miércoles, 5 de diciembre de 2012

Un amigo inmenso



El cielo se llena de paraguas cuando lo miras con tus ojos desolados, silenciosamente se da cuenta que en tu cabeza y en tu corazón está ocurriendo una tormenta.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Ocaso de ti


Y cuando la conoció todo tomó otro color, otro sentido y dimensión. De esa mirada profunda, insondable, como dos ciénagas de vida extensa y dolores impensados, se quiso aferrar. No encontró en otra parte sonrisa más ancha, vasta cual ocaso que derrama su oro fundido en el agua y enciende la marea. Todo se vio aterrador, demasiada perfección para aguantarla, demasiada locura para la coherencia ajena. Trató de negarse, de negarla, cerrar los ojos y caminar en dirección opuesta huyendo de ella, pero el sol derretido hizo lo suyo y en cada rotación del mundo dibujaba su rostro en nubes quemadas. Nada qué hacer, todo qué perder y una vida por ganar.


Imagen de la artista Cecilia Flaten, "El sueño de Balder"

jueves, 11 de octubre de 2012

Sueña y deja soñar


Estudiar Medicina era, al igual que todas las profesiones del país en ese entonces, un privilegio exclusivo para los varones. Las mujeres tenían su lugar, pero estaba entre las cuatro paredes de un hogar criando niños, limpiando pisos, cocinando la cena para el marido que llega cansado del trabajo. Ese era el curso normal de la vida, así debían ser las cosas tanto para mí como para todos los hombres cortados por la misma navaja del tradicionalismo. Pero llegó ella, llegó ella para cambiarlo todo un día lunes de mañana lluviosa, con sus cabellos oscuros adheridos al rostro y una tensa línea en su ceño. Todos en el salón nos quedamos en silencio, el tiempo parecía haberse congelado como también mi sangre que se detuvo a mitad de camino.

-Saluden a su nueva compañera- dijo el profesor con incómoda amabilidad. El silencio no se rompió ni con un solitario carraspeo. Ella sonrió tímidamente, pero esa mezcla entre vulnerabilidad y desafío en su mirada me golpeó las convicciones depositadas en cada uno de mis testículos.

La muchacha tomó asiento en primera fila con propiedad, justo a un pupitre de distancia de mí y me sentí agraviado. No tenía por qué estar allí, creyendo que podría desplegar las mismas capacidades que yo, ¿qué mierda estaba pensando? ¿Convertirse en una neurocirujana? ¿Dónde se había visto semejante falacia? Debía estar en su casa, cuidando críos, curando sólo rasguños y no convencida de realizar complicadas cirugías. No podía permitir que una mujer invadiera nuestro territorio. Apoyado por algunos compañeros tan ofendidos como yo, decidimos incentivarla a abandonar su propósito, dejar la universidad y volver a su seno familiar de donde jamás debió haber salido. Le dejábamos notas amenazadoras entre sus libros, en su bolso, la intimidábamos en los pasillos apenas teníamos la oportunidad y le boicoteamos algunos de sus trabajos buscando doblegarla. Sin embargo, ella siempre llegaba temprano cada jornada, con la misma mirada de desafío y determinación en sus ojos castaños como si nada hubiera pasado.

No sabría explicar qué mierda pasó conmigo, pero esa joven, esa perseverancia y valentía suya, removía algo más que mis machistas ideales. Quería que renunciara, que no creyera que podía llegar a ser igual que yo, que eso iba contra la naturaleza, y aún así me detenía por largos minutos a observarla sin que lo notara. Me desconcentraba la idea de dominarla. Ella levantaba la mano en cada pregunta efectuada por el profesor, respondía correctamente y luego repetía el patrón una y otra vez. Me sentía tan poca cosa en las clases que apretaba mis puños con fuerza y deseaba con todo mi corazón ponzoñoso cerrarle la boca por insufrible.

-No puedes negar que la chica es buena- me dijo uno de mis compañeros mientras bebíamos un trago. Sus palabras me llevaron a fruncir el entrecejo y apurarme un sorbo desde mi copa.

-¿Te imaginas una mujer como médico? ¡Luego querrán ser políticos! ¡Hay que ponerlas en su lugar antes que se subleven todas y nos menosprecien! ¡Los jefes de hogar somos nosotros, no ellas, carajo!- dije yo, vapuleado por la efusividad del alcohol.

Aquella noche me embriagué bastante. Después de esa reunión en un bar cerca de la universidad, salí a tropezones, molesto por la conversación. Un tiempo a esta parte, esa nueva estudiante acaparaba nuestras charlas y eso me salaba horriblemente las venas. Caminé por la avenida principal sin rumbo claro. La noche estaba fría, el viento se colaba por mi chaqueta y vaho denso salía de mi boca borracha. Pensaba en ella, en cómo sonreía al conversar con algún maestro de la facultad, cómo se ubicaba un mechón de cabello tras el oído, cómo se ajustaba la bufanda en su cuello y acomodaba su bolso en el hombro. Me molestaba todo en ella aunque silenciosamente me tenía fascinado.

Al girar en una esquina, entre mi nublada visión y el velo negro de mi rechazo, reparé en una pareja que conversaba en la salida de la universidad. Me di cuenta que se trataba de ella y en mi estómago revolotearon cientos de mariposas en llamas. No supe por qué pero me oculté tras un árbol para espiarlos. Platicaban con desenfado, la joven lanzó una breve carcajada y eso me descompuso por dentro. Una mezcla entre odio y celos me ahorcaron por el cuello. No cabía en mi propio cuerpo. Resoplé como un toro y esperé hasta que terminaran de platicar. Ella se alejó del inmueble, sola y como siempre abrazada a sus libros. Yo la seguí sin saber muy bien lo que quería hacer. El sonido de sus tacones me golpeaba los tímpanos volviéndome ansioso. Superado por rabia y mi herido egocentrismo, apuré mis pasos aprovechando que en esa calle no había nadie cerca, sólo la penumbra de la noche temprana. Cuando estuve a sólo un metro de distancia, la tomé del brazo arrojándola contra un muro. Sus libros cayeron estrepitosamente al suelo. Le cerré la boca con mi mano evitando que gritara. Ella, al ubicar sus ojos sobre mí, la luz de certidumbre en ellos me abofeteó la cara. Fue como si supiera que tarde o temprano nos encontraríamos en esas circunstancias.

