sábado, 25 de octubre de 2008

El Tiempo


Fue curioso que en esa obra de teatro colegial habláramos del tiempo. Era un contenido serio y de largas discusiones para un grupo de niños de sólo diecisiete años de edad. Nunca entendí por qué escogimos ese argumento siendo que no teníamos armas suficientes para atacar el tema con diálogos sólidos… aunque, pensándolo bien, tal vez sí, por eso nos resultó fácil interpretarla sobre las tablas.


Muchos de nosotros ni siquiera queríamos pensar en ello. No queríamos dejar la escuela por miedo al cambio o al fracaso, aunque no necesariamente tenían que ser sinónimos. Recuerdo muy bien la distribución de papeles y las interesantes conclusiones que brotaban de nuestras charlas para alimentar el guión que comenzaba a tomar forma. Personificar al tiempo transformándolo a “El Tiempo”, fue tarea de Marcial, el protagonista del elenco. Vistió una larga capucha oscura, dibujó sobre su rostro miles de relojes con manecillas en distintos horarios que acentuó la sicodélica versión que él quería brindarle. Buscando contextos en los que El Tiempo podía desenvolverse, supimos que se trataba de diversos escenarios en donde en algunos corría con libertad y en otros caminaba lento y parsimonioso.


A veces me pregunto: ¿Fue una premonición lo que hicimos? ¿Fue una visión del futuro la que desarrollamos sin darnos cuenta?... han pasado ya ocho años desde entonces sin poder dar con una respuesta clara, sin embargo, conforme pasan los días, más me inclino en que sí, lo hicimos de forma inconsciente. Escurridiza cosa es el tiempo, cuando crees controlarlo es justo allí donde comprendes que estás encerrado en su reloj de arena, pendiente de que los granitos no te lleguen hasta el cuello. Marcial, vestido como el personaje, se paseaba frenético alrededor de Pepa representando lo veloz que pasaba para ella, el personaje siempre atrasado: “¡Tú, maldito!”, le gritaba mi amiga, sabiendo que era un intento inútil detenerlo, tal como actualmente lo intentamos todos.


La siguiente escena se trataba de dos amigos encontrándose en medio de la calle luego de mucho tiempo sin verse el uno al otro. Conversaron de cosas pasadas, recordando historias añejas y chistes gastados, esas pláticas que son capaces de remover las olvidadas nostalgias, hasta que uno de ellos y notoriamente más envejecido, Claudio, reconoce que su antiguo amigo Esteban, seguía igual de joven que cuando se separaron por los inciertos caminos de la vida. El Tiempo acompañaba al aludido de forma tranquila, considerada, hasta amigable… con Claudio, en cambio, su actitud cambiaba y lo rodeaba enardecido, ansioso y presuroso. Aquí es donde comprendo que dimos en el clavo en un asunto importante… Esteban… el chico que siempre llevaba la sonrisa pronta y la caballerosidad como respuesta, habría de quedar para siempre en nuestra memoria con sólo diecisiete años, tal como pasó en la obra. Ese mismo año, él habría de morir y darnos la razón en el libreto sobre su eterna juventud de manera perversa.


En el desenlace de la obra, luego de tocar varios contextos diversos- como la pareja de ancianos melancólicos interpretados por Danilo y Jeannette- llevamos a El Tiempo a un juicio por sus irreverentes e injustas acciones. Marcial se sentaba en un estrado y yo, la argumentativa magistrado, tenía que inculparlo ante los afectados por ser el culpable de manejar nuestras vidas a su ritmo. Él sólo escuchaba las protestas de los personajes pero no hacía más que encogerse de hombros… ellos hablaban por hablar, él únicamente estaba haciendo su trabajo… “¿Por qué no aprovechan mi presencia y me hacen su amigo? ¿Por qué me exigen tanto y yo debo exigirles tan poco?”… un par de preguntas que nadie quiso responder o más aún, nadie supo cómo hacerlo.


¿Cómo sería ahora esa obra teatral? ¿Hemos doblado la mano del tiempo y burlado el destino? Mi contestación inmediata es: No, es imposible hacerlo y debo aprenderlo por fin. Pasé años de mi vida tratando de capturar los momentos y guardarlos de alguna manera, me empeciné en la labor de ser quien recuerda y quien ejerce el trabajo no remunerado de juzgar al tiempo sobre un estrado. En esta obra siempre fui la magistrado.

1 comentario:

Ondina dijo...

Y salió verso sin esfuerzo, jejeje...

Bueno, pues qué te puedo decir de tu escrito: el teatro es la representación más fidedigna de la vida misma, y a veces suele parecerse tanto a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, que espanta, ¿no es cierto?.

En fin que da igual tanto si estamos sobre las tablas o abajo, entre las butacas, siempre nos deja la sensación de que hay algo inacabado que nos toca completar.

Así pasa también con el tiempo, se nos va de entre las manos sin poderlo amarrar, se nos va sin que nos dé un poquito de su existencia para hacer lo que faltó.

Cosa triste, pero inevitable. Apasionante además, andar como el conejo blanco persiguiendo el tiempo, esperando alcanzarlo alguna vez... y que nos alcance.

Maravilloso escrito. :)