domingo, 17 de febrero de 2013

Mañana será lunes otra vez



Nuestros cuerpos parecían hechos a la medida, éramos perfectos como finas telas en manos de un sastre italiano. Su perfume me devolvía la sonrisa extraviada en arrugas que antes no eran parte de mi rostro, que no eran parte de mi alma. La extrañaba. Recostados sobre la cama de dos plazas parecíamos viejos amantes reposando luego de hacer el amor de forma pausada, tierna, de memoria pero sin perder la sorpresa. Él besaba mi frente de vez en cuando, yo acariciaba su abdomen reconociendo con el tacto lo que sin mentiras me decía  su piel en sistema Braille.

Él me hablaba, yo le hablaba, hablábamos, dialogábamos y me di cuenta que había perdido la práctica. Cuántas noches de sólo lamentos, gritos e improperios. Cuántas malas palabras se habían alojado sin permiso en mi garganta. Podía hablar y por primera vez en mucho tiempo me agradó mi voz. Podía ser suave, podía ser ligera como la espuma y jugar con las entonaciones para darle a entender cuando bromeaba y cuando no. Él sabía, entendía, y luego de reír me besaba con ganas y su boca me pertenecía.

Entregados al letargo de domingo, sumidos ante la renuncia de nuestros músculos cansados, yo yacía feliz en su pecho escuchando sus latidos acompasados, convenciéndome que no existía mejor sonido y silencio, sonido y silencio. La televisión estaba encendida frente a nosotros, la película pasaba y pasaba en vano porque no la atendía, la paz que me recorría las venas me tenía aturdida. Él bajó el mentón y subí la mirada hasta sus ojos benevolentes, ojos limpios y expectantes. Un te amo se desprendió de mi pecho, subió por mi laringe quemando todo a su paso pero se estrelló contra mis dientes cerrados tercamente. Lo amaba, lo amaba de verdad y aquella certeza logró ocupar todo mi cuerpo y preferí callar. Bajé la cabeza con rapidez ocultando mi miedo como una niña.

-¿Qué pasa?- me preguntó.

-Nada, debo irme- respondí sonando tan mecánica que pensé carecer de humanidad. Me senté en la cama sabiendo que no me quitaba la vista de encima.

-¿No puede esperarte un poco más?- esa pregunta desesperada me sumó una tonelada de peso justo en el centro de mi estómago. Negué en silencio y empecé a vestirme recogiendo mi ropa desperdigada por el suelo. Mis hijos… mis hijos y el hombre que ya no conocía me esperaban en casa para retomar la rutina. Mañana será lunes otra vez. 

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