jueves, 4 de septiembre de 2008

Crónica de un 2 de mayo


Lo más curioso de aquella tarde fue el frío inexplicable que recorrió el cuerpo de todos los presentes. Afuera de la casa brillaba un sol precioso, típico de domingo, mientras el viento corría en todas direcciones enredando los cabellos. Cuando crucé el umbral de la puerta principal, el silencio construido me golpeó el rostro al igual que el aroma a muerte impregnado en las paredes. En la habitación el más viejo de la familia agonizaba lentamente bajo las insoportables agujas de los paramédicos, quienes más que curar sólo experimentaban nuevas formas de luchar contra lo inevitable. Detuve mis pasos en la entrada del cuarto principal bajo la atenta mirada de mis tíos y primos. El sonido de las respiraciones de mi abuelo retumbaban en mi cabeza ahogándome la energía de sonreír, sus ojos que una vez fueron de un color indefinido se habían tornado grises ante la desolación de ver a la muerte directamente. Los años lo habían abandonado al extremo de que no pude calcular la edad de ese hombre frente a mí y una rara incomodidad me estremeció.

Un amigo médico estaba sentado a un lado de él recorriéndolo con su estetoscopio buscando algún indicio de esperanza bajo la piel, se atrevió a pinchar su brazo derecho para administrarle suero pero ya la vida no quería más ayuda, estaba definitivamente cansada. El brazo se hinchó de una forma alarmante provocándome rabia, déjenlo en paz, pensé. Busqué en lo profundo de su mirada perdida una forma de pedirle perdón, una excusa tranquilizante para años de incomunicación, de distanciamiento, una manera de conversar con él sin palabras y no tuve más elección que dejarme caer a su lado, posar mi mano sobre su pecho y sentir sus jadeos como agujas bajo mis uñas. Mi tía Mary, la menor de las tres hermanas, se paseaba de un lado para otro guardando no sé qué, buscando algo que nadie le pidió, ordenando cosas que no estorbaban; simplemente estaba huyendo dentro de cuatro paredes, se mantenía ocupada para no dejar tiempo a la mente de absorber todo como una esponja en agua y la dejé tranquila, no quise interrumpir su ceremonia sutil de resignación.

Besé la frente de mi abuelo ligeramente tibia, lo observé por largos minutos sumando sus arrugas reconociendo cuáles eran por mí y cuáles no, acomodé sus canas sabiendo de antemano que sería innecesario porque sólo faltaban segundos. Cuando el médico propuso cambiar su postura en la cama fue el inicio para que el viejo se fuera en suspiros trabajosos, la irregularidad en que su pecho subía y bajaba me ató la garganta en un nudo y sólo mi tío Carlos y yo percibimos que inhalaba muy pocas veces. El doctor leyó en mis ojos la desesperación y nuevamente lo asaltó con ese aparato para escuchar su corazón, “Saquen a las mujeres” fue lo que le oí decir antes de ser echada del cuarto sin darme tiempo de mirar atrás. Lo gracioso fue el ruido desde el exterior. La casa de mi abuelo está cerca de un estadio de fútbol de la ciudad y al parecer algún equipo jugaba esa misma tarde, al tomar asiento en el comedor el estrépito de un gol hizo que mis labios rompieran la seriedad y sonriera por la rareza del momento, imaginé que sería el equipo de mi abuelo y recordé cuando él iba a verlos entrando por la puerta trasera del estadio- con la ayuda de un amigo empleado del lugar- se introducía con gracia para no pagar la entrada y después perder esa plata igual apostando a los caballos en la hípica.

Nadie sabía cómo reaccionar ante la situación de ver al viejo en agonía. En la familia no habíamos sufrido una pérdida hacía muchos años y por eso cuando salió mi tío Carlos de la habitación y nos dijo que se había ido nos costó trabajo creerle por lo poco convincente. Fue extraño lo que pasó en mí, las palabras que había escuchado al parecer no habían entrado totalmente porque la explosión de llanto que azotó a mis tíos y primos no me azotó a mí y me sentí pésimo. Caminé con lentitud hasta estar a un costado de la cama y fijé mis ojos en el rostro pálido de mi abuelo, ya no tenía las facciones que le conocí durante veintiún años, parecía una persona diferente, desconocida, abracé a una de mis primas mecánicamente y comencé con mi papel de prima mayor entre las mujeres. A mi padre no lo vi en el trance que afectó a mis demás tíos como a la mayor de las hermanas, mi tía Mely, quien con sus sollozos remecía las cortinas dejando escapar la tranquilidad. Mi padre se ocupó de hacer las diligencias ingratas de la muerte, tomó su vehículo y en compañía de algunos más se dirigió a lugares como la pompa fúnebre, el cementerio, la financiera, sin darle tiempo de derramar una lágrima por su viejo querido y odiado. Yo me había limitado a esconderme en el rincón de la habitación pasando inadvertida para los demás, mimetizándome con el color de las paredes, como una espectadora de aquella escena.