-¿Qué te has imaginado, puta? ¿Por qué no renuncias todavía?- le pregunté cerca del oído, tratando de obviar el exquisito perfume que emanaba de su cuello.

-Te atreviste al fin a enfrentarme solo, ¿ah?- contestó, con un dejo de burla en su tono de voz. No me tenía miedo y eso me enojó mucho más.

-No seas ingenua. Nunca serás médico. En este país no permitiremos que mujeres, limitadas y débiles, hagan lo que nos corresponde a nosotros… ¿Te ves salvando una vida?

-Me veo incluso salvando la tuya- me espetó, decididamente. Comprender que no conseguía mi cometido de asustarla, me desinfló la ira como un globo pinchado. Me alejé un par de centímetros para mirarla mejor. Tuve que admitir que era hermosa. Ojos penetrantes, labios gruesos y piel blanca y lozana. Tuve el incontenible deseo de tocarla, y así lo hice. Posé mis manos en su busto y apreté con firmeza sintiendo que lava volcánica bajaba hacia mi entrepierna. Ella, por su parte, no se mostró perturbada ni temerosa a mi contacto, me sostuvo la mirada insolente todo el tiempo y eso me frenó con cierta vergüenza. Los pasos de un tercero me hicieron apartarme de golpe, jadeando como si hubiera corrido varios kilómetros. La joven no dijo nada, ni siquiera pidió ayuda o me lanzó una puteada. Nos quedamos allí, observándonos unos momentos antes de que me obligara a mí mismo a salir corriendo…



Cuando la vio supo quien era al instante, como si hubiera recibido un rayo de luz fulgurante. Sus miradas se cruzaron unos segundos pero la de ella lo traspasó como si fuera un insignificante recipiente de cristal. Aquello le cercenó las entrañas y apretó su mandíbula de la vergüenza y el arrepentimiento. Quiso decirle tantas cosas pero sus palabras, o bien querían salir todas en tropel y no pudo ordenarlas o simplemente no existieron en su garganta. Se quedó mudo, creyendo que toda el agua del mundo destilaba de sus manos. Recordó cómo la había conocido, cómo la había maltratado, rechazado, incluso amedrentado. Recordó que hacía treinta años que no la veía pero a pesar de las finas arrugas que le marcaban el contorno de sus ojos, seguía siendo la misma muchacha valiente que cruzó el umbral del salón de clases.

Ahí estaba ella, vestida con un delantal verde y guantes de látex que se retiró al momento de salir del quirófano. Él comprendió que el destino se había encargado de poner todo en su lugar porque no logró ser médico, pero aquella muchacha sí. Una de las primeras doctoras del país. Él no pudo hacer nada por su hija accidentada, pero ella sí, le había salvado la vida justo a tiempo. Al verla acercarse y retirar de su rostro la mascarilla para dirigirse a la familia, sus mejillas reventaron en un rubor excesivo. No supo si lo había reconocido, después de todo él había engordado y perdido cabello. Fue su esposa quien habló con ella y la abrazó agradecida de haber intervenido a la pequeña con éxito. Él no supo qué hacer quedándose clavado en el piso como una estaca. Cuando pudo al fin reaccionar, la vio perderse en el pasillo entre los pacientes. Corrió tras ella sin importarle los años a cuestas. Al alcanzarla, tuvo un breve flash back al intentar cogerla del brazo, prefirió finalmente tocarle el hombro. La doctora volteó y de forma dubitativa frunció el ceño al verlo.

-¿Te… acuerdas de mí?- le preguntó el hombre con voz resquebrajada. Ella, en cambio, mantuvo la expresión de su rostro serio e impasible. – Fui tu compañero en la universidad…- Nada. Ninguna respuesta de su parte. Él se puso mucho más nervioso. Sollozó sin poder evitarlo- Sólo quiero que sepas que te agradezco el haber salvado a mi hija, y perdón… perdón por todo lo sucedido en el pasado.- dicho esto, giró sobre sus talones para volver a la sala de espera, derrotado.

-Te dije que algún día salvaría tu vida ¿no?- habló ella de repente deteniéndolo a medio pasillo. Su voz quedó flotando unos segundos sobre sus cabezas. Agregó- Y perder un hijo es casi igual que morir. Cuídala… y déjala que sueñe, como lo hice yo hace ya tanto tiempo.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Etérea



Su voz, cómo olvidar su voz de niña grande, con la que gritaba a los cuatro vientos que no quería ser como su madre. Yo reía, la amaba y me reía, la miraba por horas y podía ser ella una perfecta fotografía. Toda su figura era de otoño, tenía el dorado del ocaso en su boca y el perfume de tierra húmeda en la piel. Qué ganas de haberla conservado así toda la vida, sin los surcos de la angustia en el rostro ni los agujeros que se abren en el pecho debido a la pena.

Como un poeta esperanzado traté de sanar sus heridas con mi prosa maldita, sólo conseguí envenenarlas y convertir nuestras lágrimas en sangre que supura como pus de la carne infectada. No fue mi intención escribir esos párrafos que inventé, no quise relatar esas historias que volvieron su esencia en puro humo entre mis dedos. Es etérea, como los ángeles protectores que luego brillan por su ausencia. ¿Qué hago ahora con todo lo que manché? ¿Qué se supone que rezaré ahora para limpiar mi insolencia y transformarla en reverencia?

