martes, 3 de julio de 2012

Ambición de agua


Oriente Medio, Irak
Cercanías de los ríos Tigris y Éufrates.

Tenía que seguir corriendo, tenía que hacerlo. Escuchaba la carrera de esa docena de botas militares tras ella, el ladrido de los perros entrenados para ser tan irracionales como los humanos y los gritos denigrantes a voz en cuello pisándole los talones. La joven periodista, sabiendo que tenía una mina de oro en la película de su cámara, aumentó la velocidad entre los pastizales, troncos y rocas de un paisaje agrario incongruentemente tranquilo. Las ramas secas le arañaban el rostro, las zanjas la hundían hasta los tobillos y cayó de bruces en varias ocasiones por culpa de ese terreno tan disparejo. Maldijo su incontrolable torpeza y continuó su huida frenética hacia la alambrada de la frontera con Turquía. Sólo allí podría estar a salvo.

Nunca deseó con tanta fuerza una lluvia copiosa, bendita, revitalizante. El clima parecía enemistado con el mundo y poco a poco la tierra se estaba secando, se estaba muriendo. Mientras que la periodista corría por su vida en las entrañas del Medio Oriente, rememoraba el derroche de su propia gente convirtiendo todo lo dicho, todo lo discutido y peleado en algo totalmente inconsecuente. Ahora, frente al verdadero problema, donde pudo respirar la escases y ver con sus propios ojos la piel envejecida de los niños como verdadero follaje de otoño, no pudo más que inmortalizar la ambición del gobierno en fotografías de los canales de irrigación. Las lágrimas se escaparon de su fortaleza dibujando un camino hasta su mentón sucio. Sintió que su entereza se desmoronaba de un chasquido, tal como un castillo de naipes y tuvo miedo, un miedo tan absoluto que había convertido su columna vertebral en una barra de hielo.

Al llegar a la alambrada, comprendió demasiado tarde que había llegado a un callejón sin salida. Trató de escalarla impulsaba por la adrenalina pero el tirón de un brazo poderoso la arrojó al suelo. Vulnerable, la joven recibió una patada en la región lumbar que la dobló en dos. Perdió el aliento al instante sintiendo unas ganas horrendas de vomitar. Los hombres uniformados le espetaban maldiciones en su lengua nativa de manera desafiante. De seguro exigían la cámara colgada a su cuello y sus órdenes eran entregarla. La periodista se negó echando en mano su testarudez. Uno de los hombres, el de más alto rango, la tomó por la ropa para incorporarla. La mirada llena de lascivia que vio la muchacha en su enemigo le despertó todas las alertas y le escupió en la cara. El oficial, decidido a educarla a la fuerza, levantó su áspera mano para descargarla sobre ella, pero en ese momento y contra todo pronóstico, una camioneta blanca derrapó en el terreno baldío atropellando a unos cuantos en su maniobra. Al detenerse con brusquedad, desde una las ventanillas salieron disparos que dieron en el oficial a quemarropa. Los perros ladraban enloquecidos.

-¡Sube ya!- le gritó el conductor abriendo la portezuela del copiloto. La joven recién pudo darse cuenta de que se trataba de su compañero de labores. Sin pensarlo dos veces, abordó el vehículo que arrancó en una nube de polvo hacia la carretera.- ¿Estás bien?
-Sí, estoy bien- dijo ella, limpiando la suciedad en sus labios con la manga de su camisa.
-¿Lo tienes?- la joven respondió aquella pregunta enseñándole la cámara entre sus manos. Luego de resoplar su dolor y cansancio, miró por la ventanilla hacia las dunas resecas. Apretó los dientes en un acto involuntario de impotencia.
-Lo niegan en todas partes… pero la guerra por el agua ya ha comenzado.

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