jueves, 29 de marzo de 2012

Y el chico sentía dolor...


Sentía angustia, terror y desolación. Todo lo que un ser humano experimenta en minutos de violencia. A ellos no les importó. Sólo golpeaban. Para sus mentes repletas de mierda, el chico no era más que una amenaza para la sociedad plana que conoce un ángulo, una única perspectiva. ¿Y qué hay de los antiguos astrónomos? ¿Qué hay de su valiente perspectiva de que la Tierra era redonda y no plana? ¿Por qué regirse bajo una convicción cuando puede haber varias?

El chico sentía dolor, efectivamente. Dolor humano. Estaba hecho de carne y hueso, estaba compuesto por células, por un corazón, un hígado y un par de pulmones. Tenía esperanzas, sueños y miedos como cualquier otro chico. Cuando los agresores terminaron de torturarlo, comprendieron que sí, tenía venas bajo la piel, tenía articulaciones, sensibilidades… era como ellos pero mejor a la vez. Su amor podía presentarse de distintas formas, colores, condiciones, etc. El odio en ellos, en cambio, se presentaba siempre de la misma manera asquerosa, nociva, saturada de malolientes intenciones que provocan asco.

El chico tenía vida y era tan frágil como todas las que respiran. Murió en la camilla de un hospital por amar demasiado y no amar como la mayoría. Sus agresores comprendieron otra vez que era una persona, con energía, alma y cuerpo. La sangre es roja en todas las venas y tuvieron que verla esparcida por sus manos tuberculosas para creerlo; sí, el esqueleto se rompe y el idealismo mata. Ellos esperan sentencia, un castigo impuesto a su tiempo, sin embargo los años pasan, sólo pasan… la mente retorcida, por su parte, muta, involuciona y se resiente. Cuando se cumpla la condena saldrán a la calle, pasarán por donde habían golpeado al chico, reirán, beberán una cerveza y al salir, volverán a odiar al que ama otro matriz... porque para ellos sencillamente es diferente.


Dedicado a Daniel Zamudio, que en paz descanse.


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