Me doy cuenta que escribo, escribo, y en cada sílaba toso y agonizo. Soy la representación exacta de una inconstante línea cardíaca. ¿Me reconocería ella si me viera por la calle? ¿Si me sentara a su lado? Porque dicen que adelgacé, que cambié, pero creo que si me pesan tengo toneladas a cuestas. Dicen también que ella sigue por ahí, caminando entre la gente. No la he visto, y creo que se debe exclusivamente a que no me atrevo y ella, gracias a mis sucias letras me tiene miedo.

lunes, 1 de octubre de 2012

Con electrochoques si es necesario




Cuando la inspiración llega en ojos llorosos algo no anda bien. Cuando la inspiración llega para darme de palmaditas en la espalda es porque de escritora no tengo nada, sólo penas descriptibles, dolores con adjetivos predecibles y lágrimas que juro tienen sabor a tinta. Miro por la ventana de mi oficina, que muchas veces ha sido un colador despiadado de mis sueños, y veo que el cielo se ha tornado de un gris ofensivo, como si todas las tormentas errantes por el mundo quisieran venir a golpearme en la cara. Les daría su turno, a cada una sin dudarlo, incluso a los relámpagos para tener una sesión gratuita de electrochoques que me sacuda entera, me quite la pena y me arranque estas ganas de jugar a la escritora.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Miedo que detiene


El miedo a amar llenó de sombras cada recodo de su rostro. Era joven, vivaz, pero ese temor constante que se apoderaba de sus entrañas, le había vuelto su calor en hielo seco, su sonrisa en simple cortesía y su seguridad en mano temblante. Agazapada en un rincón de su sala, abrazada a sus piernas, veía cómo se proyectaban figuras tétricas en sus paredes, formas grotescas que cambiaban en cada pensamiento, en cada sollozo expulsado de sus labios rotos y soplido del viento. Tenía el pecho ardiendo, como si cada sentimiento le quemara la piel a fuego lento.

La joven desvió su atención un momento hacia la ventana frente a ella y notó que comenzaba a amanecer. El sol se apoyaba en la cordillera lentamente y asomaba su enorme cara amarilla para iluminar la ciudad santiaguina que nada le agradece. Vio las primeras golondrinas surcando el cielo como aviones kamikazes y deseó tener alas para poder despegar por primera vez su humanidad de la tierra. Aburrida de vivir entre metáforas, cogió su bicicleta entre los cachureos olvidados y salió de esas cuatro paredes con el deseo de mandar todo al carajo.

Pedaleó por las angostas calles de su barrio y al encontrar una cuesta que terminaba en una línea férrea, se lanzó por ella sin siquiera pensarlo. Soltó el manubrio abriendo sus brazos, cerró sus ojos al sentir la brisa y junto al vértigo que nacía desde su vientre escuchó muy de cerca la campanilla del semáforo. No quería reaccionar, sólo dejarse llevar. Sin embargo, la bofetada de la prudencia la obligó a frenar de lleno justo a tiempo, a sus espaldas había dejado una marca negra en el pavimento. El tren pasó sobre los rieles oxidados a un par de metros provocando que el piso temblara a su paso. La joven se quedó mirando la serpiente de metal respirando agitado. ¿Si no me hubiera detenido me habría atropellado?, se preguntó de inmediato, luego reformuló la pregunta, ¿Si hubiera acelerado lo habría sorteado? Y se quedó allí, nadando en cuestionamientos,  pendiente del camino al otro lado y esperando que los vagones uno a uno fueran pasando.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Heridas de guerra


Francia
Segunda Guerra Mundial.
Junio, 1940

El rostro de los franceses se había contorsionado en un gesto de total miedo y desesperación. La noticia de que los alemanes llegarían en tropel a invadir la capital, provocó que los habitantes huyeran en multitudes abandonándolo todo, luchando en las estaciones de trenes por una oportunidad de alejarse del peligro hacia horizontes más neutros. Los aliados estaban en pugna. El dictador italiano Mussolini, no estaba contento luego del desaire de Hitler al no concederle sus peticiones como parte de la ganancia teniendo que conformarse con migajas. Sin embargo, la testarudez italiana tomó las riendas de sus actitudes bombardeando Lyon al primer descuido y demostrar su poder. París ya estaba con sus muros delgados, vulnerable, por lo tanto, los soldados italianos actuaron por su parte como una forma de recordar al mundo que ellos también sabían pelear y merecían una buena parte del pastel.

Giuseppe Pagliuca sentía sus manos húmedas al empuñar su arma. Maldijo esos kilómetros que tuvo que recorrer junto a su compañía, maldijo los caminos de tierra dispareja, las dunas pronunciadas y al detenerse en uno de los pueblos aledaños, se quitó las botas de reglamento para descansar sus pies. En sus oídos retumbaba la molestia de su oficial superior al recibir las nuevas órdenes por radio. Parecía que a esas alturas todo estaba contradiciéndose. Instrucciones iban y venían como una lluvia de meteoritos consiguiendo confundirlos aún más. El teniente a cargo de la Escuadra, cortó la comunicación masticando su tabaco con mayor fuerza.

-¿Qué carajo cree que hace, soldado?- se dirigió a Giuseppe- ¡Esto no es un paseo por el campo! ¡Vuelva a calzar sus botas y póngase de pie, debemos continuar!- Todos los uniformados se incorporaron de un brinco, acomodando su equipo en la espalda que pesaba como la vida misma- ¡El bombardeo a Lyon aún no concluye! ¡Tenemos órdenes de avanzar hacia el este y ocupar Menton!- al decirlo, su cerebro de militar preparado calculó que serían cerca de cinco horas de viaje. Debían apresurarse.
-¡Sí, señor!- respondió el grupo a una sola voz.

La energía de la soberbia y la vanidad de enaltecer a una ofendida Italia envenenó la sangre de Pagliuca. Sus ojos estaban cubiertos por una venda de odio absoluto: quien no fuese compatriota suyo merecía morir por indigno. Estaba tan lleno de ese pensamiento que rumiaba ansioso por apretar del gatillo. Debido a esto, tomaron atribuciones exageradas como la de disparar a voluntad a todo lo que se moviera fuera de la fila. La compañía a la que pertenecía Giuseppe, estaba compuesta por quince jóvenes italianos que no superaban los veintidós años de edad. Muchos de ellos aún mantenían los rasgos infantiles en sus facciones como también el arrebato impredecible de la adolescencia. Esto último, resultaba ser una valiosa virtud en un soldado raso. Para la guerra sólo hacían falta agallas y sangre fría.

El avance por la ciudad fue cauteloso. Por orden del teniente, se replegaron por los rincones buscando amenaza enemiga de manera casi paranoica. Si bien las fuerzas francesas eran mucho más débiles que las italianas, no debía ser motivo para confiarse. El bombardeo se escuchaba a lo lejos, el granizo explosivo iluminaba el cielo nocturno y Giuseppe se infestaba de adrenalina. Peinaron los terrenos tratando de ser agudos e intrépidos. Muchos de los conscriptos tenían afición a la milicia, pero otros eran tan torpes que muchas veces retrasaban a la Escuadra consiguiendo el mal humor del oficial a cargo.

