miércoles, 29 de enero de 2014

Bienaventurados los que olvidan...



La joven no podía ver ciertas fotografías, apartaba la mirada como si la imagen le quemara la piel de la cara y le magullara el alma. Su piel comenzó a ponerse dura y grisácea, una parodia de arcilla maleable que va acorde con la desesperanza. Sentía su corazón desnivelado, creyendo que toda la sangre se agolpaba de un sólo lado y veía el mundo de un ángulo raro. Definitivamente le faltaba algo, una sonrisa, un descanso, un puto rato de no andar saltando entre historias antiguas. Ya no quería estar pendiente, no quería estar esperando que sucediera lo increíble cuando lo increíble estaba en sus manos. Ya no quería indagar ni repasar una y otra vez el camino andado, el mal paso estaba ahí, ya lo había dado y ahora qué. Para romper la pesada costra que le confinaba su libertad sólo debía olvidar y dejar ir.


jueves, 16 de enero de 2014

Conclusión




Después de horas de sexo, de sentir sobre mi piel tu sudor, dentro de mi boca tu lengua descontrolada, de oír palabras tuyas chocando contra mi cuello, absolutamente nada me parece más perfecto ni excitante. Miro la ventana y comienza a aclarar, se escucha el canto de las aves. Tú, desesperado, coges tu ropa desperdigada por el piso en una batahola incompresible. Maldices la hora, puteas a mi gata que se atraviesa en tu camino y me besas fugazmente en la frente antes de salir del apartamento. Las sábanas aún siguen húmedas. Me quedo mirando la mañana entre mis cortinas y llego a la conclusión de que odio a los pájaros.


viernes, 10 de enero de 2014

Extraña sensación



Ahora entiendo por qué a mi humano le gusta venir aquí y caminar por la orilla cuando todo oscurece. Se siente rico en mis patas y una extraña sensación me invade el cuerpo. Sigo queriendo jugar pero algo me dice que no todo es un juego. Debe ser difícil para mi humano sentirlo todo el tiempo. Me llama a lo lejos y quisiera acompañarlo, pero por primera vez deseo estar solo un rato.

lunes, 6 de enero de 2014

Si fuera el final



Escrito a pedido de mi amiga, la artista mexicana Hortensia Martínez: Si el apocalipsis fuera ahora.



Hay sangre y saliva en el cielo, me digo en voz baja. Dejo las cortinas corridas y me siento en el amplio marco de mi ventana. Con la mirada pegada en las nubes hechas jirones, sé que ha llegado ese momento en que nada y todo importa al mismo tiempo. Me hubiera gustado haberte conocido mucho más, haberte entendido sin cuestionar y apoyado más que buscar tu apoyo. Tal vez he sido egoísta contigo y he refugiado mis temores en páginas tanto escritas como en blanco, en divagancias y no en el grano. Ahora, sobre mi cabeza, se abre una boca abrumadora que ridiculiza hasta al más soberbio cayendo de rodillas. Lo poco que sabemos acaba y sólo podemos lamentar que no hemos concluido absolutamente nada. Veo miedo, absurdos intentos por corregir lo hecho y gritos que claman por algo que jamás creyeron. Nunca pudimos ser humildes para pedir una disculpa, para pedir ayuda, para felicitar o para amar sin pensar.

Me pregunto si a mis treinta años ante tus ojos merezco cada año cumplido, si he aprovechado cada uno de los diez mil y tantos días como se esperaba en la vida. No quiero hacer un repaso de mi existencia como una maldita película de ocho milímetros y ensalzarme con añoranza y arrepentimiento que se vuelven baratos y muy usados. Prefiero sentarme a debatir contigo mis puntos de vista, tal como una entrevista. Sonrío ante esa idea y el cielo parece quemarse más todavía. El calor de un sol embravecido me perla el rostro imaginando las brasas de un fogón fuera de control. Hoy es el punto aparte de una lectura que nos parece extensa pero en realidad es tan corta como un lema.

Quiero pensar que fui honesta sobre mí misma en todo momento. Mala, buena, perra, tierna, da igual. Quiero pensar que abracé de verdad, amé con el corazón y lloré con fuerza. Quiero pensar que cada palabra que escribí fue escrita con tinta de mi sangre, que la escritora en mí me perdone por cobarde y que las personas que reunieron mis brazos sepan que puedo vivir con la cabeza metida en ficción pero con el alma repartida en ellos. Quiero pensar que las distancias no importan, nunca importaron, que el amor es amor como venga y que tú me conoces como nadie. Si ese cielo, amenazador y violento, se nos viene encima con todo su peso, si ese aliento caliente que nos sopla la cara es un final, quiero que sepas que nunca te mentí porque sabes que ante Ti soy una pésima actriz.   


Imagen titulada: "La Luz de Ingeborg", de Cecilia Flaten.