- - Y si
miras la injusticia a la cara, si la descubres serpenteando entre las piernas
de la gente buscando a quien atacar, a quien envolver en su abrazo frío para
exprimirle hasta su último aliento, te arrancará los ojos de un movimiento
letal y certero…
Cuando la niña oyó a su hermano mayor contar esa parte
de la historia, se cubrió la cabeza con la sábana para luego soltar un leve
grito. El joven se rio y la buscó entre las cobijas para abrazarla con fuerza.
Siempre compartían historias de terror en Halloween y cada vez que lo hacían,
la pequeña terminaba durmiendo con él a causa del miedo.
Ese año, la fiesta era diferente. La niña sabía que
algo pasaba. Aquel Halloween se respiraba mucho más tenso, más oscuro y
tenebroso. Un viento frío corría con fuerza arrancando los adornos de calabaza
que ella había colgado en el jardín. Dentro de la casa, sus padres hablaban
entre ellos sobre cosas que no lograba entender y miraban la televisión con
angustia. Su hermano era el más molesto cuando veía las noticias. Reclamaba a
voz en cuello contra la fuerza policial, sobre los abusos que cometían con
total impunidad y agitaba las manos en busca de respuestas a su sinfín de
preguntas. La niña lo admiraba cuando se ponía vehemente. Siempre fue
apasionado y comprometido. Esperaba algún día ser como él al crecer.
A los días siguientes, la niña se enteró que sus
clases habían sido suspendidas por seguridad, también las de su hermano en la Universidad.
Quiso preguntar más sobre lo que sucedía, pero sentía que podían enojarse con
ella por meterse en asuntos de grandes. Una noche, mientras dormía, tuvo sueños
extraños sobre un gran basilisco, como el que leyó en Harry Potter, que se
comía los ojos de la gente que se atrevía a encararla. Se agitaba en su cama
hasta que el miedo pudo más y la despertó de un salto. Respiró profundo y se
quedó mirando el techo con una sensación inexplicable de ansiedad.
De pronto, el sonido del celular de su madre rompió el
silencio nocturno como también lo hizo su grito desgarrador. La niña se levantó
de golpe y corrió hacia la habitación de sus padres para saber qué había
pasado. Nunca había escuchado a mamá gritar de esa manera. Al llegar al umbral
de la puerta, los vio vestirse con prisa. Ellos, al verla ahí, descalza y en
pijamas, la mandaron a abrigarse con rapidez porque debían salir de inmediato.
Ella obedeció sin entender qué ocurría. Al pasar por la habitación de su
hermano, él no estaba en su cama, es más, no estaba ni siquiera deshecha.
Aquello le apretó el estómago.
Su padre sacó el auto hacia el pasaje y al momento de
abordar, apretó el acelerador causando que las llantas chillaran sobre el
asfalto. La niña vio las calles de la ciudad pasar a toda velocidad por su
ventanilla. Notó una que otra fogata en las esquinas, gente conversando en las
veredas, otras corriendo, algunas sirenas sonando a lo lejos. Había algo
desolador flotando en el ambiente. Al cabo de unos minutos, llegaron a un
hospital estacionando en las afueras sin ningún cuidado. La niña, sujeta en su
silla de seguridad, vio cómo su padre trataba de soltar las correas con manos nerviosas.
Una vez liberada, los tres corrieron hacia el interior del edificio lo cual le
aceleró más su corazón infantil.
Ya en Urgencias, los adultos preguntaron a una
recepcionista por su hijo mayor casi a gritos. La niña, a esas alturas, ya
sintió inmensas ganas de llorar. Su madre le dijo que estuviera tranquila, que
todo estaba bien. Mentira. Fueron palabras vacías y estúpidas. La pequeña no
era ninguna tonta. ¿Dónde está mi hermano?, preguntó con los ojos llenos
de lágrimas. Los hicieron caminar por un pasillo que conectaba varias
habitaciones hasta ingresar en la indicada. Ahí estaba el joven, semisentado
con un gran parche sobre su ojo izquierdo. La mujer restó la distancia a paso
veloz y encerró a su hijo en un abrazo tan fuerte que lo hizo gemir del dolor. Una
de las enfermeras de turno les explicó la gravedad de la herida y los
infructuosos intentos del doctor a cargo por salvar su globo ocular.
- - Lo
siento mucho. El ataque que lo causó fue “letal y certero”- dijo la profesional.
Los padres rompieron a llorar. La niña, quien estuvo atenta a cada palabra,
recordó la historia de Halloween y se acercó a su hermano tomando su mano.
- - ¿Por
qué tenías que mirar al monstruo Injusticia a la cara? Te robó tu ojito…
- le susurró con el mentón tembloroso. El joven la miró con su ojo bueno y le
sonrió.
- - Lo hice
por ti. Y volvería a hacerlo.
1 comentario:
Ay, no!!! Apenas vengo a darme cuenta de que usted no ha dejado de escribir en este espacio, y me encuentro con esto. 😭😭😭 Estremecedor relato, compañera!!
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