Aquella noche resultaba ser muy calurosa. Las frentes perladas de sudor de los soldados, daban clara muestra de la humedad que reinaba en la región. El cielo estaba escampado, la luna nueva colgaba con desfachatez tornándolo todo plateado con su brillo de alma en pena. El sonido del río que bañaba la ciudad francesa llamaba a los uniformados a refrescarse pero sabían que era demasiado arriesgado. De seguro, centenares de ojos enemigos estaban posados en De Rhône para reventar cabezas forasteras. Si tan sólo volvieran a Italia… ese avance sólo era justificado por el ego herido de un hombre. Resultaba innecesario apoyar un ataque en esas tierras, no tenía sentido, no estaban bien preparados para ello; lo sabían pero nadie dijo nada.

La pasividad que se respiraba en ese momento era inquietante. Ni una sola alma por esas avenidas, ni un perro callejero, ni una luz llenando una ventana. Eso le daba mala espina a Giuseppe Pagliuca, quien se quitó su casco para rascarse la coronilla con impaciencia. De pronto, un filoso silbido lo hizo sobresaltarse. Una bala había pasado por un costado de su sien a sólo milímetros de dar en el blanco y se estrelló en el asfalto. Toda la compañía se arrojó al suelo buscando refugio, sorprendidos por un ataque repentino que parecía venir de todas partes.

-¡Cúbranse, maldita sea!- gritó el teniente. La tropa se esparció sin orden alguno. Las explosiones lograban liarlos y sentir el temblor de la tierra bajo sus botas los alteró perdiendo la noción del tiempo y el espacio. A pesar de la gran desventaja, los franceses no se rendían sin pelear y eso los convertía un digno contrincante- ¡Debemos cruzar el puente! ¡Aquí estamos expuestos!

Giuseppe no veía diferencia alguna. Estaban en Francia, cualquier lugar era sinónimo a exposición y amenaza. No eran bienvenidos y el apoyo alemán era algo cuestionable. Esos amantes de la raza no buscaban amistad en sus simpatizantes sólo servicio, y esperar una ayuda en momentos como ése era un pensamiento sumamente iluso. El oficial, como un guerrero medieval, se incorporó y guió a sus hombres hacia el puente Lafayette, sorteando las balas. Giuseppe no podía ver muy bien a causa del humo que invadía el ambiente. Tosió un par de veces, empuñó su arma con fuerza y salió corriendo junto a los demás sintiéndose como un plato servido sobre una larga mesa. El italiano no tenía idea hacia dónde se dirigían, por lo visto en su brújula segundos antes, debían estar atravesando hacia el oeste y continuó sin demora. Escuchaba los llamados de algunos de sus compañeros heridos por el camino pero no se detuvo, brincaba sobre ellos, debía salir de allí y llegar vivo del otro lado.

-¡Pagliuca!- A pocos pasos de distancia, un soldado huía de los proyectiles franceses tratando de alcanzar a Giuseppe, quien decidió detenerse unos instantes para esperarlo. Su carrera era irregular gracias a la herida en su pierna y el excesivo peso del equipo sobre sus hombros. Ese muchacho nunca se había destacado por la destreza física, el hecho de que fuera el traductor de la compañía y el intérprete de los mapas siempre lo mantuvo al margen del conflicto. No obstante, al llegar casi a la mitad del puente, una bala certera le atravesó el cuello limpiamente. Su sangre saltó como agua de un géiser sobre el rostro espantado de Pagliuca, quien vio cómo caía de bruces a sus brazos. Aquellos gemidos guturales, la perforación en su yugular y el movimiento de su boca en búsqueda de oxigeno, asquearon al joven como nunca imaginó. Miró al herido a los ojos sin poder ocultar su terror.
-Lo siento…- dijo Giuseppe, asustado. Y así sin más, se zafó de él para seguir corriendo. El chico tenía veintiún años de edad, y entre el horror de la guerra había olvidado que eran mejores amigos.

martes, 24 de julio de 2012

Saving lives


No había logrado salvarlo. Por más que luchó en ese enfrentamiento sin cuartel, pudo sentir bajo el desfibrilador cómo los latidos de su paciente se iban apagando como una ahogada llama sin oxígeno. La joven trató de evitarlo, trató de convertirse ella misma en una corriente eléctrica y recorrer sus venas hasta el corazón pero nada pudo hacer, y las lágrimas huyeron de su fortaleza sin permiso. Ella las barrió de un manotazo torpe y salió del quirófano empujando con sus brazos el aire espeso.

Aquella tarde llovía. No era una lluvia común, eran gotas pesadas que caían como rocas en un tejado de metal causando alboroto. Así las sentía ella golpeando su cabeza. Condujo su camioneta ciega de llanto hasta ese rincón que era suyo, privado, a un costado de la estrecha carretera. Estacionó entre los arbustos y descendió respirando a todo pulmón la humedad del ambiente. Sin pensarlo demasiado, se cambió de ropa quitándose la bata blanca para calzarse su traje de buceo negro a su delgado cuerpo. Cogió su tabla que siempre llevaba en la parte trasera, cruzó la breve distancia hacia las arenas mojadas de la playa y admiró el mar unos segundos. Le encantaba imaginar que el océano la estaba esperando como cada día de lluvia. Sí, la joven doctora sólo surfeaba en días de lluvia… y cuando su pecho ya no resistía más los embistes del dolor.

Se lanzó al agua recostándose con maestría sobre la tabla. Braceó elevándose sobre las olas como parte del perfecto paisaje. Veía el cielo tan cerca que bien podía besar las nubes de haberlo deseado. Sus lágrimas eran lamidas por el fuerte viento y eso era lo que estaba buscando. Estaba cansada de limpiárselas con las manos manchadas de sangre. Se deslizó en la primera ola experimentando la velocidad, el vértigo y las microscópicas gotas salpicando su rostro. La marea estaba inquieta, tenía ese color amenazante del plomo fundido pero no le importó, fue por la siguiente, luego la siguiente, hasta que sus piernas temblaban aferrándose a la tabla bajo sus pies con inseguridad. La repentina rabia del mar la traicionó y el oleaje se desembarazó de ella como un toro salvaje de su jinete. La muchacha fue cubierta por una sábana de agua volviéndose todo confuso, turbulento, sometida a los antojos de un remolino caprichoso. Muchas imágenes destellaron en su mente… sangre, jeringas, mascarillas, miradas doloridas, reproches, gritos, abrazos… todo un resumen de su vida como terca doctora enemiga del destino.