Las dos noches en que velamos al abuelo conocí gente que nunca había visto en mi vida o que en realidad vi y no recordaba, me incomodaba cuando alguna señora llegaba y me decía lo grande que estaba, “pero si yo la vi de éste porte, le di besos en todas partes”, y eso me hacía sentir un rubor en las mejillas sólo imaginarlo. Una de esas señoras se puso de pie a mitad de la noche y propuso rezar un rosario para pedir por el descanso del alma de Juan, mi abuelo. Me puse de pie sin siquiera suponer que no volvería a sentarme luego de casi cuarenta minutos de rezar cincuenta Aves Marías, cinco Padres Nuestros, cinco Misterios de Gozo y de cantar dos canciones religiosas. Comprendí que al Ave María número veintidós mis pies comenzaban a dolerme y que para el número treinta y seis mi cabeza ya daba vueltas y me preguntaba si era necesario repetirlas tantas veces. Sin embargo, había algo extraño en el ambiente, no se sentía una pena desaforada o ese pesado aroma a muerte que al principio había percibido; existía alegría, incluso risas al recordar al viejo en una de sus rabietas, al bromear con la expresión de su rostro durmiente o de lo tranquilo que se veía a través del cristal.

Mis nervios estaban de punta, parecía un robot yendo de un lado para otro, porque sin darme cuenta había tomado cerca de diez tazas de café negro para combatir el frío y no dormirme de pie conversando con los demás. Muchos hicieron lo mismo, pero mi tío Carlos fue más oportuno y preparó una sopa de pollo que me calentó hasta la punta de los pies recompensando el hecho de que no había almorzado bien. Sebastián, el menor de mis primos, llenó la casa de alegría. A sus pocos meses de vida sabía exactamente cómo sanar las heridas, reía con alevosía, jugaba sin descanso, iba de brazo en brazo consolando quizás a conciencia, porque imagino que dentro de esas mentes infantiles existe un entendimiento mayor del que uno piensa. Al acercar al pequeño al cajón e inclinarlo un poco sobre el vidrio para que viera al abuelo, él fijaba sus ojos oscuros de aceitunas tornando sus labios a una seriedad adulta, lo observaba en silencio demostrándome que sabía quién era y lo que estaba ocurriendo. Ahora que lo pienso, ese pequeño se convirtió en el respiro que alivió un poco el sofocante dolor de la enfermedad del abuelo. Víctor, otro de mis primos, se dedicó enteramente a diseñar las tarjetas de agradecimiento para los que nos habían acompañado aquella noche, y por eso, toda la familia lo elevó a un trono que yo nunca ocuparía. Las tarjetas se habían convertido en una obra intocable más que en lo que realmente eran y secretamente me llené de rabia. Aquella diferencia absurda creó entre los dos una cierta distancia, recelo, incomodidad; me provocó preguntarme si alguna vez había deshonrado el apellido para que pensaran de mí lo peor todo el tiempo. Sin embargo, me había acostumbrado, comencé a interesarme tan poco por lo que pensaban que dejé que imaginaran lo que se les antojara y que enchaparan a los demás en el oro que yo no merecía. Ya no podía hacer nada más.

Esa noche del velorio, salí al patio para fumar un cigarrillo y sentir el frío de mayo tocar mi rostro. Me senté en un escalón y miré el cielo reparando que estaba totalmente despejado. Busqué en cada rincón de la noche una estrella fugaz, deseaba sin razón ver aunque fuese una y como siempre, cuando uno las busca nunca encuentra ninguna. Comencé a contar las bocanadas a mi cigarrillo hablando sola, esperando escuchar una voz amiga, limitando el cielo convencida que mil billones de kilómetros con cincuenta centímetros eran su medida… y cuando llegué hasta ese punto el recuerdo recurrió a mi desvarío y ordenó mis pensamientos. Me di cuenta que el patio había cambiado bastante, había pasado por ahí tantas veces sin notarlo que una nostalgia me remeció el espíritu. Las tardes de domingo, con sus asados y mesas bajo el ciruelo entraron a mi mente sin orden cronológico, atochándose en mi cabeza, buscando un lugar, reprochándome que por fin los hubiera evocado. De los volantines que mi padre con mis tíos construían y vendían en el barrio, de su forma de bromear en la mesa y de desprestigiar los equipos de fútbol del otro. Las navidades y años nuevos que nos reunían y limpiaban las asperezas de discusiones anteriores, no importaba cuán enojado se estaba, el abrazo siempre pedía disculpas sin hablar. La sonrisa nuevamente sorprendió mis labios sintiéndome renovada, levanté la vista y uno de mis tíos encendía fuego en medio del patio para espantar el hielo de la madrugada, me pregunté si aquello le causaría a mi tía Mary la misma gracia que a mi tío por la ropa tendida, pero no se podía negar que el calor era regocijante.

