martes, 28 de julio de 2009

Esperar nada


Dios había callado por millonésima vez y no podía hacer otra cosa más que fumar, impotente y disgustada. Las Avemarías aleteaban a mi alrededor preguntándome por qué se debían repetir tanto, convirtiendo la fe en una aburrida letanía, un fastidio. Y pensar que escribí “Latido” un 11 de julio con la esperanza de que al volcar mis temores un milagro ocurriría. Nada pasó. No me volví valiente ni el ritmo constante de su pecho continuó a pesar de así quererlo. El destino me escupió en la cara y la persona que temía perder se fue tranquilamente una madrugada. Mis lágrimas se desprendían de mis ojos como trozos de pintura vieja desconchándose del techo. Las manoteé sin cuidado. Los rostros que conocí sonrientes me resultaron extraños bajo la sombra de un semblante que ha visto la muerte de frente. Todo era diferente. Estaba sometida al pellizco del dolor en mi corazón y volví a fumar para calmar la ansiedad. Me había acostumbrado a esperar, sólo esperar, pero ya no había motivos para hacerlo. De pronto, el tiempo me pareció que corría inútil y demasiado lento.

sábado, 25 de julio de 2009

Vacaciones de Invierno


Estaba feliz. Los días de invierno siempre fueron los mejores. Vacaciones, salidas por la ciudad con mis padres, algodones de azúcar, películas en el cine y juegos de balón con mis amigos. Disfrutaba del frío con mi nariz colorada y mi cabeza abrigada con un gorro de lana. Mi mamá se ocupaba de abrocharme bien el abrigo y recordarme que no olvidara mis guantes en ninguna parte. Mi papá me levantaba temprano para salir de compras. Me esperaba en el jardín con el motor de su auto encendido y yo corría para lanzarme con todo mi peso sobre el asiento del copiloto. Me aseguraba el cinturón y salíamos de la casa sintiendo la calidez del aire acondicionado subir por nuestras piernas. No había nada mejor que eso. Miraba a la ciudad correr por la ventanilla empañando el vidrio con mi aliento y dibujar cualquier cosa que se me viniera en mente. Esos días de frío los esperaba ansiosamente. Aquella mañana, sin embargo, mi visión del mundo habría de cambiar. Al doblar en una esquina vi a otro niño de pie contra un muro de ladrillos. Lloraba. Gemía. No entendía por qué. Para mí todo en aquel momento era alegría y los mejores días bajo un cielo pigmentado. A su lado, una señora arropada dormía encogida en el suelo. No se movía, ni siquiera parecía respirar. Supuse que era su mamá. El semáforo cambió a rojo justo cuando pasamos frente a ellos. Mi papá se detuvo y me dio el tiempo suficiente de observarlos a mi antojo. Le sonreí al niño en busca de comunicación. Él no me devolvió la sonrisa. Me sentí infinitamente ofendido.


- ¿Por qué no está contento como yo?- le pregunté a papá. Él se mostró serio. Carraspeó antes de hablar.
- Para muchas personas el invierno tiene otro significado, hijo.
- ¿Cuál?
- Un desafío.


No le entendí en ese momento, pero al ver a esa madre sumida en un sueño extraño, moribundo, supe que mi felicidad por los días de invierno no era más que una ilusión de quienes podían tener una calefacción esperando en casa. Me sentí miserable. Quise bajar y darles mi consuelo, pero la luz del semáforo dio verde y mi padre tuvo que avanzar tras los bocinazos apremiantes detrás de nosotros.

