y buscando qué echarnos al buche. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que comí. Creo que sí, fue cuando la persona que me alimentaba me dejó aquí y luego se fue. No la volví a ver. Esa noche aullé esperando que me escuchara, que regresara por mí y nada. De eso han pasado muchos soles. Yo creo que por eso el Rulo no permite que los humanos lo toquen. No confía en ellos. Yo, en realidad, les tengo rabia. De repente, le dieron al Cojo y cayó de hocico a la tierra. Tieso también, con la cola quieta. No pude hacer nada. Solté un gemido, al humano no le importó y fue tras de mí. Si no quería que cagáramos en su pasto sólo debió pedirlo. Pudimos llevarnos bien. Escapé entre los árboles con el Rulo, corrimos tropezando con las piedras puntiagudas que nos lastimaban las patas. Nos detuvimos un momento y el olor a muerte y maldad me hizo vomitar.

-¿Qué hacemos ahora?- le pregunté al Rulo.

-Aullar, que todos se enteren que el pacto de “mejores amigos” acaba de terminar.


Dedicado a la absurda aprobación de la Ley de caza de perros en Chile

lunes, 12 de enero de 2015

Pluma y espada


Amelia Christensen no se iba con rodeos. Como buena periodista y escritora, la joven de treinta años volcaba sobre el teclado su pasión por la justicia con suma vehemencia y convicción. A su lado, reposado en un cenicero de vidrio, se consumía lentamente su cigarrillo olvidado, parecía un gusano gris y arrugado a contraluz de una ventana.

Nada parecía perturbarla. Estaba sumida en las letras que digitaba en el documento mientras acomodaba sus anteojos de lectura en el puente de su nariz. No quería obviar ningún detalle, no quería dejar pasar ningún dato ni por mínimo que fuese, su reportaje estaba tomando fuerza desde hacía semanas y merecía un final digno para ser publicado en el periódico para el cual estaba trabajando. Malditos pervertidos, decía entre dientes y meneando la cabeza de un lado a otro. Tenía en la retina la cara del último infeliz violador de niños. Le había seguido la pista por casi dos meses hasta que por fin, una detective de nombre Evanna Volker le voló los sesos en un callejón. Debieron ser los testículos primero, habló en voz alta y enfadada. Tuvo que respirar. No quería perder la ecuanimidad. Aquellos casos de abuso la exasperaban. No podía concebir que un hombre adulto, supuestamente consciente de sus actos, cometiera tal sacrilegio, tal envenenamiento a la inocencia de un crío. Sólo imaginarlo le provocaba asco. Siguió escribiendo:

y con las manos en la masa se encontró al reconocido empresario Jonh M. Richardson. Con evidencias en su contra y descubierto por la policía en el centro de Manhattan, Richardson estaba prófugo y mantenía bajo custodia a un menor de edad desaparecido el pasado 20 de noviembre. Las autoridades registraron el hogar del empresario encontrando material pornográfico infantil y antecedentes que lo involucraban en crímenes de la misma naturaleza desde el año 2010…

Amelia estaba contenta. Por fin ese episodio había terminado. Le resultaba repugnante indagar en la vida de ese tipo sin poder gritar a los cuatro vientos de quién se trataba. Tuvo que morderse los dedos para no escribir sobre ello y sacarlo a la luz sin miramientos desde el día uno. Le costaba tener paciencia. Era uno de los grandes defectos que arrastraba desde que tenía uso de razón, se consideraba una inmadura en aquel aspecto y echaba mano de toda su entereza para no ir por la vida dando cornadas. Ya había perdido mucho y vivido incontables momentos desagradables debido a su impetuosidad y verborragia. Una vez terminado de escribir el reportaje, su celular rompió el silencio de golpe.

-Hola, Henry. Ahora te envío el archivo…- saludó al editor al reconocer el número.

-No te llamo precisamente para eso, Amelia- respondió el hombre- Debes ir al centro de Brooklyn. Dos jóvenes fueron asesinados al interior de una escuela. Irás con Jason. Está ansioso de estrenar su cámara nueva- la joven rodó los ojos. Estaba agotada. Quería unas largas vacaciones, tomar su mochila y largarse lejos de Nueva York, tal vez hacia el sur. Sin embargo, este caso estaba lejos de ser cualquiera. Su vida gracias a él cambiaría del cielo a la tierra.