lunes, 9 de marzo de 2009

Mujeres


A la que cría y posterga su vida para impulsar otra.
A esa mujer que abandona todo por una sonrisa, un abrazo y un “te amo” que resuena potente en una voz de niño, en la voz de un hijo. Ellas, que ríen tan estruendosamente como cuando lloran, que aman tan desaforadamente como cuando desgarran con un beso y queman con la mirada.

Como esa chica, quien aún con la corriente en contra, nada como un tiburón blanco callando las bocas maliciosas. Por sus hijos da la vida, por ellos no contamina ni discrimina. La veo en su danza ancestral de madre y aprendo a sonreír. Ella ha crecido, ha amado y odiado, perdido y ganado.

O esa otra joven, quien se aferra a sus decisiones tan fijamente como un tatuaje. Aquella, tan valiente y segura, restriega en la cara de todos su vientre abultado tras su vestido de novia blanco. Dijo sus votos con la voz segura y se fotografió sin la necesidad de esconder el estómago. Se sintió liberada.

A la que trabaja y no deja de demostrar su capacidad por nada.
Esa mujer luchadora que se despierta primero y se acuesta al último. Aquella que revisa cerraduras, prepara la comida y desea las “buenas noches” en su entonación cantarina. Ellas, que trabajan con tanto esfuerzo como cuando se empeñan en revivir un lindo recuerdo.

Existe esa mujer que rinde por docenas y se valora por mucho menos, que aún sin carrera ni estudios, puede sostener su hogar con el fruto de su desvelo. En sus manos delgadas soporta el peso de su techo, como al mismo tiempo en su espalda reposan las rabias y los miedos. Ella, puede hacer posible el hechizo imposible de convertir en seis los cinco ceros de su sueldo.


A la que odia y amenaza al cielo con su furia de tormenta.
Para esa mujer, quien empuña sus manos y frunce el ceño. Aquella que vence inhibiciones y lanza maldiciones sin importarle el papel de dama, el recato de doncella. Cuando el carácter prevalece por sobre la tolerancia, el conjunto de emociones que brota desde su interior es capaz de encender de nuevo un extinguido infierno.

Está la mujer que odia la vida, esa que ahoga su lucidez a través de una botella o abandona la realidad entre hierbas y pastillas. Cómo olvidar la que no desea latir sino que huir y juega con armas sobre la piel, con metal sobre la carne… la que quiere cruzar el límite para no volver, la que desafía a Dios y a la ley riendo de su propia insolencia.

Como esa temeraria, quien tiraba del gatillo hacia su boca jugando ruleta rusa, anhelando un final, necesitando un escape… ya no le importaba. O aquella, la golpeada, la que exhibía un pómulo amoratado por la calle como señal nefasta de un amor sin amor. Marcas dolorosas, cicatrices horribles pero no tan hirientes ni sangrantes como las que flagelaban el alma y el corazón. Mujeres maltratadas por esos hombres que sin decirlo, no hacen más que sólo envidiarlas.

Todas ellas, tan valientes como complejas, son- sin lugar a dudas- las rosas de acero de un jardín inmenso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué preciosa cosa, amiga. Estuve a punto de incluir uno de tus escritos en mi obra de mañana, la cual te dedico a tí y a todas mis amigas que no podrán estar presentes. Debí haber sabido que escribirías algo así de lindo...algo tarde :( :)

Diego Jurado dijo...

Las rosas de acero de un jardín inmenso, y bello hasa el extremo. Jardín hermoso, jardín risueño, lleno de perlas de lluvia de un país eterno, donde la lluvia deja regueros de aire lleno de esencias...
¡Qué sería de este mundosin vosotras! Y aun así, hay todas esas situaciones.
Un placer Andro.
Diego

Anónimo dijo...

Mud,
Me has tomado por sorpresa eso de incluir uno de mis escritos en tu obra, un honor, indudablemente.
Gracias por estar presente.

Diego,
Mi niño, gracias x leerme... y justamente: qué sería del mundo sin nosotras?? Mejor no descubrirlo y cuidarnos, no lo crees?
Un beso enorme!