De pronto, cuando el agua salada comenzaba a entrar de lleno a sus pulmones, la forma de un bote en la superficie sobre su cabeza apareció de la nada. Un segundo cuerpo se zambulló, la tomó por la cintura y tiró de ella para sacarla de allí. A viva fuerza, cayeron a una cubierta tosiendo sin parar. La joven, con sus ojos doloridos y visión todavía borrosa, reparó que se trataba de un bote de la Guardia Costera. Sonrió para sus adentros. Ya la conocían por su deporte en días de lluvia y desolación.

-¡Por favor, doc! ¡Le he dicho mil veces que no surfee cuando llueve de esta manera!- le reclamó el salvavidas cubriéndola con una gruesa toalla blanca. Ella sólo lo miró con sus pupilas rotas- ¿Qué ha pasado?
-Perdí a un paciente hoy. Es el primero al que no logro salvar… - dijo entre los espasmos de su llanto. El salvavidas se enterneció al oírla y la abrazó para evitar que se desmoronara a pedazos.
-Yo también he perdido... a varios, de hecho…- le respondió en voz baja- pero hoy la salvé a usted. Mañana será otro día.- y la joven, sin decir nada, apoyó su cabeza en su pecho sintiéndose confortada. La lluvia seguía cayendo con fuerza.

viernes, 6 de julio de 2012

Hay cosas que sólo se les pueden contar a un extraño


-Hace mucho tiempo fui una sedienta de la vida. Estuve famélica del mundo hasta darle mordiscos en cada una de sus rotaciones. Tenía claro cada punto cardinal, sabía que el sol aparecía por el este y hacia el oeste terminaba su jornada. Yo amaba, amaba hasta provocar derrumbes con mis latidos, hasta sentir que incluso el viento podía tocar mi corazón y se estremecía. ¿Has conocido alguna vez a una actriz que jamás abandona un papel? ¿No? No soy más que un envase vacío que lleno con fortalezas prestadas y emociones corrientes para crear una sonrisa perfecta pero contenida. Soy enteramente una puta Mona Lisa que sonríe por sonreír. Tengo un desacuerdo de color violeta en mi pómulo… irónico, es mi color favorito pero jamás creí llevarlo en el rostro. ¿Dónde dejé mi amor propio? ¿Fue abusado por esa sumisión de mujer adulta que me carcome la piel y me vuelve enferma? ¿Es el temor el nuevo sinónimo de buen amante? Siento mil manos viniendo a mi cara despejando las caricias con golpes, como si llovieran palabrotas en una tormenta que me azota donde duele, que me azota justamente donde mi escudo no me cubre... – la joven se calló de repente al perder el aliento y rompió en llanto entre sus manos. Su atropellado monólogo la dejó sin aire en sus pulmones. Una extraña la escuchaba con atención, la abrazó de forma estrecha mirando el reflejo de ambas en el amplio espejo del baño público. Un escenario tan ideal como incongruente. Trató de consolarla sin conocerla, sabiendo que su plato sobre la mesa se enfriaría. Le importó un carajo, la cuenta del restaurante no la pagaría ella. Le secó sus lágrimas con los pulgares, la besó en la frente como acto milenario de respeto y bendición, y con ello logró hacerla sonreír. – No le cuentes a nadie, ¿de acuerdo?
-¿Que no le cuente a nadie qué?-  contestó.

martes, 3 de julio de 2012

Ambición de agua


Oriente Medio, Irak
Cercanías de los ríos Tigris y Éufrates.

Tenía que seguir corriendo, tenía que hacerlo. Escuchaba la carrera de esa docena de botas militares tras ella, el ladrido de los perros entrenados para ser tan irracionales como los humanos y los gritos denigrantes a voz en cuello pisándole los talones. La joven periodista, sabiendo que tenía una mina de oro en la película de su cámara, aumentó la velocidad entre los pastizales, troncos y rocas de un paisaje agrario incongruentemente tranquilo. Las ramas secas le arañaban el rostro, las zanjas la hundían hasta los tobillos y cayó de bruces en varias ocasiones por culpa de ese terreno tan disparejo. Maldijo su incontrolable torpeza y continuó su huida frenética hacia la alambrada de la frontera con Turquía. Sólo allí podría estar a salvo.

Nunca deseó con tanta fuerza una lluvia copiosa, bendita, revitalizante. El clima parecía enemistado con el mundo y poco a poco la tierra se estaba secando, se estaba muriendo. Mientras que la periodista corría por su vida en las entrañas del Medio Oriente, rememoraba el derroche de su propia gente convirtiendo todo lo dicho, todo lo discutido y peleado en algo totalmente inconsecuente. Ahora, frente al verdadero problema, donde pudo respirar la escases y ver con sus propios ojos la piel envejecida de los niños como verdadero follaje de otoño, no pudo más que inmortalizar la ambición del gobierno en fotografías de los canales de irrigación. Las lágrimas se escaparon de su fortaleza dibujando un camino hasta su mentón sucio. Sintió que su entereza se desmoronaba de un chasquido, tal como un castillo de naipes y tuvo miedo, un miedo tan absoluto que había convertido su columna vertebral en una barra de hielo.

