martes, 25 de junio de 2013

Escape al verdadero dolor


La odiaba. La odiaba porque había logrado desnudarlo, vulnerarlo, exponerlo como nadie. Esa mirada asesina suya entraba por la cuenca de sus ojos hasta su cerebro ocupando cada rincón, cada ángulo de ese laberinto de desvaríos. Sí, la odiaba porque besaba exquisito, porque lo mordía en ese punto irreverente donde se rompía todo tipo de límites y se elevaban las pulsaciones hasta provocar un caos cardiaco. Ahora el frío aumentaba y las sábanas de su cama vacía la hacían parecer un mar muerto. El joven cogió su vieja patineta y se largó calle abajo rogando encontrar un bache en el asfalto y romperse algún hueso. Cualquier dolor físico sería bienvenido para aminorar el invisible que atenazaba el de su pecho… su maldito pecho que por lo amplio recibía todo balazo.

Se detuvo en alguna parte de esa ciudad sin dueño. Alguien le habló muy de cerca pero no escuchó, alguien lo intimidó pero no respondió,  alguien lo empujó con fuerza arrojándolo al suelo mojado por la lluvia pero ni siquiera se defendió. Recibió una que otra patada que agradeció, es más, los invitaba a seguir con un ademán de su mano. Su billetera, su reloj y su patineta desaparecieron en una loca carrera de hienas, pero aún así, derribado bajo una lluvia que recomenzaba, el joven sonrió ligeramente tras sus frescas heridas. Por lo menos esos nuevos dolores lo distrajeron del más grande que era saber que realmente no la odiaba para nada.

lunes, 17 de junio de 2013

Who cares



¿Quién le importa si haces algo bueno, algo malo, algo sin importancia o algo relevante? ¿A quién le importa si vas o vienes, si llegas o te vas? ¿A quién le importa si te caes en la calle o te roban al pasar? ¿A quién le importa si lloras en la vereda mientras llueve en la ciudad? ¿A quién le importa si sonríes de mentira o lo haces de verdad? ¿A quién le importa si crees en Dios, o crees que es pura invención? ¿A quién le importa si te ahogas con un trozo de carne o te tiras de un puente colgante? ¿A quién le importa si huyes de alguien o persigues algo? ¿A quién le importa si sientes tristeza o felicidad en el alma? ¿A quién le importa si te dañas o te dañan? ¿A quién le importa tu sangre brotando de una herida o un hueso roto saliendo de tu piel? ¿A quién le importa que no puedas lograr un sueño? ¿A quién le importa que por las noches te cagues de miedo? ¿A quién le importa que putees la injusticia o cometas un delito? ¿A quién le importa si amas u odias? ¿A quién le importa que tu almohada esté mojada por las lágrimas? ¿A quién le importa que algo te importe? ¿A quién le importa que leas esto? ¿A quién puta le importa que escriba esto?

viernes, 14 de junio de 2013

Proyecto - Praga 1920





Después de haber luchado por tanto tiempo, la joven se echó a llorar desgarradamente. Fue como transitar por calles desiertas, sin direcciones ni señales, sin algo concreto, mundano o realista que le plantara los pies sobre la tierra más allá de sus propios ideales. Creer en algo resultaba sencillo, mantenerlo era lo realmente complicado y eso la flagelaba dejando sus pensamientos en carne viva. Aún así, ella porfiaba, perseveraba, rescribía el destino a puño y letra de su convicción, sin importarle reprimendas o estúpidas descalificaciones.

En la frialdad de su celda, podía sentir el sabor fuerte y metálico de la sangre en su garganta, recordándole severamente lo que significaba estar viva, gozando de una nueva bocanada de aire en sus pulmones, de un nuevo latido en su apasionado corazón. La humedad le masticaba los huesos creyendo que ésa era su verdadera enemiga. Temblaba con violencia, maldecía a regañadientes, sentía la viscosidad de los fluidos de sus opresores entre las piernas luego de una terrible sesión de sometimiento. Sin embargo, no gritó. Ni siquiera supo cuánto tiempo jugaron con ella como si fuese una muñeca de trapo, manoseándola, penetrándola, rezándole palabras indecorosas al oído hiriendo más que los mismos golpes en su rostro. Pudo mantener los ojos abiertos, irreverentes, valientes, hasta burlones… y aquello logró ofenderlos directamente, sin tener la necesidad de abrir su boca.

