martes, 23 de abril de 2013

Azul y verde



Mi humilde aporte en letras en honor a dos fechas importantes: el Día del Planeta y el Día del Libro.



Año 2080 d. c
En algún lugar del mundo.

 El color verde se extinguió. Y está bien, porque todo en este planeta cumple un ciclo, dijo un político de engominado peinado en el noticiero de las nueve de la noche. El joven Nicolás, al escucharlo, frunció su ceño al repetir las palabras en su mente. Todo en este planeta cumple un ciclo… ¿Los colores también?, se preguntó. No podía concebir aquello, ¿Cómo podía ser posible? Se suponía que los colores eran eternos, como las texturas, los aromas, los sabores. No puede extinguirse una cualidad activada por uno de los sentidos humanos. Hacía cincuenta años atrás que el color azul había desaparecido y ahora pasaba lo mismo con el verde. No. El chico negó vigorosamente con la cabeza. No podía ser. El color debe vivir por siempre.

Año tras año, la Tierra fue secándose y demacrándose como el rostro de un anciano. Nuevas arrugas surcaban su piel generándose repentinas depresiones de rocas, barrancos y abismos profundos que se tragaban hasta los más valientes que se disponían a cruzarlos. En lo alto colgaba un sol de rojo rabioso y el viento no era más que vaho caliente y pegajoso. La vegetación había muerto totalmente como consecuencia a la ausencia de la lluvia, polinización y piras infernales que quemaban todo a su paso. El verde natural se había ido al carajo. Fastidiado, Nicolás se levantó de su sofá para caminar hacia la cocina y beber un vaso de agua desde una botella que consiguió por contrabando. Estaba tibia. Tomó sólo dos sorbos que disfrutó como el mejor de los manjares. El agua estaba al precio de cien gramos de oro por litro y ya era privilegio exclusivo de los ricos.

Cuando el azul dejó de verse en el cielo debido a la excesiva contaminación del mundo, el mar dejó de tener color también convirtiéndose en un líquido gris y sin gracia. Nicolás nunca supo cómo fue en verdad ese mar del que tanto se referían los libros. En su infancia, sus padres trataban de describirle el océano como una inmensidad acuática impresionante, con oleaje vivo y furioso azotando las costas, esparciendo su brisa como aliento fresco entre los cabellos, sin embargo no podía imaginarlo a menos que viera imágenes digitales al respecto. Para él, el mar era un charco patético que se movía con la oleosidad de un barril de petróleo y mierda.

Nadie recordaba ya el azul natural, nadie recordaba esa tonalidad que llamaba a la elegancia y a la belleza. Fue así como década a década, el azul y el verde en los ojos de la gente fueron perdiéndose entre las generaciones al punto de que las córneas sólo variaban entre el negro, el gris, el marrón e incluso el rojo. Miradas uniformadas. Nicolás había aprendido a vivir con miedo debido a ello y prefería desplazarse entre las sombras. El día de su nacimiento, el 22 de abril del 2055, se provocó un alboroto en la sala de parto que no dejó a nadie indiferente. Aquella mañana se corrió la voz de que había nacido un niño con los ojos del color extinguido y por supuesto, obtuvo una atención demandante, casi peligrosa.

-Debe quedarse unos días para unos cuantos estudios- dijo un médico a los nuevos padres- Es impresionante esta característica en un niño luego de tanto tiempo. Absolutamente impresionante.- Daniel, padre de Nicolás, tuvo una horrible corazonada. El mercado negro y el tráfico de todo lo que las almas inescrupulosas pudieran obtener a cambio, estaba en cada esquina, en cada nivel socioeconómico. La sonrisa de medio lado del facultativo y la luz de codicia que brotaba de su semblante le pellizcó la desconfianza, si no hacía algo tratarían a su único hijo como un maldito conejillo de Indias o lo expondrían cual fenómeno de circo. Impulsado por el terror, Daniel sorteó la seguridad del hospital durante la noche sacando al pequeño y a su esposa por un callejón, donde un amigo taxista los esperaba. Los guardias, al dar cuenta de la violación al inmueble, salieron en su caza disparando a diestra y siniestra como ciegos vaqueros.

-¡Isaac, acelera!- le ordenó al conductor, quien con destreza, se dirigió hacia la avenida principal perdiéndose entre los demás vehículos.

Desde el primer día Nicolás tuvo que esconder sus ojos tras lentes de contacto negros como los ojos de su madre, mientras que por todas partes se buscaba a cualquier precio la criatura con ojos de agua y cielo limpios. Ya estaba acostumbrado, y a pesar de que existían miles de formas de cambiar su color mediante los avances médicos, fueron sus padres antes de morir los que le hicieron prometer que no lo hiciera jamás. En su mirada vivía una coloración perdida que llamaba a la esperanza. Él era una ventana a la esperanza. Una lágrima rodó por su mejilla al recordar ese momento. La manoteó con cierto hastío. Hacía dos años que no lloraba y a esas alturas le parecía una bobería innecesaria del cuerpo humano.

-Feliz cumpleaños para mí- se dijo, buscando ropa para salir a trabajar. Como había hecho su acto de rutina, tomó la caja de los lentes de contacto, la abrió y se colocó uno a uno casi sin cuidado. La parada del autobús quedaba a sólo un par de calles de su apartamento pero aquella mañana prefirió caminar.

