miércoles, 3 de junio de 2009

Una llamada entre las olas


El viento azotaba el casco de la embarcación como verdaderos puños de acero. Uno tras otro, sin descanso. El mar se alzaba majestuoso salpicando mi rostro y el de mis compañeros sintiendo su sabor salado con gusto. Tratamos de bajar las velas para dejarnos llevar por la marea, bailar al son de la balada náutica que el océano nos brindaba pero la violencia del vendaval nos impedía trabajar. Hacía tanto frío que noté mis manos congeladas y ligeramente amoratadas. Pasar el invierno en altamar siempre me mordía los huesos de forma despiadada.


En lo alto de la barcaza, nuestro capitán miraba el horizonte con el timón aferrado como si fuera su propia vida. A pesar del agua que corría por su mentón, noté que lágrimas brotaban de sus ojos profundamente azules y aquello me desconcertó. El brusco vaivén parecía no afectarlo, mucho menos los gritos de la tripulación cruzando órdenes y maldiciendo el clima. Tenía el aspecto de un hombre perdido en el universo de su mente insondable por lo que preferí no molestarle. Revisé mi brújula por costumbre notando que nos desviábamos hacia el sur cuando teníamos que dirigirnos hacia el oeste. Incómodo por tener que importunarlo, advertí al capitán del rumbo equivocado. No me hizo caso alguno. Seguía con la vista fija en un punto del horizonte.


- ¿Escuchas eso?- me preguntó de repente.
- Sólo escucho las olas- respondí.
- Entonces… sólo vienen por mí.


No entendí nuestro corto diálogo en esos momentos. Temí que tantas semanas sin ver tierra lo hubiesen vuelto loco. El capitán soltó el timón despacio, casi ceremoniosamente, caminó hacia estribor y observó en silencio la bravura del mar. Después de unos eternos segundos, brincó por la borda para zambullirse en el agua fría. Todos en la embarcación quedamos estupefactos. Como un reflejo, muchos de ellos lanzaron salvavidas para sacarlo, pero bien pude ver que el capitán no se sumergía solo. Varias colas de sirenas me saludaron contentas. Yo giré el timón hacia el oeste para retomar el camino correcto. Aquel día su canto no fue para mí.

2 comentarios:

Diego Jurado dijo...

Aquel día su canto no fue para mí. Es una frase de una melancolía infinita. Te derrota el alma. Preciosa en su intensidad y en su abandono.
Como siempre sorprendentes tus finales.
Un beso
Diego

AnDRoMeDa dijo...

Hola mi niño,
Qué gusto verte por aquí. Gracias por tus palabras, me alegra mucho que te haya gustado ese breve relato. Espero leerte pronto porque extraño nuestras charlas. Pasaré por tu blog durante el día ;)
Un beso enorme!