La muchacha, sonriendo de manera frívola, recordó que aquel mismo día era su vigésimo octavo cumpleaños. Una broma del destino tan cruel que ya ni la palabra tenía sentido en su mente. Se felicitó a sí misma en silencio, recordando años anteriores con igual melancolía que una anciana. A sus ojos, parecía que había pasado muchísimo tiempo y no se había detenido a apreciar la belleza de lo cotidiano por buscar lo extraordinario. De pronto, el sonido oxidado de la puerta la sobresaltó. Tenía los ojos vendados, por lo que movía su cabeza despacio en dirección a los ruidos cercanos. El pánico la abrigó pero no se permitió demostrarlo. Venían a buscarla, quizás para una nueva sesión de martirio con el fin de que revelara lo que querían saber: “¿Dónde están tus amigas feministas?, ¡Dinos o seguiremos aquí toda la noche si es necesario!”, escupían esos malnacidos, manteniéndose ella con los labios sellados. Sin embargo, ya no tenía la fuerza para soportarlo de nuevo, no podía, no quería… la sangre que brotaba de sus labios, de su nariz, de su vagina, teñía de rojo el piso mugriento quitándole las energías, por lo tanto, oír los pasos secos de un uniformado sólo consiguió que gimiera cansada.

-         No… por favor… - dijo con su voz herida al sentir unas manos quitándole el vendaje y tratando de incorporarla.
-         Tranquila- susurró alguien, limpiándole un poco la suciedad del rostro con su mano- voy a sacarte de aquí.

Aquello fue muy confuso. La muchacha creyó haber oído mal, creyó estar agonizando y delirando como los moribundos. Completamente lánguida, el desconocido la obligó a posar uno de sus brazos alrededor del cuello para apoyarse en él y caminar, pero al ver que una línea de sangre seguía cayéndole por las piernas y que las rodillas no lograban sostenerle el peso, optó por cargarla. La fetidez del lugar era asquerosa. Muchos de los retenidos allí, torturados y atormentados, defecaban del miedo y la pestilencia impregnaba el ambiente. Ese lugar parecía un verdadero infierno.

La palidez y el decaimiento de la cautiva, hizo que el extraño apurara sus pasos. Cada gota de saliva sanguinolenta que caía por esos labios, le soplaba al oído que no debía perder tiempo. Sí… sus compañeros se habían excedido y su corazón se ahogó en pesadumbre. Estaba tan condenado como ellos al permitir que la torturaran así. Con suma cautela, miró por los funestos pasillos para advertir la presencia de alguien antes de salir de la celda pero no divisó a nadie. El jadeo que se oía de la prisionera, constante y sutil, alarmaron al uniformado y trató de mantenerla consciente.

-         ¿Cómo te llamas?- la chica abrió su boca pero tardó en responder.
-         Ivania… - dijo como violín desafinado- Ivania… Nápravník.
-         Lindo nombre, Ivania- respondió el hombre, apartándole el cabello del rostro con dificultad.
-         Debo llegar a Praga- musitó ella- Mirka… ¿Dónde está Mirka?
-         Descuida, te llevaré con tus amigas. Ahora debes mantenerte despierta, ¿de acuerdo?

Acomodándola entre sus brazos, comenzó a correr por las sombras para no ser descubierto. Podía oír las risas de algunos hijos de perra que jugaban naipes y otros platicando con un cigarrillo cerca de las otras celdas. Ese edificio no era más que un matadero de la fuerza corrupta que envenenaba la ciudad, haciendo justicia por su propia mano nauseabunda. Un grupo de hombres que se creía superior al resto de los ciudadanos y dictaban sus propias leyes con impunidad.

Ese año de 1920, la carne fresca resultaba ser el clan subversivo de mujeres en busca de su derecho a sufragio. Sobre todo Ivania Nápravník, la cabecilla del movimiento y una subversiva ante la autoridad. Él sabía quien era ella, la conocía, sabía de su fortaleza y del poder de sus convicciones. Una rebelde detestada por los conservadores y deseada infinitamente por los machistas para doblegarla con dureza. Muchos de ellos estaban en contra de sus exigencias, pensaban que una mujer no tenía la capacidad intelectual ni el derecho civil de intervenir en un proceso tan importante como el político. Sus deberes son el hogar y los hijos, determinaban sin siquiera escucharlas.

