martes, 26 de enero de 2010

La casa vecina




Al ver llegar un vehículo de color negro a la desocupada casa vecina, Alicia, de catorce años, dejó a un lado el libro de cuentos fantásticos que estaba leyendo. Observó al recién llegado detenidamente notando una intensa curiosidad invadiéndole el pecho. Dejando la lectura para otro momento y disimulando afanadamente su interés, la muchacha caminó por el jardín como quien admiraba la tarde de otoño sin apuros. Luego de unos segundos, que para ella fueron eternos, un hombre joven descendió del carro con unas maletas entre los brazos. Alicia se agazapó entre los matorrales que dividían ambas casas y se quedó allí, como una fiera en acecho. Era el nuevo vecino. La casa contigua había estado deshabitada por más de dos años sin señales de haber sido vendida. Aquella enorme edificación tenía dos pisos y una mansarda que llamaba a ella y a su hermano a creer que estaba atestada de fantasmas o tesoros escondidos. Con la mirada agudizada, Alicia reparó que el hombre era en extremo atractivo. Su estómago se contrajo al verlo cruzar el jardín hasta la puerta principal. Sus pasos eran seguros, resueltos, presumía una ancha espalda de nadador y hombros firmes. Su cabello corto de color cobrizo, brillaba a la luz del sol como oro viejo y pudo adivinar una sonrisa perfecta tras sus labios varoniles. La niña lo observó tan bien que se creyó capaz de dibujarlo en detalle sin problema alguno. Así fue como Alicia descubrió su atracción por los hombres mayores. Tal fue el impacto de ese primer encuentro que los días posteriores los pasó pegada a la ventana de su habitación como un voyerista. A distancia, podía ver la recamara de su vecino casi por completo. Lo espiaba al leer, al dormir, al cambiarse de atuendo y hasta revolcarse en su cama con alguna chica del mismo barrio. La niña ardía en celos asesinos cuando aquello sucedía.



El nuevo vecino tenía noches muy agitadas y constantes. No había día de la semana sin que durmiera con alguna mujer y reventara en épicos orgasmos que Alicia oía, acongojada. Lo peor de todo para ella era que la mayoría de esas amantes de turno eran rostros familiares cuando iba de compras con su madre Elena al almacén de la esquina. La chica estaba locamente enamorada de ese hombre veinte años mayor. Una madrugada, cuando el insomnio del amor no la dejaba tranquila, Alicia se levantó de su cama para ver hacia la ventana por milésima vez. Allí estaba su vecino, encerrado entre las piernas de otra mujer, embistiendo, lamiendo, gimiendo del placer que no ella no podía proporcionarle. Atrás quedaron los libros de cuentos fantásticos, atrás quedaron los juegos con su hermano y el nogal que acostumbraba a trepar para perderse del mundo. Había florecido, era una mujer y estaba ansiosa. Volvió a recostarse sintiéndose henchida de deseo. Había entrenado tan bien su oído para poder escuchar aquellas noches clandestinas que podía percibir nítidamente los jadeos ocurridos en la casa contigua. Alicia mordió sus labios imaginando que era ella quien lo volvía loco del éxtasis. Llevó una de sus manos hasta su intimidad, acariciándose de formas que de seguro sus prudentes tías habrían desaprobado. No le importó. Cuando su movimiento circular se aceleró hasta el límite, apretó las sábanas con su mano libre para dejarse llevar por la excitación. Curvó su espalda creyendo que era él quien la tocaba, y estalló en un gemido gutural que tuvo que reprimir a mitad de su garganta. Avergonzada y acalorada, Alicia volvió a ponerse de pie al oír sólo silencio. Se asomó por la ventana de su habitación reparando que la luz estaba encendida en el cuarto de su vecino. Segura de que su penumbra la escondía muy bien, vio al hombre que amaba encendiendo un cigarrillo. Fumó, exhaló el humo tras un suspiro y sin esperarlo siquiera, subió la mirada directamente hacia ella para sonreírle a través del cristal y guiñarle un ojo. Alicia quedó petrificada. No estaba segura si lo había imaginado o realmente había sucedido. Volvió corriendo a su cama cubriéndose con las sábanas. ¿Aquel hombre sabía que lo había estado espiando desde el principio?... se obligó a dormir y sonrió al saber que la siguiente noche no podría evitar volver a mirar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Demonios mujer si ue vuelves a uno adicto a lo que escribes. Uno debora cada paabra y al final se atraganta hasta ahogarse y mantiene los ojos pegados a la pantalla.

No quiero ser repetitiva, pero que más puedo decir, -no sé usar las palabras como deberia,-definirivamente eres asombrosa.

Anónimo dijo...

Ufff... Candente niña, jejejej. La felicito por sus escritos nuevamente Pequeña Isabel...

Es genial dejarse llevar por otra imaginación que no sea la suya muy buen relato....

Cuidate, saludos desde el frio cerro.

marucita dijo...

Alicia en el pais de las maravillas.

Drama Queen dijo...

D:
o.O definitivamente, mi favorito. ¿Será porque soy una caliente, pervertida y adicta a tus escritos subidos de tono? Tal vez, sólo tal vez. Me has dejado acalorada con tan pocas palabras y con muuuchísimas ganas de más. Jeje, pero... Eso es normal en mi (?).

Perfecto, como siempre.

Besos!