lunes, 24 de septiembre de 2012

Miedo que detiene


El miedo a amar llenó de sombras cada recodo de su rostro. Era joven, vivaz, pero ese temor constante que se apoderaba de sus entrañas, le había vuelto su calor en hielo seco, su sonrisa en simple cortesía y su seguridad en mano temblante. Agazapada en un rincón de su sala, abrazada a sus piernas, veía cómo se proyectaban figuras tétricas en sus paredes, formas grotescas que cambiaban en cada pensamiento, en cada sollozo expulsado de sus labios rotos y soplido del viento. Tenía el pecho ardiendo, como si cada sentimiento le quemara la piel a fuego lento.

La joven desvió su atención un momento hacia la ventana frente a ella y notó que comenzaba a amanecer. El sol se apoyaba en la cordillera lentamente y asomaba su enorme cara amarilla para iluminar la ciudad santiaguina que nada le agradece. Vio las primeras golondrinas surcando el cielo como aviones kamikazes y deseó tener alas para poder despegar por primera vez su humanidad de la tierra. Aburrida de vivir entre metáforas, cogió su bicicleta entre los cachureos olvidados y salió de esas cuatro paredes con el deseo de mandar todo al carajo.

Pedaleó por las angostas calles de su barrio y al encontrar una cuesta que terminaba en una línea férrea, se lanzó por ella sin siquiera pensarlo. Soltó el manubrio abriendo sus brazos, cerró sus ojos al sentir la brisa y junto al vértigo que nacía desde su vientre escuchó muy de cerca la campanilla del semáforo. No quería reaccionar, sólo dejarse llevar. Sin embargo, la bofetada de la prudencia la obligó a frenar de lleno justo a tiempo, a sus espaldas había dejado una marca negra en el pavimento. El tren pasó sobre los rieles oxidados a un par de metros provocando que el piso temblara a su paso. La joven se quedó mirando la serpiente de metal respirando agitado. ¿Si no me hubiera detenido me habría atropellado?, se preguntó de inmediato, luego reformuló la pregunta, ¿Si hubiera acelerado lo habría sorteado? Y se quedó allí, nadando en cuestionamientos,  pendiente del camino al otro lado y esperando que los vagones uno a uno fueran pasando.

1 comentario:

Rumor de hojas de otoño dijo...

Ese corazón tiene una dolencia: falta llenarlo de amor.

Melancólico y precipitante tu relato!

Saludos,

Laura B.