En las afueras del primer patio, un automóvil Ford esperaba al uniformado estacionado en la penumbra. Descendió un par de escaleras angostas y retorcidas para luego sentir la brisa nocturna como una bofetada de cordura. El policía abrió la portezuela del copiloto y depositó allí a Ivania con sumo cuidado. Cerró despacio, rodeó el vehículo y el grito de alguien indiscreto lo delató.

-         ¿Qué crees que estás haciendo?- vociferó uno de sus compañeros, éste pero no le hizo caso. Abordó el camión girando la llave con rapidez. El motor rugió ahogado sin dar partida inmediata.
-         Maldita sea- dijo el joven insistiendo.

Por todo el recinto se escuchaban los gritos de los opresores para dar aviso de un traidor. Desde los ventanucos del tercer piso, numerosas armas apuntaban hacia el patio escampado. Cuando ya habían cargado y apoyado la culata en sus hombros, el auto gruñó con la garganta despejada y las ruedas patinaron en el fango antes de avanzar en su frenética huida. Las balas disparadas aterrizaron en la tierra, otras por el costado pero sin hacer mella alguna. En el portón principal, tres hombres se apostaron frente a él apuntando al fugitivo como soldados alemanes de fusilamiento. Al muchacho no le importó, recorrió el terreno a gran velocidad y a pocos metros de la salida, presionó el pedal a fondo atropellando a dos de ellos y atravesando el portón como si fuese una cortina de humo…



Ivania tuvo un sueño hermoso. Centenares de mujeres celebrando en las calles, abrazándose entre carcajadas, orgullosas de su condición y agradecidas con la vida… lo habían conseguido, habían logrado dar su opinión ante un gobierno activo y tomadas en cuenta, habían logrado reducir la diferencia entre amar y servir, que muchas veces confundía a los machos en casa. Entre la multitud, la joven veía un rostro franco, de fresca sonrisa  y ojos transparentes. Ella corría hacia él para encerrarlo en un abrazo lacerante, de esos que depende la vida, que traducen todo sin palabras.

Con su vista ligeramente borrosa, reparó que estaba en una habitación blanca, bien iluminada y perfumada a medicamentos. Oía a distancia las carreras de las enfermeras como una música regocijante. La suavidad de la cama en la que estaba acostada, abrazaba su cuerpo después de todo el castigo que había resistido. Una voz grave llegaba a sus oídos, una voz placentera hablando algo que no lograba entender muy bien. Alzó un poco la cabeza para ver de quién se trataba pero parecía que un velo turbio le nublaba la vista. Era un hombre, de eso estaba segura, y luego de mirarla unos segundos se fue sin decir nada más.

-         ¿Dónde estoy?- preguntó Ivania con la voz aún rasgada.
-         Tranquila, niña… estás en el hospital de la ciudad- dijo una de las enfermeras.
-         ¿Qué sucedió?
-         Has aguantado un buen castigo, de eso no hay duda.
-         ¿Cómo llegué hasta aquí?
-         Un policía te trajo… acaba de irse.
-         Debo hablar con él… agradecerle…- la muchacha trató de incorporarse pero la interna la detuvo.
-         Ya se fue, niña. Tienes que descansar.

Con el agotamiento de haber de corrido miles de kilómetros, Ivania volvió a posar su cabeza en la almohada. Lentamente, imágenes de esa noche comenzaron a llegar como un letargo a su recuerdo. Un cuarto lóbrego, iluminado sólo por una desnuda bombilla colgando del techo como un ahorcado, hombres uniformados, riendo, bromeando entre ellos mientras que la golpeaban en el rostro, atada a una silla con el cuerpo totalmente descubierto. Un frío intenso lamía su piel provocando que un estremecimiento la sacudiera con fuerza… ¿Cómo fue que llegó hasta allí? Trató de hacer memoria, trató de precisar el momento en que estúpidamente dejó que la atraparan hasta que dio en el clavo. Mirka le había advertido, su mejor amiga le había aconsejado quedarse en el cuartel de reunión esa noche pero no obedeció. Luego de una larga tarde de debates y estadísticas, Ivania caminaba por las calles desiertas de Praga en dirección a su hogar. Después de algunas cuadras, el motor de un vehículo a sus espaldas y las luces de unos focos sobre ella la hicieron detenerse. Desde el interior descendieron unos hombres que la cogieron por los brazos luego de cubrir su cabeza con una inmunda capucha negra, sin darle tiempo de escapar. No importaron los golpes ni las patadas que propinaba ciegamente, esos desconocidos eran mucho más fornidos.

