jueves, 16 de septiembre de 2010

El conchito




Mañana es el cumpleaños número 22 de la persona que sabe exactamente cómo provocarme un mal humor de aquellos que te retuercen las entrañas y un amor sencillamente inconmensurable: El conchito de la familia, mi querida hermana, Kathy. Creo que abusaré un poco más de la paciencia de ustedes (lo digo por el post anterior) y me aprovecharé de su visita para contarles sobre otra personita muy importante en mi vida.

Cuando yo tenía cuatro tiernos y hermosos años, muchos de mis parientes me hacían la típica pregunta: ¿Te gustaría tener un hermanito?, claro, para ellos era muy fácil hablar estupideces pero para mí era un asunto complejo, de total y hermético cuestionamiento. De antemano sabía que tendría que comenzar a compartir todas las cosas que por derecho y beneficio de hija única tenía hasta ese momento. Por otro lado, no había nada de malo en tener a alguien con quien jugar y a quien echarle la culpa si rompía o descomponía algo. En fin, mis padres no esperaron a que les diera mi parecer definitivo, y mi vieja se embarazó sin más en diciembre de 1987. Todo era felicidad y expectativa. Recuerdo a mi madre gorda, redonda, inmensa y patosa. Tocaba su vientre con mi manita pequeña sintiendo cómo ese renacuajo inquieto se revolvía en su interior.

La noche en que mi hermana decidió salir al mundo para comenzar a morir como todos nosotros, yo estaba durmiendo plácidamente en mi cama cuando me tomaron por el cuello, abrigaron como pudieron y enviaron a casa de una tía mientras mi mamá se iba al hospital en el auto de un vecino bondadoso- aquel día mi viejo tuvo turno de noche en su trabajo y no estaba en casa. No supe qué había sucedido hasta que me llevaron al centro médico para conocer al nuevo integrante. Recuerdo que nos referíamos a mi hermana casi con arrobas (@) en la distinción de sexo antes de nacer debido a que siempre se mostró de espaldas en las ecografías. Y entonces la trajeron para que yo la viera. La enfermera entró con un bulto diminuto entre sus brazos. Vi una cabeza que parecía un puño colorado y cabello oscuro en la coronilla. La tomé con la misma torpeza infantil de los niños y no pasaron ni diez segundos para que esa invasora de mal carácter rompiera a llorar a bocajarro. Desde ese momento comenzó nuestra batalla.

Kathy tenía unos pulmones capaces de volar hasta la casa de ladrillos del tercer cerdo del cuento. Su genio se dejó conocer por todos casi al instante. En pañales y ya era una orgullosa, testaruda, intolerante y despiadada. A los tres años de vida, mi padre tuvo que bloquear entre los barrotes de la reja del jardín para que la pequeña fugitiva no se pasara entre ellos como un contorsionista y escapara hacia las casas vecinas. Mi madre tenía que tener un ojo sobre el estofado y otro sobre ella para no perderla de vista. Yo ni siquiera hacía el intento de detenerla. Ya me había acostumbrado a no tener autoridad como hermana mayor, Kathy me mandaba a la mierda con todos los gastos pagados en poco tiempo. Un día, en su decimoquinto plan de fuga, al parecer su cabeza había crecido un poco más en esas semanas porque al pasar entre los acostumbrados barrotes- aún cercados inútilmente con alambre por mi viejo- separó las hebras metálicas y comenzó a introducirse poco a poco. Fue entonces donde se quedó atascada a mitad de camino. Sus sienes estaban apretadas por la reja, además que las orejas significaban un obstáculo mayor, y su cuerpo luchaba por zafarse del embrollo. Sólo su llanto nos advirtió que estaba en problemas viéndola atrapada como conejo en su propia trampa. No hubo otra forma de liberarla que sólo empujarla al exterior por completo o la decapitábamos sin remedio. Mi hermana nunca más intentó escabullirse por ese medio.

Creo que al pasar de los años he aprendido que las mascotas que ha tenido Kathy han adoptado personalidades o estados varios y extraños, hasta unos peces que tuvo una vez y duraron mucho tiempo. Entre el cardumen que nadaba circularmente en su pecera, había dos dorados que crecían y crecían a ojos vista. Yo ya estaba buscando recetas para servirlos como cóctel porque los veía gorditos, animosos, brillantes. Siempre acaparaban la comida de los demás pequeños y mi hermana comenzaba a preocuparse.
- ¿Por qué no los sacas y los llevas a la tienda de mascotas en donde los compraste?- le sugerí una tarde.
- ¿Por qué si están bien?- me respondió no muy convencida pero la mierda era cuestionarme siempre.
- Porque no quiero que crezcan al punto de devorarnos mientras dormimos, por eso.
Efectivamente, Diego y Alejandra- que era como los había nombrado a cada uno, idénticos por lo demás- eran peces de pileta, de fuente, de acuarios inmensos en donde podían crecer hasta cuarenta centímetros como los salmones de río que llegarían a ser. Menos mal que los cambió por otra especie o hubiéramos tenidos dos peces torcidos y apretaditos en ambos rincones de la caja de vidrio. Y como los quería tanto, no nos hubiera dejado freírlos como ya lo tenía planeado. Tuvo un hámster, Jerry, que al comprarle jaula nueva y de dos pisos, rodó por las escaleras de rejilla y le tomó dos días aprender el sistema de la rueda. El roedor estaba confundido, pero después de tomarle el ritmo no nos dejaba dormir con el sonido oxidado del engranaje. Mi hermana humectó el asunto con aceite de cocina y al hámster ni se le veían las patitas gracias a la velocidad. Le duró casi dos años. Actualmente tiene a Tobías, un experimento de perro Cocker que desafía las leyes de la genética. Es una mezcla rara entre salchicha con Basset Hound (Hush Puppies) y un chancho peludo color café. Kathy lo adora con sus defectos y defectos. Cuando los veo jugando juntos me parece que ella vuelve a los cinco años de vida y me convierto en la melancólica incurable que soy, estado que me dura hasta que Tobías se aburre, me huevea y me estornuda encima- creo que es el único perro que tiene la nariz sólo como excusa para tener rinitis.

Todo lo que rodea a mi hermana me divierte, me conmueve o me exaspera. Con ella no existen los términos medios, te ama o te odia y si caes en una de esas dos categorías ten por seguro que te lo hará saber bastante bien. Sus extremos son tan conocidos para mí que casi no me sorprende. Y digo casi porque hay veces que lo sigue haciendo. Hacendosa un día, un desastre al otro, amorosa una hora, ogro verde a la otra. Siempre reclama que su cumpleaños no pudo caer en peor día ya que en Chile se celebra Fiestas Patrias los 18 y 19 de septiembre. Varios de sus amigos viajan, otros se quejan del dinero que se hace escaso como para salir de juerga. Sin embargo, los buenos están con ella, la aguantan estoicamente como yo y se han ganado mi cariño por eso. Así que mañana, viernes 17, se homenajea la llegada de quien me movió el piso como un cataclismo, la cabeza dura que me sonsaca tanto mis instintos asesinos como mis renegados maternales. A ella, que con lo contado y más, me hace amarla para siempre.

Feliz cumpleaños, gorda!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Feliz Cumple Años al conchito,

algo atrasado xD

D.E.

AnDRóMeDa dijo...

Gracias mi niño
Saludos entregados ;)
Un besote!

ny dijo...

este comentario está super atrasado wachy,pero esta entrada me hizo llorar :')
feliz cumpleaños atrasadísimo para tu hermana!
un abrazo y beso grande desde japón! :)