jueves, 14 de marzo de 2013

De pasión y otros conflictos





Esa chica sobre el escenario baila como los dioses, pensó ella entre el público mientras la veía moverse con gracia y sensualidad. La música de la disco resonaba por los amplificadores haciendo que retumbara el piso bajo sus pies. La joven no podía quitarle la vista de encima, no podía siquiera fingir la fascinación dibujada en cada detalle de su rostro. Imaginaba que la bailarina danzaba únicamente para ella en una función privada, sin toda esa tropa de tarados lanzando gritos de calientes descerebrados y su estómago se contrajo con fuerza. Se llamó estúpida apurándose un largo trago de su vaso. 

Los focos, los cuales se movían rítmicamente en todas direcciones, lanzaron su luz fija iluminando a los espectadores. La muchacha no pudo evitar fruncir el ceño por lo molesto del brillo en sus ojos. Sin embargo, la intensa mirada de la bailarina se posó sobre ella de repente. Fue como una bofetada que despertó cada uno de sus sentidos, un impulso eléctrico que viajó por toda su piel y sus nervios la tomaron por el cuello para ahorcarla. No pudo explicar el por qué de esos latidos desaforados ni de sus horribles deseos de esconderse entre la gente, pero allí se quedó, estática como una roca pesada. La bailarina, desde donde estaba, sonrió de manera sugerente, invitándola a sonreír también, y siguió su show terminando con un aplauso estruendoso como recompensa.


La joven la vio descender peldaño a peldaño perdiéndose de su vista. Su nerviosismo aumentó mezclado con el miedo de no volver a verla y sin pensarlo demasiado, se abrió paso entre la muchedumbre para alcanzarla. A poca distancia, reparó que entraba al baño de mujeres, apuró el paso y cruzó el umbral encontrándose con un espejo enorme frente a los lavabos. Ahí estaba la chica, la bailarina, tan hermosa como la había visto bajo las luces de colores. Quiso saber cómo era su voz, cómo se llamaba, quería saber de su vida y por qué era para ella tan condenadamente sexy. ¿Acaso se trataba de una invención de la ironía para quitarle la cordura? ¿Acaso había llegado a bailar a ese preciso lugar, esa precisa noche para decirle algo? La bailarina la miró a través del espejo sin moverse pero demostró en su cara que la había reconocido. La joven reanudó sus pasos hacia ella como azotada por una fusta, la giró y la tomó de las mejillas para besarla de lleno en los labios. La suavidad en su boca fue lo primero que derritió todos sus pensamientos. La besó con ganas, con hambre, con pasión sin olvidar la ternura que residía en su personalidad. Lo prohibido la sedujo, le tejió una telaraña alrededor y sólo quería enredarse sin culpas. El monótono ruido del local desapareció como el trinar de un ave en invierno. La bailarina la rodeó con sus brazos a la altura de la cintura, embriagada por esa caricia tan perfecta, y cuando se dispuso a estrecharla más hacia su pecho para darle la bienvenida, el sonido de la puerta las hizo detenerse de golpe. La muchacha la soltó casi como si se tratara de una plancha hirviendo.


-Aquí estabas… ya nos vamos. Gabriel te está esperando afuera.- le avisó una chica desde la salida.


-Sí, ya iba en camino.


-¿Gabriel?- susurró la bailarina para que solamente ella la escuchara.


-Mi novio…- respondió, para luego salir de allí con la mano en sus labios.


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