Al llegar a la alambrada, comprendió demasiado tarde que había llegado a un callejón sin salida. Trató de escalarla impulsaba por la adrenalina pero el tirón de un brazo poderoso la arrojó al suelo. Vulnerable, la joven recibió una patada en la región lumbar que la dobló en dos. Perdió el aliento al instante sintiendo unas ganas horrendas de vomitar. Los hombres uniformados le espetaban maldiciones en su lengua nativa de manera desafiante. De seguro exigían la cámara colgada a su cuello y sus órdenes eran entregarla. La periodista se negó echando en mano su testarudez. Uno de los hombres, el de más alto rango, la tomó por la ropa para incorporarla. La mirada llena de lascivia que vio la muchacha en su enemigo le despertó todas las alertas y le escupió en la cara. El oficial, decidido a educarla a la fuerza, levantó su áspera mano para descargarla sobre ella, pero en ese momento y contra todo pronóstico, una camioneta blanca derrapó en el terreno baldío atropellando a unos cuantos en su maniobra. Al detenerse con brusquedad, desde una las ventanillas salieron disparos que dieron en el oficial a quemarropa. Los perros ladraban enloquecidos.

-¡Sube ya!- le gritó el conductor abriendo la portezuela del copiloto. La joven recién pudo darse cuenta de que se trataba de su compañero de labores. Sin pensarlo dos veces, abordó el vehículo que arrancó en una nube de polvo hacia la carretera.- ¿Estás bien?
-Sí, estoy bien- dijo ella, limpiando la suciedad en sus labios con la manga de su camisa.
-¿Lo tienes?- la joven respondió aquella pregunta enseñándole la cámara entre sus manos. Luego de resoplar su dolor y cansancio, miró por la ventanilla hacia las dunas resecas. Apretó los dientes en un acto involuntario de impotencia.
-Lo niegan en todas partes… pero la guerra por el agua ya ha comenzado.

lunes, 25 de junio de 2012

Standing on opposite sides of a river



No queda más que maldecir un destino burlesco que juega con las vidas y las enreda en una telaraña misteriosa, desconcertante y arriesgada. Es como si cada punto tejido en ella tuviera un motivo desconocido. Se miran, se preguntan, se quieren y se odian, sabiendo que entre sus cuerpos existe una breve distancia que al mismo tiempo es un abismo insondable, un río ancho de peligrosa corriente. Las rocas emergen afiladas en una trampa mortal advirtiendo que quien se atreva a cruzarlo terminará herido, incluso arrastrado por las aguas que parecen formadas con lágrimas de espanto.

Los márgenes contrarios tienen la terrible facultad de acercarse para luego alejarse con cierta culpabilidad. Un sólo roce tiene el efecto invasivo de una descarga eléctrica y todo se confabula, la noche guarda silencio, el rocío humecta la hierba y los grillos liberan compases que sólo un violín de cuerdas de plata puede igualar. La misma luna se llena a cada momento para iluminar sus rostros, busca favorecer el reconocimiento de los detalles, de esas facciones que tal vez delinearon y amaron en vidas pasadas. En sus lenguas residen torres de babel que hablan diferente expresando lo mismo y sus miradas, por muy evasivas que sean, logran un disparo a quemarropa cada vez que se encuentran.

jueves, 7 de junio de 2012

Aunque sea por un instante




Ha sido frío, extremadamente frío este invierno. Creo que a diferencia de otros años, esta estación se coló hondo en el interior del cuerpo, lo llevo por dentro, me escarcha la sangre y me congela los huesos. ¿Dónde estás para regresarnos el calor? ¿Adónde te llevaste el sol dejando sólo una bombilla triste sobre nuestras cabezas? ¿Qué se debe hacer para que veas lo que provocaste con tu ausencia?


Sé que estás viajando, sé que vuelas lejos de aquí recorriendo el mundo, los mares, los cielos, y de seguro sintiéndote pleno. Regresa, aunque sea por un instante, vuelve y dinos que es la aventura más maravillosa que has tenido, que la vida te quedó chica y regálanos el verano de tu sonrisa. Te dejaremos ir, te devolveremos a la Gloria de donde viniste pero primero vuelve a calmar el dolor, a secar las lágrimas y abrazar nuestras almas. El tiempo ahora es tuyo, cada minuto que pasa, y que sin ti… se siente como un reloj de arena mojada. 



Dedicado a Fabián Orozco, que en paz descanse.



jueves, 31 de mayo de 2012

Hay quienes escriben sin leer



Eso pensó la joven al ver la carta de abandono pegada en la cabecera de la cama. ¿Por qué tuvo que ser en ese lugar? ¿Por qué no la pegaste en la nevera para dejar de comer?, dijo ella. Ahora pensar en dormir sólo le recordaría las palabras odiosas de quien mata un corazón y le escupe el alma. La ausencia gritaba por cada rincón del departamento. Su ropa no estaba, sus mierdas de libros de filosofía ya no estorbaban en el piso como tampoco esa roñosa guitarra que nunca supo tocar. La carta seguía allí, pegada en la cabecera y ella la miraba como si fuera un perverso Atrapasueños. Se atrevió a tomarla entre sus manos, releer cada línea sintiendo que su energía era canjeada por sílaba pronunciada. ¡Hay quienes escriben sin leer!, exclamó de nuevo la joven, esa vez en voz alta y enfadada con sus ojos que no dejaban de lanzar agua. Quiso arrugar el trozo de papel pero no pudo hacerlo, fue como si se hubiera convertido en una lámina de aluminio y la arrojó en alguna parte de su piso alfombrado. Si él le había succionado la vida al marcharse, ella le succionaría sus putas razones con la aspiradora más tarde.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Rutina



Me levanto, me ducho, me visto, me cepillo los dientes y desayuno.
Salgo de casa, saludo algún vecino, recuerdo que tengo que cortar el césped y sigo mi camino.
Subo al autobús, miro por la ventanilla durante el viaje y llego a la oficina.
Trabajo, trabajo y trabajo y como una sentencia carcelaria se cumple la jornada.
De regreso, miro por la ventanilla durante el viaje y llego a casa.
Me dejo caer en uno de mis sofás sintiendo que algo me falta y digo en voz baja: “Qué difícil es seguir la rutina si no estás conmigo para romperla”
Me levanto y ceno, sin poder mitigar ese molesto vacío que llevo por dentro.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Escribir, vivir



La forma que tiene un escritor de llorar es vertiendo tinta sobre un montón de páginas en blanco. Los sucesos de la vida se transforman rápidamente en realidades paralelas en donde se deposita el alma y se deja más de uno en las líneas que de un personaje ficticio muchas veces forzado. Cada persona es un libro, cada mirada es un verso, cada acción puede magnificarse con una hipérbole y así permitir que la inspiración fluya y consuele. Todo escrito se impulsa con una emoción fuerte y debe acabarse de la misma manera. Tal como tiene que originarse en este mundo una vida, nacer por amor y morir siendo amado.

lunes, 14 de mayo de 2012

Pérdida



¿Hay tantas espinas como pétalos en una rosa? Al parecer no, son menos... pero los pétalos uno a uno van cayendo.

