miércoles, 25 de noviembre de 2015

El amor y la guerra


De repente, silencio… el caos exterior había dado una tregua porque ella se sumergía en el sexo de quien amaba y ya nada más importaba. Aromas, sabores, texturas... ante esos estímulos sus sentidos simplemente estallaban. No había nada más embriagador, nada más apasionante que despegar con cada gemido hacia una dimensión paralela, lejos del humo, del dolor y de la cacería con balas y bombas que sucumbía a todo el mundo. 

Sus cuerpos, sudorosos y anhelantes, se movían con esa flexibilidad que sólo la juventud y la química otorgaban. Eran verdaderos seres marinos que nadaban entre las sábanas haciendo caso omiso de la realidad. Sus huesos perdieron de pronto la densidad volviéndose elásticos, atrapándose en un nudo de extremidades que ni Picasso entendería. Ondeaban, se ocupaban, se recorrían con las manos cuales ciegos por calles intransitadas y todo era perfecto. Por un momento de verdad creyeron que el amor había recuperado su absolutismo, su poder, e incluso que la ciudad se había desmayado de placer. El orgasmo atacó sus vientres, la humedad les aumentó el calor y soplándose un Te amo desesperado al oído se dejaron caer sobre el colchón. Poco a poco, como el murmullo de un aplauso infernal, el sonido de los disparos a lo lejos volvió a comenzar. A pesar de haber hecho el amor con ganas, afuera seguía haciéndose la guerra restando esperanza.

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