Esa chica sobre el escenario baila como los dioses, pensó ella entre el público mientras la veía moverse con gracia
y sensualidad. La música de la disco resonaba por los amplificadores haciendo
que retumbara el piso bajo sus pies. La joven no podía quitarle la vista de
encima, no podía siquiera fingir la fascinación dibujada en cada detalle de su
rostro. Imaginaba que la bailarina danzaba únicamente para ella en una función
privada, sin toda esa tropa de tarados lanzando gritos de calientes
descerebrados y su estómago se contrajo con fuerza. Se llamó estúpida
apurándose un largo trago de su vaso.
Los focos, los cuales se movían rítmicamente en todas direcciones,
lanzaron su luz fija iluminando a los espectadores. La muchacha no pudo evitar
fruncir el ceño por lo molesto del brillo en sus ojos. Sin embargo, la intensa
mirada de la bailarina se posó sobre ella de repente. Fue como una bofetada que
despertó cada uno de sus sentidos, un impulso eléctrico que viajó por toda su
piel y sus nervios la tomaron por el cuello para ahorcarla. No pudo explicar el
por qué de esos latidos desaforados ni de sus horribles deseos de esconderse
entre la gente, pero allí se quedó, estática como una roca pesada. La
bailarina, desde donde estaba, sonrió de manera sugerente, invitándola a
sonreír también, y siguió su show terminando con un aplauso estruendoso como
recompensa.
La joven la vio descender peldaño a peldaño perdiéndose de su
vista. Su nerviosismo aumentó mezclado con el miedo de no volver a verla y sin
pensarlo demasiado, se abrió paso entre la muchedumbre para alcanzarla. A poca
distancia, reparó que entraba al baño de mujeres, apuró el paso y cruzó el
umbral encontrándose con un espejo enorme frente a los lavabos. Ahí estaba la
chica, la bailarina, tan hermosa como la había visto bajo las luces de colores.
Quiso saber cómo era su voz, cómo se llamaba, quería saber de su vida y por qué
era para ella tan condenadamente sexy. ¿Acaso se trataba de una invención de la
ironía para quitarle la cordura? ¿Acaso había llegado a bailar a ese preciso
lugar, esa precisa noche para decirle algo? La bailarina la miró a través del
espejo sin moverse pero demostró en su cara que la había reconocido. La joven
reanudó sus pasos hacia ella como azotada por una fusta, la giró y la tomó de
las mejillas para besarla de lleno en los labios. La suavidad en su boca fue lo
primero que derritió todos sus pensamientos. La besó con ganas, con hambre, con
pasión sin olvidar la ternura que residía en su personalidad. Lo prohibido la
sedujo, le tejió una telaraña alrededor y sólo quería enredarse sin culpas. El
monótono ruido del local desapareció como el trinar de un ave en invierno. La
bailarina la rodeó con sus brazos a la altura de la cintura, embriagada por esa
caricia tan perfecta, y cuando se dispuso a estrecharla más hacia su pecho para
darle la bienvenida, el sonido de la puerta las hizo detenerse de golpe. La
muchacha la soltó casi como si se tratara de una plancha hirviendo.
-Aquí estabas… ya nos vamos. Gabriel te está esperando afuera.- le
avisó una chica desde la salida.
-Sí, ya iba en camino.
-¿Gabriel?- susurró la bailarina para que solamente ella la
escuchara.
-Mi novio…- respondió, para luego
salir de allí con la mano en sus labios.
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