-         ¿Dónde están tus amigas feministas?- le preguntaban dentro de ese cuarto.
-         No lo sé- respondía ella con terquedad. Una bofetada salvaje le cruzó la cara.
-         ¿¡Dónde están!?
-         No lo sé- repitió bajo el mismo tono sosegado. Otra bofetada más que, a diferencia de la anterior, la hizo caer con la silla al suelo.
-         ¿Crees que estamos cansados? Podemos seguir así toda la noche- Ivania, a pesar de la herida en sus labios, sonrió.
-         Creo que son unos idiotas… ¿Pueden seguir así toda la vida?- ese comentario sarcástico los ofendió tanto, que uno de ellos volvió a enderezar la silla y la desató, mascullando palabras incoherentes para la joven.
-         Ahora hablarás, maldita cómica- escupió el hombre, levantándola con un sólo brazo para llevarla hasta una mesa y recostarla allí…

Cuando llegó a ese punto del recuerdo, la muchacha rompió en llanto. Su valor se resquebrajó como pintura seca que se desconcha de un techo. Ya no podía mantenerse serena, metódica, indeleble… se derrumbó en esa cama blanca gimiendo dolorosamente. Acarició sus piernas invadidas de hematomas, las juntó con rabia, detestando como muchas otras veces el ser mujer… ser una maldita mujer frágil. Apretó su mandíbula aporreada repudiando la primitiva forma de dominar que tenía el hombre. Imponiendo fuerza, obligando, golpeando, ¿Dónde habían quedado las discusiones, la comunicación, las palabras? ¿Por qué para ellos una embestida sin permiso podía más que un argumento bien fundado?


Fue entonces, cuando, atormentada por esos rostros confusos, vio a Mirka llegar corriendo para encerrarla entre sus brazos. La muchacha se entregó a su caricia, pensando en lo mucho que la había extrañado, a ella y a las demás luchadoras de su grupo. La recién llegada trató con todas sus fuerzas de no llorar. La acunó sobre su pecho al igual que una niña para mecerla levemente en silencio… en total y completo silencio.

miércoles, 5 de junio de 2013

Entre dos ciudades



Necesito verte, por favor, ven. Te amo.

El joven evocó ese mensaje de texto una y otra vez, una y otra vez. Era lo único que le brindaba calma a su corazón desatado en latidos de espanto. Con sus manos sudorosas y aferradas a los brazos de su asiento, miraba hacia la ventanilla del avión sin ver nada en realidad. El paisaje aparecía y desaparecía de su vista causando que varios pasajeros vomitaran debido a las violentas nauseas. Necesito verte, por favor, ven. Te amo. Nuevamente esas palabras hermosas acudieron en su ayuda y lo ciñeron por el pecho. Respiró hondo tratando de poner su cabeza en orden. La imagen del rostro de ella lo llenó por completo. El contacto de su piel tersa, la arruga traviesa en la comisura de su boca al reír, sus cejas delineadas, sus labios inflados de belleza… toda ella era un poema. ¿Qué había pasado para estar separados? ¿En qué momento la habían cagado? ¿Cómo terminó él en Boston y ella en Los Ángeles? 



Turbulencia, un viraje inesperado, las máscaras se soltaron del techo y el equipaje de mano cayó en los pasillos incrementado aún más la angustia y el terror. Los recuerdos del joven se interrumpieron de golpe devolviéndolo a la realidad, esa horrible realidad. Los gritos de las mujeres y el llanto de algunos niños pronosticaron lo peor y él se concentró en un sólo pensamiento, la última noche que habían pasado juntos, la noche en que hicieron el amor con la cadencia de viejos amantes, con la serenidad del amor consumado y la intensidad de quienes sabían se estaban despidiendo. Había llorado en el hueco de su cuello mientras la abrazaba con fuerza. Suspiró ajustando su cinturón, miró a través del cristal y entre los cercanos edificios de lo que parecía ser Nueva York, cerró sus ojos. También te amo, murmuró poco antes del estropicio.