martes, 3 de septiembre de 2013

Esencia


Hay palabras que vuelan por la vida, incluso en tu diaria rutina y se estrellan contra ti como una gigantesca señalética de tránsito. Esas palabras te penetran por los poros ocupando tu garganta, tu torrente sanguíneo y aceleran tu corazón sedado de conformismo. Te sumerges en trabajo, en horarios, en responsabilidades renunciando a esa esencia salvaje que todos llevamos dentro, esa que nadie puede gobernar mucho menos doblegar. Aquellas palabras las vi rayadas frente a mí en un autobús rumbo a la oficina. Me dejaron ensimismada, cabreada, mirando al tiempo pasar por la ventana con sus minutos preciosos arrastrados igual que tarros, viendo a la gente caminar a un ritmo, de un mismo gesto y de un mismo color confundiéndose con el impreciso tono que vive entremedio de la primavera y el invierno. Sin ser ni de aquí, ni de allá no entendemos que somos de acá, del centro del pecho, en donde reside todo lo que es bueno, todo lo que es puro y sin musgos. Hoy mi viaje en autobús tuvo mucho más sentido y aunque llegué atrasada de mi boca no salió ni una puteada.

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