miércoles, 15 de julio de 2009

Repentina creencia


- Sólo queda en manos de Dios
- ¿Disculpe?
- Ahora depende de Él.
- ¿Me juega una broma?
- No, ¿Por qué?
- ¿Ahora cree en Dios?
Embarazoso silencio. Se acomoda la bata blanca con cierto nerviosismo sin saber qué decirme. Vuelve a hablar.
- No esperábamos estos resultados…
- Pero sí ayuda Divina.
Nuevo silencio. El médico me esquiva la mirada y yo la busco como un sediento su ración de agua.
Pido respuesta. Tanto Dios como el facultativo me la niegan, se la tragan, me ignoran. Uno me habla en prosas, el otro en tecnicismos. Mierda, ¿por qué no me dan una razón directa?
Los pasos que se estrellan contra el piso resuenan horriblemente, me interrumpen los pensamientos recordándome el dolor, suplido a la fuerza por el enfado. Suspiro y no entiendo lo que el médico explica. Sonrío. Me resulta curiosa su fe, como si leyera la Biblia por medio de su microscopio para hallar excusas adecuadas o argumentos que expliquen que no será culpa suya si pasa lo peor. Que me parta un rayo si no tiene idea de lo que habla. Frunzo el ceño. Cada segundo que pasa me rasguña la piel y me presiona el pecho. Aquella espiritualidad oportunista me hace encogerme del rechazo. Insistió.
- Le recomiendo rezar mucho.
- ¿Es ese su plan B?
Otro silencio. Se marcha por el pasillo hacia su oficina sin voltear… y al igual que Dios, sin siquiera responderme.

sábado, 11 de julio de 2009

Latido


Latido… silencio… latido… silencio… Malditos segundos que me toman por el cuello y me quitan el aliento. Inhala… exhala… inhala… exhala… Que ese ritmo en tu pecho no se detenga, que no se detenga por nada al igual que la marea.

¿Adónde has ido a volar tan lejos? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Y si mejor regresas?... Nadie celebra tu pulso como aquellos que aquí te esperan. Llegan las nubes, inicia la lluvia, y por cada gota suspiro por la vida, tu vida, nuestra vida.

Tu corazón se agota. Demasiado amor ha corrido por el laberinto de tus venas. Quédate, aférrate a mi mano y escúpele a la muerte porque no has terminado. Llora, grita de ser necesario. Demuestra que no perteneces al silencio sino al latido. Eres puro latido.

Me miraste, y de ser posible me sonreíste. Te sonreí también, pero esa mueca la ignoré y por dentro lloré. Tengo miedo, debí nacer valiente. Le temo a la sombra en la ventana, a la película del fantasma, al monstruo bajo la cama… hoy le temo a una llamada y a tu boca sin palabras. Quédate, quédate latiendo y hazme valiente.

