Eso pensó la joven al ver la carta de
abandono pegada en la cabecera de la cama. ¿Por
qué tuvo que ser en ese lugar? ¿Por qué no la pegaste en la nevera para dejar
de comer?, dijo ella. Ahora pensar en dormir sólo le recordaría las
palabras odiosas de quien mata un corazón y le escupe el alma. La ausencia
gritaba por cada rincón del departamento. Su ropa no estaba, sus mierdas de
libros de filosofía ya no estorbaban en el piso como tampoco esa roñosa guitarra
que nunca supo tocar. La carta seguía allí, pegada en la cabecera y ella la
miraba como si fuera un perverso Atrapasueños. Se atrevió a tomarla entre sus
manos, releer cada línea sintiendo que su energía era canjeada por sílaba
pronunciada. ¡Hay quienes escriben sin
leer!, exclamó de nuevo la joven, esa vez en voz alta y enfadada con sus
ojos que no dejaban de lanzar agua. Quiso arrugar el trozo de papel pero no
pudo hacerlo, fue como si se hubiera convertido en una lámina de aluminio y la
arrojó en alguna parte de su piso alfombrado. Si él le había succionado la vida
al marcharse, ella le succionaría sus putas razones con la aspiradora más
tarde.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario