martes, 12 de agosto de 2025

Falda o pantalón

 


Santiago, Chile - 1960

 

Luego de cruzarle la cara a su hija de una cachetada, el hombre salió de su casa, emputecido. Masticaba garabatos en voz baja, apretaba sus puños preguntándose qué había hecho mal como padre. ¿Quién carajo se cree que es? ¿Ahora vestirse como una marimacha es moda? ¿En dónde se había visto pantalones en mujeres? ¿O faldas en hombres? – rumiaba mientras cruzaba las calles de Santiago rumbo al bar que acostumbraba.

Desde Europa había llegado una tendencia que ponía en jaque la virilidad con sólo envolver las piernas femeninas con tela. Él, enceguecido por la rabia, no podía creer que una hija suya formara parte de ese grupo de locas desviadas. Unas huevonas con más voz que oficio no vendrían a enseñarle a él cómo son las cosas.

Sin pensar con claridad, giró equivocadamente en una esquina y se vio en un callejón que no reconoció. En un rincón, un grupo de sujetos lo vio extraviado y aprovecharon esa vulnerabilidad para írsele encima con el objetivo de quitarle su dinero. Lo patearon, escupieron y golpearon. Él trató de cubrirse como pudo con sus brazos, pero los embistes eran demasiados y desde todos lados sin descanso.

De pronto, el agredido escuchó golpes ajenos que no impactaban en él. Con la mirada borrosa, vislumbró la figura de una mujer grande que repartía puñetazos a diestra y siniestra, alejando a sus agresores en cuestión de segundos. La tortura terminó, por fin él pudo respirar para incorporarse, entender y agradecerle a quien lo había auxiliado. Su sorpresa lo paralizó.

-       - Tenga más cuidado, señor – le dijo un tipo joven que llevaba vestido largo e impecable maquillaje – Esta ciudad está llena de gente mala. En su caso por dinero, y en mi caso… por ser yo.


martes, 8 de julio de 2025

Moving Day

 



Aquella tarde, las palabras se mudaban fuera de mi mente en fila india y las veía montarlo todo en un camión de resignación. Divertida y a la vez asustada, me dediqué a observar su abandono con una mano en el mentón. Me preguntaba el por qué, pero lo tenía más que claro… las había descuidado. Me escudo tras la rutina y el reloj reclamando su avance como quien pelea inútilmente contra el viento. Encendí un cigarro para volverme el estereotipo adecuado y sonreí irónica porque era un rompimiento que no estaba dispuesta a aceptar.

Caminé por cada rincón de mi cabeza y se asomaban débiles los vestigios de mi vida en pareja con las letras. Cuando nos reíamos, cuando pasábamos noches enteras contándonos historias, cuando homenajeamos a un amigo, cuando escribimos sobre ese abuelo o cuando creábamos cuentos cortos para emborracharnos. Cientos de momentos que me llevaron a viajar lejos y me puse a llorar, una lluvia que por cierto arruinó el día de mudanza y las palabras detuvieron su éxodo. Corrí como loca escaleras abajo y agarré sus maletas para evitar que se largaran. No, no estaba dispuesta a vivir bajo un techo sin las letras que lo convierten en hogar.    

jueves, 2 de enero de 2025

Memoria analógica

 

Olvidé entrar los recuerdos antes de que empezara a llover.
A pesar de haber corrido, de haberme resbalado y embarrado por completo, muchos de ellos se empaparon y otros volaron lejos sin poder atraparlos.
No lo aceptaba, había tomado la precaución de preservarlos como una fotógrafa del subconsciente pero el mismo clima se encargó de escupirme a la cara. Y aquí me veo hoy, con las manos frías, el rostro sucio y la incertidumbre golpeando mi cabeza disfrazada de precipitación.
Descolgaré los que aún quedan y sobre los que se perdieron, nada más revelar lo positivo de esos negativos.