martes, 7 de julio de 2009

Palabras atropelladas




Hola, ¿qué tal? No tienes idea de lo mucho que te he echado de menos. ¿Que por qué te llamo?, Sólo necesitaba saber de ti, ¿Tú no necesitas saber de mí?, ¿Recuerdas nuestras antiguas pláticas? ¿Te sigues riendo como yo cuando te acuerdas de alguna?... Hoy pensé en ti mientras caminaba por Santiago. Es hermosa esta ciudad en invierno, ¿verdad? La cordillera se eleva por encima de los edificios vestida de un blanco impoluto, radiante. La lluvia siempre logra rodar suave a pesar de la rudeza en las calles y el viento hace lo suyo, acariciando y sanando el paso del verano. Me encanta cuando el cielo se muestra ataviado de plata. El gris y el dorado combinan tan perfectamente que me encandilan la mirada. Tu rostro se me vino a la mente, no pude explicarme muy bien el por qué. Cuando atardece y las nubes se encienden en llamas, la melancolía me asalta despiadadamente. La dejo actuar en mí sin resistirme ¿sabes? No hay mejores palabras escritas que las que brotan del corazón agobiado y la mente enardecida. Veo todo más claro con lágrimas en los ojos. No te rías que es cierto… ¿Que a qué se debe mi llamada?, sólo necesitaba saber de ti, ya te lo dije… ¿Tú no necesitas saber de mí?, ¿Cómo va todo?, ¿La noche se siente igual de breve que aquí?, ¿No sientes que la luna nos abandona muy rápido, siendo que ávidamente la esperamos para inspirarnos?, creo que se ha vuelto soberbia y no la culpo, cuántas metáforas bellas me ha regalado… ¿Y qué hay de las madrugadas?, ¿Has salido al rayar el alba para oler la frescura del rocío?, ¿No?, deberías hacerte el tiempo, los detalles merecen de tiempo porque la vida está compuesta de detalles, sería como no vivir prácticamente… ¿Te has detenido a pensar en qué invertimos nuestro tiempo?, si no es a lo que nos gusta entonces es como arrojar riquezas al mar. He intentado empujar las manecillas del reloj a mi favor para no volverme pobre e infeliz, lo he logrado algunas veces… ¿Ya tienes que cortar?, siento haberte interrumpido pero dame un segundo, aún no te digo lo más importante. Mierda, debo meter una nueva moneda, espera...
Sigo siendo una amante del rodeo a la hora de ser concisa, ¿no?, ya me conoces: alma de escritora. Todavía sigo escapando de la rutina escribiendo un poco cada día. Vivo la vida con ese estúpido deseo de jugar a ser Dios por un par de horas. ¿Es eso posible o es Él quien me sopla las historias al oído?... ¿Cómo dices? Sí, son sólo desvaríos, hablo por hablar, nada más… ¿Por qué no me has llamado?, ¿Por qué soy yo quien debe recordar siempre?, no te estoy reprochando nada, sólo tengo curiosidad… ¿Que si acaso llamé para recriminarte?, por supuesto que no. Sólo necesitaba saber de ti, ¿Tú no necesitas saber de mí?... ¿Nunca has tenido esa necesidad urgente de calor cuando sientes la piel fría y marchita?, ¿Jamás has extrañado una mirada sincera luego de recibir mil mentirosas?... Anoche soñé contigo. Caminábamos por medio de un jardín extenso, lleno de Dientes de León. El viento los desmembraba soltando sus semillas como infinitos y diminutos paracaidistas por doquier. Tú tratabas de capturarlos, yo reía. Hacía mucho tiempo que no reía de aquella manera. Desperté sonriendo, creyendo que había sido cierto. Sin embargo, la sonrisa se desvaneció poco a poco y después lloré… momento, la operadora dijo algo que no escuché… ¿Ya debes irte de todas maneras?, de acuerdo, creo que he hablado como una locutora de radio todo este rato. Sueno atropellada y deprimida, perdón, distraída, ¿verdad? Discúlpame… ¿Puedo llamarte mañana?, ¿No estarás en casa?, sé que tienes una agenda apretada pero quería escucharte y hablarte calmadamente… ¿Te dije el motivo de mi llamada? ¿Te dije que necesitaba saber de ti?, y lo más importante: ¿Te dije ya lo mucho que te quería?... ¿Hola?, ¿Me escuchas?... “Introduzca una moneda, por favor… introduzca una moneda, por favor… introduzca una moneda, por favor…”

jueves, 2 de julio de 2009

Venganza


Con suma gallardía y audacia, la muchacha se despojó de sus ropas una a una al ritmo de la música. Contorneaba su cuerpo de acuerdo a la candencia de los compases enarbolando así los ánimos de aquel enamorado sentado enfrente como único espectador. Él, sumido en el embeleso, mordía sus propios labios para contener el éxtasis que esa mujer le proporcionaba. Deseaba tocarla, retenerla, besarla por cada centímetro de su piel canela pero prefirió esperar hasta el final. Nada se comparaba ante la expectativa disfrazada de tortura antes del primer beso, de la primera caricia o del primer embiste.


Desinhibida, resuelta y agresiva; ella se movía ondulante como si esquivara el aire. Su columna vertebral serpenteaba agraciada, jugando con el encaje de su ropa interior al igual que una araña entre su tela. La línea de su cuello invitaba a ser mordido, la curvatura de sus senos insinuaban oleadas de placer irrefrenable, como también el grosor de sus labios, hechos a mano para ser besados. El hombre que presenciaba aquel exquisito castigo, ya no soportaba su corbata anudada teniendo que aflojarla para respirar mejor. Ella le sonrió. Él perdió la cordura.


Como un juego excitante, la chica le amarró las manos a la silla Luis XV donde éste reposaba. Con la misma suavidad del satín, ella le acarició la boca con su lengua para luego cegarlo con un velo oscuro sobre los ojos. Lo besó intensamente bebiendo de él hasta el último aliento de sus pulmones. Teniéndolo a su merced, ella se sentó en su regazo de forma delicada y sugerente. De inmediato lo sintió estremecer bajo sus glúteos. Un ronco gemido reemplazó la melodía y la mujer se volteó para murmurarle al oído.


- Ahora ya ves lo que puede hacer la ex gorda de secundaria… si es que aún me recuerdas- y sin darle tiempo de replicarle nada, le rodeó el cuello con una cuerda que guardaba en el celo de su cartera negra.