jueves, 21 de noviembre de 2019

Por ti



-        - Y si miras la injusticia a la cara, si la descubres serpenteando entre las piernas de la gente buscando a quien atacar, a quien envolver en su abrazo frío para exprimirle hasta su último aliento, te arrancará los ojos de un movimiento letal y certero…

Cuando la niña oyó a su hermano mayor contar esa parte de la historia, se cubrió la cabeza con la sábana para luego soltar un leve grito. El joven se rio y la buscó entre las cobijas para abrazarla con fuerza. Siempre compartían historias de terror en Halloween y cada vez que lo hacían, la pequeña terminaba durmiendo con él a causa del miedo.

Ese año, la fiesta era diferente. La niña sabía que algo pasaba. Aquel Halloween se respiraba mucho más tenso, más oscuro y tenebroso. Un viento frío corría con fuerza arrancando los adornos de calabaza que ella había colgado en el jardín. Dentro de la casa, sus padres hablaban entre ellos sobre cosas que no lograba entender y miraban la televisión con angustia. Su hermano era el más molesto cuando veía las noticias. Reclamaba a voz en cuello contra la fuerza policial, sobre los abusos que cometían con total impunidad y agitaba las manos en busca de respuestas a su sinfín de preguntas. La niña lo admiraba cuando se ponía vehemente. Siempre fue apasionado y comprometido. Esperaba algún día ser como él al crecer.

A los días siguientes, la niña se enteró que sus clases habían sido suspendidas por seguridad, también las de su hermano en la Universidad. Quiso preguntar más sobre lo que sucedía, pero sentía que podían enojarse con ella por meterse en asuntos de grandes. Una noche, mientras dormía, tuvo sueños extraños sobre un gran basilisco, como el que leyó en Harry Potter, que se comía los ojos de la gente que se atrevía a encararla. Se agitaba en su cama hasta que el miedo pudo más y la despertó de un salto. Respiró profundo y se quedó mirando el techo con una sensación inexplicable de ansiedad.

De pronto, el sonido del celular de su madre rompió el silencio nocturno como también lo hizo su grito desgarrador. La niña se levantó de golpe y corrió hacia la habitación de sus padres para saber qué había pasado. Nunca había escuchado a mamá gritar de esa manera. Al llegar al umbral de la puerta, los vio vestirse con prisa. Ellos, al verla ahí, descalza y en pijamas, la mandaron a abrigarse con rapidez porque debían salir de inmediato. Ella obedeció sin entender qué ocurría. Al pasar por la habitación de su hermano, él no estaba en su cama, es más, no estaba ni siquiera deshecha. Aquello le apretó el estómago.

Su padre sacó el auto hacia el pasaje y al momento de abordar, apretó el acelerador causando que las llantas chillaran sobre el asfalto. La niña vio las calles de la ciudad pasar a toda velocidad por su ventanilla. Notó una que otra fogata en las esquinas, gente conversando en las veredas, otras corriendo, algunas sirenas sonando a lo lejos. Había algo desolador flotando en el ambiente. Al cabo de unos minutos, llegaron a un hospital estacionando en las afueras sin ningún cuidado. La niña, sujeta en su silla de seguridad, vio cómo su padre trataba de soltar las correas con manos nerviosas. Una vez liberada, los tres corrieron hacia el interior del edificio lo cual le aceleró más su corazón infantil.

Ya en Urgencias, los adultos preguntaron a una recepcionista por su hijo mayor casi a gritos. La niña, a esas alturas, ya sintió inmensas ganas de llorar. Su madre le dijo que estuviera tranquila, que todo estaba bien. Mentira. Fueron palabras vacías y estúpidas. La pequeña no era ninguna tonta. ¿Dónde está mi hermano?, preguntó con los ojos llenos de lágrimas. Los hicieron caminar por un pasillo que conectaba varias habitaciones hasta ingresar en la indicada. Ahí estaba el joven, semisentado con un gran parche sobre su ojo izquierdo. La mujer restó la distancia a paso veloz y encerró a su hijo en un abrazo tan fuerte que lo hizo gemir del dolor. Una de las enfermeras de turno les explicó la gravedad de la herida y los infructuosos intentos del doctor a cargo por salvar su globo ocular.

-      -  Lo siento mucho. El ataque que lo causó fue “letal y certero”- dijo la profesional. Los padres rompieron a llorar. La niña, quien estuvo atenta a cada palabra, recordó la historia de Halloween y se acercó a su hermano tomando su mano.
-       - ¿Por qué tenías que mirar al monstruo Injusticia a la cara? Te robó tu ojito… - le susurró con el mentón tembloroso. El joven la miró con su ojo bueno y le sonrió.
-       -   Lo hice por ti. Y volvería a hacerlo.



1 comentario:

Ondina dijo...

Ay, no!!! Apenas vengo a darme cuenta de que usted no ha dejado de escribir en este espacio, y me encuentro con esto. 😭😭😭 Estremecedor relato, compañera!!