Sólo pretende



Hazme un favor y sólo pretende que te hago falta. Pretende que mis abrazos te sostienen y te mantienen en una pieza, pretende que mis palabras son lo que necesitas y detienen la locura en tu cabeza. Pretende que no me guardas rencor, que te enorgullezco y todavía me quieres, que todavía somos esas niñas pequeñas compartiendo las noches de los viernes riendo y comiendo papas fritas, que todavía no descubres mis defectos y me crees simplemente perfecta.

Déjame cruzar contigo esos pasillos de vidrios rotos, descalzo. Déjame apagar el carbón encendido que te quema las entrañas y vuelve insoportables tus lágrimas. Oblígame a quedarme contigo, a decirme que me amas aunque hoy en día ya sea una mentira. Llora conmigo, maldice la vida en mis oídos. No me tortures con silencio, no me destroces con rechazos ni me hagas mal con reproches. Quiero compartir tu dolor porque el mío - por ti y para ti-  bien puedo acallarlo. 

miércoles, 9 de mayo de 2012

¡Aléjenme el papel y la pluma que vengo enojada!


Exclamó la escritora golpeando la mesa:
-¡A la mierda esos atardeceres de soles derretidos que adornamos con metáforas!, ¡Que se pudra la luna que nada nuevo tiene qué enseñar y mucho qué aprender!, ¡Que se quemen los poemas y sus versos medidos, exactos y a la fuerza rimados!, ¡Que se joda el amor romántico y sus promesas de mierda que tornan todo maloliente a su paso! ¿Para qué arriesgar? ¿Para qué escribir verdad si la mentira vende mucho más? ¿A quién le importará si existe un corazón roto o una cama fría en este lugar? Todo pasa en Nueva York y nada en Santiago, todo pasa en Los Ángeles y nada en Buenos Aires. Los amores de antología y el apocalipsis suceden en otra parte… Dios salve Madrid, París, Roma y Copenhague, que la Reina salve Inglaterra y su elegante reloj de hora perfecta… que los amantes se encuentren en Campos Elíseos y en lo posible bajo la lluvia para inspirarnos y poder enamorarnos, porque los ocurridos en Lima, La Paz o Caracas no son más que putas anécdotas pasadas por alto.

lunes, 7 de mayo de 2012

Después de una derrota...



Después de una derrota, inexplicablemente todo conspira en nuestra contra. La brisa se torna más helada, el cielo más lejano, el silencio más intenso y las rocas mucho más duras. Luego, piensas: no es el frío lo que me eriza la piel, sino la idea de no volver a sentir calor jamás. Y sumergida en esa mierda decides ponerte a llorar porque es fácil. Sin embargo, las lágrimas sólo lavan la cara. La sonrisa purifica el espíritu.

domingo, 6 de mayo de 2012

Quiero descubrirte




Cuando parloteas sobre ti, de lo mucho que amas, del alma que posees, de cuánto tiempo abrazas, en quién confías, sueñas, culpas, lloras… me da lata. Mis ganas por tenerte a mi lado y conocerte van mermando, se matan unas a otras y yo no hago nada para evitarlo. No me gustan las publicidades, jamás me han atrapado las introducciones o propagandas, las considero una mierda innecesaria. Me gusta descubrir, me gusta arriesgar, leer las entrelíneas escritas de una mirada sin hablar. Si debes decir que amas, entonces no estás amando como se debe. Quiero ser en ti un explorador valiente... ser como uno de los personajes de Julio Verne.

viernes, 27 de abril de 2012

¿Por qué tardaste?

Hoy pude haber dejado el paraguas en casa pero salí con él para cubrirme de la lluvia. Estaba enfadada, enfadada con las nubes grises, enfadada con las hojas empapadas bajo mis pies, enfadada con los charcos que esquivaba con dolor y, testaruda, subí al autobús sin querer mirar hacia arriba. 
Había pasado tanto desde la última lluvia sobre esta ciudad que al sentirla de nuevo, mi pensamiento fue: ¿Por qué mierda tardaste tanto? ¿Por qué me tenías atrapada a merced de ese maldito verano? No quise fijarme en las gotas, no quise aspirar a todo pulmón el exquisito perfume de la tierra mojada ni imaginarme escenarios idílicos de amantes en otoño para luego escribirlos. No. No quise inspirarme. Hoy no quise creerme poeta, novelista ni cantante.

martes, 3 de abril de 2012

Inocencia de niño


Cuando era un niño todo a mi alrededor me emocionaba porque lo veía desde mi ventana.

Me imaginaba tantas cosas, tantas aventuras por el barrio, a orillas de la caleta, conversando con los pescadores.

Me atraían los lobos marinos, los perros callejeros, esa taberna en donde se refugiaban los viejos del pueblo.

Yo quería ser como ellos, lleno de historias, de chistes cochinos, de manos callosas y mirada sabia.

Yo quería salir más seguido pero mi madre siempre fue una mujer hipocondriaca que le temía a todo.

Tuve que mantenerme al margen porque ella juraba que moriría de una pulmonía en esta tierra de humedad eterna.

Me gustaba la Anita, la hija de don Ernesto, el pescador más empeñoso y de ojos color océano.

Muchas veces quería que mi papá fuera como él. Recio, enorme, de risa estridente y pecho amplio para llorar en él.

En cambio, mi viejo era de huesos débiles, ojos hundidos y dolores permanentes que calmaba con golpes de vino tinto.

Odiaba ese color. Me cargaba el morado que teñía la ropa, los labios y la lengua.

Cuando vi ese color en el rostro de mi madre, me asusté y pensé que el vino estaba contagiándola.

Seguía mirando por mi ventana. Veía pasar a la Anita con su vestido nuevo y suspiraba. Veía a don Ernesto que abraza a su mujer y la besaba.

