lunes, 24 de agosto de 2009

Cielo violeta


A través de la ventana a mi costado, perdí la mirada en un cielo violeta. Eran cerca de las seis de la tarde, y el sol se derritió por todo el horizonte para colorearlo generosamente. Un lienzo lleno de gruesas pinceladas. Me quedé absorta. Muda. No tenía nada qué decir porque para admirar la belleza hay que callar, ahorrarse las palabras para luego divulgarlas escritas. Tenía el paisaje de la ciudad a mi merced, la fila sinuosa de la cordillera enfrente era como una dorada línea de defensa, me protegía del mundo, de los vientos huracanados y le sonreí, agradecida.


Las nubes corrían con lentitud, parecía una procesión religiosa que daba por terminado un viernes de trabajo. Los últimos rayos del sol se perfilaban hacia lo alto como brazos y sólo las aves se atrevían a desafiarlos con su vuelo temerario. Quise abrir la ventana, sentir la brisa helada de este invierno decadente y romper la rutina con simples detalles. Ya basta de ignorar las primeras estrellas que escarchan la noche, basta de rumiar entre dientes la falta de tiempo y aprovechar los minutos en vez de maldecirlos, basta de esquivar ese juego trazado en la calle y brincar dentro de sus casilleros sin vergüenza. Muero por mojar mis zapatos en los charcos de lluvia.


Escuché que alguien me habló en ese instante, pero decidí no interrumpir mi embeleso. Estaba sumergida en la más hermosa de las inspiraciones y lamenté no tener un bolígrafo a mano para poder retenerla de alguna manera. Mis manos me picaban, movía las rodillas ansiosamente sintiéndome como un ave dentro de una jaula. Volvieron a hablarme pero sólo escuchaba interferencia. El cielo violeta que abarcaba mi admiración comenzaba a oscurecerse volviéndose un morado penetrante. Era oficial, el sol de aquel día había dado por finalizada su jornada y bajé la mirada. La penumbra cubrió la ciudad y las luces en los edificios aledaños se multiplicaban ofendiendo al firmamento que esperaba mostrarse en gloria y majestad. Una vez más perdieron su oportunidad.
- ¿Qué opinas?- me preguntó un colega mientras proyectaba algo en la pizarra a sus espaldas. Cierto, la reunión en la que estaba secuestrada aún no terminaba.
- ¿Puedes repetirme la pregunta?- fue mi respuesta ante un tema que realmente no me interesaba.

5 comentarios:

Ondina dijo...

¡por eso te quiero, condenada! xP

tener la capacidad de apreciar la belleza que se hace presente aún cuando nadie más la ve, es cualidad de pocos.

Me hubiera encantado estar ahí :)

AnDRo dijo...

Gracias, amiga.
Hay que darse el tiempo de apreciar las cosas verdaderamente importantes y q uno muchas veces olvida. Admirar esa belleza es gratis y sólo basta con deternerse un poco para mirar hacia arriba.
Un beso para ti.

Dann____ dijo...

Te leo y me haces soñar tan despierto-que sueño contigo-

Diego Jurado dijo...

Bellísima descripción del cuadro que se abre, espectacular. Me encanta como siempre, y tus finales. Pero sobre todo el saber mirar, y más, el querer mirar, degustar, beber la vida.
Todo un poema a la vida.
Un beso, Andro. Un placer leerte de nuevo, estar contigo, aunque no te me olvidas.
Diego

Anónimo dijo...

Pequeña Isabel, como siempre un agrado leerte, aparte que describes los cielos que ya no comparto con ustedes y que extraño mucho, es raro ver el cielo de otra parte de chile, que produce una nostalgia tremenda cuando uno ve las estrellas y recuerda a su gente.

saludos un abrazo.
Sigue escribiendo y nos Vemos
Tú Amigo anónimo.