miércoles, 10 de marzo de 2010

Las secuelas del miedo




Las azucenas blancas se agitan inquietas gracias a la brisa indómita del verano. Ya queda poco para que llegue el otoño y la actual juventud de la naturaleza se torne ancianidad. Lo espero ansiosa. Mientras camino sin rumbo fijo, elevo la mirada dejando que el azul pálido del cielo me llene la memoria. Quiero recordarlo así, translúcido, puro, inmaculado. Echo de menos el cantar de las aves. Sé que volaron despavoridas debido a la sacudida de fin de mundo, pero conservo la esperanza de que volverán algún día. Esta ciudad no puede quedarse sin vida.

Temo que los acontecimientos me hayan robado las palabras. Temo no decir en su momento lo que realmente importa por estar buscando las perfectas, las elocuentes cuando sólo un "Te quiero" es suficiente. El miedo de que la belleza a la que estoy acostumbrada desaparezca me escarcha la sangre. Huelo las rosas en los jardines, la frescura de los eucaliptos, lo regocijante del rocío por las mañanas preguntándome cómo puedo inmortalizar este hermoso momento. Lo mismo me sucede contigo.

La necesidad de contacto prevalece ante lo incorpóreo del recuerdo, y debido a esto, paso las noches en vela ideando la forma de capturarte y así no perderte. Quiero cerrar las ventanas a tu alrededor para que no te conviertas en humo y te disipes en la niebla. Es desesperante. Como darse de golpes contra las paredes sin percibir dolor alguno. Quiero sentirte, quiero herirme por ti y presumir las cicatrices. La única forma que se me ocurre de demostrar que eres real y que en verdad no te perdí en medio del desastre.

De qué manera la cercanía de la muerte y el terror cambia las convicciones y las prioridades. El paisaje ahora me parece mucho más verde, aromático y brillante, los problemas más absurdos e insignificantes, tú… mucho más alcanzable pero al mismo tiempo vulnerable. Eso convierte el espectáculo de hojas secas en costras que se desprenden de mi esperanza. Me abrasa el pavor en cada réplica repentina, y no es por cobardía, sino por aquellas confesiones pendientes que están aún preservadas y edificadas en mi pecho. Lo sé. Llegará el día en que cederán y me derrumbaré como muro de adobe por completo.

4 comentarios:

Ondina dijo...

Oh, Dios mío!! Qué intensoooo!!!!
Amanda, mucho ánimo, mi niña linda!! Me has conmovido enormemente, no sé qué decir, me acercas no sólo a la fragilidad de la tierra bajo tus pies sino a la vulnerabilidad de un ser humano bellísimo que también tiene sus terremotos internos...como yo los tengo todavía.

Te sigo mandando desde aquí toda mi buena vibra y mis rezos porque esto ya cese, porque tu país encuentre un poco de estabilidad en todos los sentidos, y por supuesto, porque la distancia entre hoy y ese día en que nos demos un abrazo fraterno sea cada vez más corta.

Te quiero, Mandy!! Andro o como quieras.

Anónimo dijo...

Andro siempre tan especial a la hora de escribir, dichosa tú que tienes el talento y sabes utilizarlo para hacernos notar cosas tan pequeñas pero tan importantes.

Gracias por compartir tus trabajos, deseandote el mejor de los éxitos puesto que lo mereces.


Cuidate mucho.

F.

Drama Queen dijo...

WOW!
Me has dejado sin palabras, como siempre. Amo todo lo que escribes, la forma en que transmites todo lo que te sucede, y la forma tan tuya de narrar. Me fascina. Me pongo de pie y te aplaudo, preciosura. Animo! Y sabes que estoy contigo.

Otro excelente escrito que me remueve las entrañas.

marucita dijo...

Hermoso. Cada vez escribís mejor andro. Es tán irónico que cuando todo a nuestro alrededor parece derrumbarse, o en nuestros peores momentos, es cuando mejor encontramos la forma de expresarnos. O cuando mejor lo transmitimos. Te mando un beso enorme, a distancia.