El aire estaba irrespirable. Nicolás tuvo que llevarse el antebrazo a la boca y nariz para poder minimizar el olor a desechos. La basura ya no tenía espacio y todo quedaba desperdigado por las veredas. Dio vuelta en una esquina hacia la avenida cuando tres tipos con cotona blanca en dirección contraria chocaron con él. Ninguno le pidió disculpas y siguieron su carrera histérica discutiendo entre ellos. Hay que encontrarla, no puede estar muy lejos. El joven reanudó su paso algo extrañado, reparó que no sólo ellos estaban buscando algo sino que varias personas corrían de aquí para allá con la misma ansia. Azotado por la sugestión, Nicolás comenzó a caminar mucho más rápido hasta correr hacia un callejón y albergarse bajo unas escaleras. No entendía qué estaba sucediendo pero prefirió tomar precauciones.

-No nos hagas daño, por favor- una voz femenina a sus espaldas lo hizo sobresaltarse. Entre unas cajas de cartón amontonadas una sobre la otra, Nicolás vio a una joven asustada con un bulto en su regazo. El muchacho no supo qué hacer más que mover la cabeza como señal compasiva.- No digas que estamos aquí o se llevarán a mi hija lejos de mí.- aquellas palabras provocaron en ella un nuevo llanto. Nicolás miró bien el bulto y distinguió el diminuto rostro entre las cobijas.
-Es a ti a quien están buscando…- fue lo único que se le ocurrió decir- ¿Por qué?
-Escapé del hospital. Esta madrugada di a luz y…- no pudo continuar. Atrajo al bebé con más fuerza hacia su pecho y sudaba por el dolor físico. Nicolás notó que la chica temblaba y necesitaba de atención. No podía dejarla ahí a su suerte. Sacó su celular y llamó al viejo amigo de sus padres para trasladarse en taxi de regreso al apartamento. Le pidió a la chica que confiara en él, que sólo quería ayudarla. Luego de un rato, ella accedió obligada por el dolor y hambre que la atosigaban. Isaac llegó con el vehículo a los pocos minutos, ambos abordaron y emprendieron rumbo hacia el edificio. Al avanzar por las primeras calles, Nicolás vio que una pareja de policías detenía el tráfico terrestre e inspeccionaba el interior de las cabinas.

-¿Acaso este cacharro no puede volar?- le exigió al viejo con cierta molestia. Éste lo miró, impávido.
-Sí, este cacharro vuela, pero como la mierda- dijo el conductor y accionó una palanca que resonó como metal oxidado. Salió de la fila elevándose hacia el tráfico aéreo de la ciudad. La pareja de policías advirtió la acción evasiva y montaron sus motos para volar como avispas tras ellos. Sus sirenas rompieron la monotonía– Sujétense – ordenó Isaac, girando el volante con habilidad. Esquivaba los demás vehículos tan fácilmente que Nicolás agradeció los años de experiencia de aquel viejo taxista. La policía los siguió muy de cerca en algunos momentos. El taxi escupía humo negro de su tubo de escape y de repente tosía uno que otro tornillo. En una intersección, un semáforo cambiaba de amarillo a rojo e Isaac aumentó la velocidad y la altura, sin embargo, la capacidad gravitacional fallaba volviendo la máquina algo pesada. Nicolás, como acto instintivo, abrazó a la joven a su lado para protegerla y cerró los ojos. El vehículo alcanzó a elevarse unos centímetros por sobre la fila de vehículos que cruzaban velozmente.  Al lograr escapar, estacionaron frente al edificio y Nicolás le agradeció al viejo palmoteando su espalda– Esto parece una escena vivida hace veinticinco años con tus padres. – comentó. El joven le sonrió con cierta nostalgia.

Dentro de su apartamento, Nicolás le dio de comer y beber a la muchacha, quien era incapaz de soltar a su bebé. Él entendió y no insistió en que la recostara en la habitación. Aquella chica lo llenaba de curiosidad y a la vez de confianza. ¿Por qué había huido del hospital? ¿Por qué creía que le quitarían a su hija? Tuvo la idea fugaz de que quizás su historia estaba repitiéndose. El estómago se le contrajo con fuerza.
-¿Por qué me miras así?- le preguntó la chica después de un breve silencio.
-Parece un deja vú todo esto- respondió Nicolás tomando asiento frente a ella.- Mi madre también escapó del hospital luego de tenerme. Eso me contaron. - la muchacha agudizó más la vista hacia sus ojos y Nicolás bajó la mirada de inmediato. Ella sonrió.
-No te preocupes, no le diré a nadie, te lo prometo… - se apuró en decir al verlo incómodo y atemorizado. Su hija se removió entre sus brazos despertando ligeramente de su sueño. Abrió sus ojitos y con cuidado la muchacha se los enseñó a Nicolás- … Si también tú me prometes no decir nada- para el asombro absoluto del muchacho, la bebé también era especial como él, había nacido una nueva ventana a la esperanza; pero no por el azul perdido en sus córneas, sino por el hermoso color de la vegetación que alguna vez pobló el planeta… un verde maravilloso y tristemente extinguido.

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