miércoles, 5 de junio de 2013

Entre dos ciudades



Necesito verte, por favor, ven. Te amo.

El joven evocó ese mensaje de texto una y otra vez, una y otra vez. Era lo único que le brindaba calma a su corazón desatado en latidos de espanto. Con sus manos sudorosas y aferradas a los brazos de su asiento, miraba hacia la ventanilla del avión sin ver nada en realidad. El paisaje aparecía y desaparecía de su vista causando que varios pasajeros vomitaran debido a las violentas nauseas. Necesito verte, por favor, ven. Te amo. Nuevamente esas palabras hermosas acudieron en su ayuda y lo ciñeron por el pecho. Respiró hondo tratando de poner su cabeza en orden. La imagen del rostro de ella lo llenó por completo. El contacto de su piel tersa, la arruga traviesa en la comisura de su boca al reír, sus cejas delineadas, sus labios inflados de belleza… toda ella era un poema. ¿Qué había pasado para estar separados? ¿En qué momento la habían cagado? ¿Cómo terminó él en Boston y ella en Los Ángeles? 



Turbulencia, un viraje inesperado, las máscaras se soltaron del techo y el equipaje de mano cayó en los pasillos incrementado aún más la angustia y el terror. Los recuerdos del joven se interrumpieron de golpe devolviéndolo a la realidad, esa horrible realidad. Los gritos de las mujeres y el llanto de algunos niños pronosticaron lo peor y él se concentró en un sólo pensamiento, la última noche que habían pasado juntos, la noche en que hicieron el amor con la cadencia de viejos amantes, con la serenidad del amor consumado y la intensidad de quienes sabían se estaban despidiendo. Había llorado en el hueco de su cuello mientras la abrazaba con fuerza. Suspiró ajustando su cinturón, miró a través del cristal y entre los cercanos edificios de lo que parecía ser Nueva York, cerró sus ojos. También te amo, murmuró poco antes del estropicio.

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