Veía a mi papá que se empinaba la botella y que mi mamá cambiaba de color extrañamente después de sus borracheras. Yo prefería seguir mirando hacia afuera.

viernes, 30 de marzo de 2012

Poco tiempo


Tantos relojes y el tiempo se hace nada. Las horas se desperdician por el suelo como perlas de un collar roto. ¿Cómo detenernos? ¿Cómo mirarnos unos a otros si no es chocando? El sol aparece en el este y brinca sin pausas hacia el oeste. Nos deja a oscuras, llenos de estrellas que se apagan como velas una por una. El tiempo se acaba, las estaciones no aguardan, otoño, invierno, primavera y verano… invierno, verano… verano y verano. Y nada, sólo esperamos, esperamos un primer paso que no damos, esperamos un perdón que no merecemos, un amor que no cuidamos. Culpamos, para eso somos buenos, te culpo por no amarme pero no te dije que te amaba… te culpo por no estar pero no hice nada por llamarte. El tiempo se acaba, el mar se nos viene encima, la mierda nos llueve y lo único que hacemos al respecto es observar como voyeristas de nuestro propio final.

jueves, 29 de marzo de 2012

Y el chico sentía dolor...


Sentía angustia, terror y desolación. Todo lo que un ser humano experimenta en minutos de violencia. A ellos no les importó. Sólo golpeaban. Para sus mentes repletas de mierda, el chico no era más que una amenaza para la sociedad plana que conoce un ángulo, una única perspectiva. ¿Y qué hay de los antiguos astrónomos? ¿Qué hay de su valiente perspectiva de que la Tierra era redonda y no plana? ¿Por qué regirse bajo una convicción cuando puede haber varias?

El chico sentía dolor, efectivamente. Dolor humano. Estaba hecho de carne y hueso, estaba compuesto por células, por un corazón, un hígado y un par de pulmones. Tenía esperanzas, sueños y miedos como cualquier otro chico. Cuando los agresores terminaron de torturarlo, comprendieron que sí, tenía venas bajo la piel, tenía articulaciones, sensibilidades… era como ellos pero mejor a la vez. Su amor podía presentarse de distintas formas, colores, condiciones, etc. El odio en ellos, en cambio, se presentaba siempre de la misma manera asquerosa, nociva, saturada de malolientes intenciones que provocan asco.

El chico tenía vida y era tan frágil como todas las que respiran. Murió en la camilla de un hospital por amar demasiado y no amar como la mayoría. Sus agresores comprendieron otra vez que era una persona, con energía, alma y cuerpo. La sangre es roja en todas las venas y tuvieron que verla esparcida por sus manos tuberculosas para creerlo; sí, el esqueleto se rompe y el idealismo mata. Ellos esperan sentencia, un castigo impuesto a su tiempo, sin embargo los años pasan, sólo pasan… la mente retorcida, por su parte, muta, involuciona y se resiente. Cuando se cumpla la condena saldrán a la calle, pasarán por donde habían golpeado al chico, reirán, beberán una cerveza y al salir, volverán a odiar al que ama otro matriz... porque para ellos sencillamente es diferente.


Dedicado a Daniel Zamudio, que en paz descanse.


martes, 20 de marzo de 2012

Otra cosa es con lluvia



Siempre supe que la lluvia me devolvería esos recuerdos hogareños. El fuego vivo crepitando en la chimenea, los niños correteando por la casa, los juegos de mesa a media tarde y yo, ronroneando a sus pies mientras ella preparaba algo caliente en la cocina. Años han pasado de eso. La chimenea ya no se usa, los niños crecieron, la ancianidad ha cobrado su parte y los inviernos cada vez son más fríos y más secos.
Hoy, sorpresivamente comenzó a llover… y yo, tal como me lo esperaba, comencé a llorar.

viernes, 16 de marzo de 2012

Final


Lo vio marcharse desde el balcón de su apartamento pensando en que pudo cerrar la ventana obligándose a permanecer adentro. Las malditas hojas secas que caían como vencidos soldados del verano hacían su partida mucho más novelesca y hermosa… ¿por qué hermosa?, se preguntó, y encendió un cigarrillo tratando de no perderse en musas enemigas que sólo se burlaban de ella. Miró hacia los jardines lejanos del vecindario y los rosales se movían a merced del viento estival. Todo parecía conspirar para un idílico final. Él volteó un instante para mirarla a distancia y la inevitable cinta kilométrica de los recuerdos pasó entre ellos en sólo segundos. La joven deseó que aquellos momentos vividos pudieran sacudirse de la memoria, soplarse como las hojas de un Diente de León y liberar su presencia al antojo de la brisa.

viernes, 24 de febrero de 2012

Enmascarada


Santiago se viste calladamente de otoño mientras que el sol nos azota. Pero ya lo descubrí. A mí no me engaña. Entre la sutileza del cambio en el color de las hojas está el descaro de ocurrir ante la vista y paciencia de todos, pero nadie en esta ciudad se detiene a observar, nadie se da cuenta. Yo amo el otoño, me revitaliza, me empapa de su tonalidad dorada y plateada que todo lo enciende, todo lo quema, todo lo esmalta y eso me encanta. Ya ven, con el tiempo me he puesto mucho más melancólica y busco los momentos significativos para sentirme inspirada. Ando robando minutos del tiempo sin que mis otros quehaceres pendientes se den cuenta o apurarán su expiración. Soy una escritora disfrazada, enmascarada. Quizás por eso mismo muchas veces las musas tardan en encontrarme, porque sencillamente no pueden reconocerme.

miércoles, 22 de febrero de 2012

En un país de despistados


Y empezó a temblar. No se había dado cuenta hasta ver la bola de la disco moverse como péndulo rabioso sobre su cabeza. El movimiento aumentó y no se había dado cuenta hasta que la gente comenzó a gritar y a empujarse hacia la salida. El mar se salió y no se había dado cuenta hasta recibir el muro de agua aplastando su casa. Sobre lo último no puedo culparla, jamás dieron la alarma.


Terremoto en Chile, 27 de febrero de 2010

El cantante




Y mientras entonaba una canción de su autoría, notó que entre los pasajeros a bordo una joven lo seguía cantando en voz baja. La había visto en otro autobús, otro día. Se emocionó, después de tantos años de carrera artística callejera, por fin tenía una admiradora.