Sin duda, mi abuelo era un bromista y cara dura, amante de su familia pero muy testarudo y orgulloso para soltar una caricia, le era mucho más sencillo dar un golpe juguetón que un beso en la frente. Creo que por eso murió un domingo, el día más simbólico para todos y el día en que podíamos estar con él para acompañarlo en su viaje, ese dos de mayo no pudo ser mejor momento. La fortaleza de mi tía Mary no había dejado de sorprenderme, aún cuando se abandonó a los brazos de uno de sus hermanos y lloró a gritos como una niña, su valentía me congeló la sangre definitivamente. El tamaño que tengo se encogió de repente, mis brazos no alcanzaban a rodearla, mis lágrimas eran salpicones que no expresaban nada, mi voz se confundía con el ruido exterior y comprendí que en realidad era ella, la última soltera de la familia, quien me enseñaba a sentir dolor. A sus cuarenta y tantos años de vida, ella sabía perfectamente cómo amar a sus sobrinos como hijos propios, amar a sus cuñadas como hermanas y extender sus manos para mantener el valor de la familia lo mejor posible. Las delgadas arrugas alrededor de sus ojos la definen mejor de lo que alguna vez pueda hacerlo yo, pero haré un esfuerzo. Aquella era una mujer valiente, seria, prudente y estricta, de manos marcadas por el sacrificio de años sirviendo a un padre generalmente malhumorado, con una mirada fría para los que no le inspiran confianza y dulce para sus seres queridos. Puede sonreír con la misma franqueza con la que llora sus penas, ferviente creyente de la religión católica y enemiga a muerte del machismo chileno. Sí, realmente fue ella quien soportó el peso de todos nosotros aquella noche, fue ella la que dio su juventud en ofrenda recibiendo nada más que ingratitudes. Veo en su mirada una amargura que le es difícil de expresar, ganas de decir tantas cosas pero sólo se limitó a caminar conmigo hacia la salida de camposanto… Hay que cocinar como todos los días, me dijo susurrando…

1 comentario:

Anónimo dijo...

u.u la muerte algo inevitable y q cala el alma, con este escrito andro o Amanda creo q estoy conociendo un poco tu lado familiar; aunque este modo, el de la muerte no sea el mas grato, siento mucho que tu abuelo aya dejado este mundo, y q tu ya no puedas compartir ciertos momentos con el, pero en tu pasado los viviste, los compartiste, viviste la experiencia de estar con el, note que decías q el cariño q había entre tu y el no era muy unido, es decir había cierta frialdad o alejamiento, tu solo sabes que había, y de cierto modo te entiendo. Yo con mis abuelos he pasado lo mismo, eran tan fríos con migo que en mi no estaba ese sentimiento de hablar y decirles cuanto los keria, o besarlos y tomarles de la mano, ellos eran tan secos q yo tamb me volvi seca, un simple saludo, y dos besos en la mejilla bastaban para mi y para ellos. De niña no recuerdo que me alcen o besen, y siento tristesade solo imaginar q hay otras personas que si prodigan cariño de abuelos a sus nietos, sus nietos son muy apegados a ellos, y la verdad duele, pero crecí asi, y asi seguiré viviendo. Cuando los perdí la culpa de no actuar yo con mas cariño me ahogo, esa culpa de ser yo la que no cambio nada y perdí tiempo.

Los velorios momentos que uno se pierde entre tan personas desconocidas q uno solo quiere esconderse en un rincón, pero a la ves la curiosidad de saber pequeños relatos y anécdotas de aquella persona que nos a dejado, por mi parte a mi eso me hacia alejarme de un ricon y acercarme a escuchar a esa personas desconocidas para mi, había tantas cosas q no sabia de mis abuelos.

u.u ahí algo que resaltaste la diferencias absurda o como le llames tu a eso que nació entre tu primo y tu, como los demás te ven a ti y a el. Amanda tu como el son personas total mente distintas claro eso esta, el punto a resaltar es q jamás dudes de lo q tu vales, dijiste q con el tiempo no te a afectado ya eso de lo que piensen de ti, y no se q tanto pensaran de ti o como ellos te ven, de mi parte desde lejos yo te veo una persona normal, puedes tener tus defectos o virtudes, quizás ellos te juzguen xq realmente ellos no te conocen en el fondo… y dales tiempo el dia de mañana te veran distinto, te tocar la puerta, te dirán q lo sienten, o quisas ni te lo digan, el silencio sera el q dicte.

Vive como sigues viviendo Amanda, tu sabes q vales mucho, tu capacidades, tu entrega a lo que haces y el cada día q vives con la frente en alto te hacen la persona q eres, tu talento algún dia segara a otros ya lo veras, y serás el orgullo de tu familia, de tus amigos, de los q te aman en serio.

Fascinante tu relato, algo real… me saco el sombre de esta historia que para ti es un recuerdo real de lo q viviste… y para mi una historia mas de tu vida, una forma de conocerte.. y una forma de admirarte.

Atte

Majo

Pd: mañana leo mas de ti andro, gracias x compartir esto!