miércoles, 10 de septiembre de 2008

Malabarista de emociones




Mientras dibujaba figuras abstractas e imposibles, liberaba mi mente en cada pelota traviesa que arrojaba por los aires. El sol de la mañana me brindaba su calor en ese invierno despiadado notando así que me encanta esta estación del año a pesar de todo. Yo no era más que un malabarista callejero, un artista sin ley, un amante del sinsentido… uno de los muchos que se atreven a soñar en una esquina de Santiago, uno de los pocos que aman lo maravilloso de la magia y el detalle del desastre.



De pie ante los vehículos detenidos por el rojo del semáforo, me paseaba de aquí para allá elevando las pelotas al cielo para recibirlas otra vez con maestría, una por una… todas en su debido momento. Me gustaba experimentar con la gravedad y desafiar las posibilidades con ligeros movimientos de mis muñecas, ver las miradas embelesadas de mi público fortuito y elevar mi voz con energía para saludarlos, sin embargo, una mirada en particular capturó mi atención por completo. Eran los ojos oscuros más hermosos que había visto nunca y me costó trabajo seguir con lo que estaba haciendo. Detuve mi malabarismo sólo para fijarme en ella, montada en su roja bicicleta de montaña. Nos quedamos mirando unos segundos que pude haber aprovechado para pedir la cooperación monetaria correspondiente pero no tuve el tiempo ni el deseo, ya me sentía saldado ante la belleza traslúcida de esa santiaguina como ninguna otra.



La luz verde no tardó en llegar dando hincapié a los automóviles de reanudar su camino y pasar por mi lado con peligrosa proximidad. Me importó una mierda. Ella, sonriente, pedaleó en su vehículo acercándose a mí y no supe qué hacer, el alma de payaso que llevaba dentro me dijo que le alegrara el día con una pirueta pero no me quise mover por no perderla de vista. Al tenerla sólo a un metro de distancia, la joven detuvo su andar y quedamos hombro con hombro. Se inclinó un poco plantándome un dulce beso en la mejilla que sentí viajar por toda mi columna vertebral. Quedé absolutamente desarmado.


- Espero que eso compense el hecho de que no traigo dinero conmigo- me dijo en un tono burlón y me guiñó un ojo antes de continuar pedaleando. Sólo con eso me sentí el hombre más rico del universo y agradecí a Dios este bello oficio…

1 comentario:

Ondina dijo...

jejeje... conozco a alguien a quien tu escrito le encantaría más que a cualquier otra persona... un payaso callejero...

Pero bueno, Andro, ¿qué te digo? que adoro tu sensibilidad, y que me encanta establecer una nueva conexión contigo también a través de este medio. Hace falta salir a las calles con el corazón abierto.