viernes, 24 de febrero de 2012

Enmascarada


Santiago se viste calladamente de otoño mientras que el sol nos azota. Pero ya lo descubrí. A mí no me engaña. Entre la sutileza del cambio en el color de las hojas está el descaro de ocurrir ante la vista y paciencia de todos, pero nadie en esta ciudad se detiene a observar, nadie se da cuenta. Yo amo el otoño, me revitaliza, me empapa de su tonalidad dorada y plateada que todo lo enciende, todo lo quema, todo lo esmalta y eso me encanta. Ya ven, con el tiempo me he puesto mucho más melancólica y busco los momentos significativos para sentirme inspirada. Ando robando minutos del tiempo sin que mis otros quehaceres pendientes se den cuenta o apurarán su expiración. Soy una escritora disfrazada, enmascarada. Quizás por eso mismo muchas veces las musas tardan en encontrarme, porque sencillamente no pueden reconocerme.

miércoles, 22 de febrero de 2012

En un país de despistados


Y empezó a temblar. No se había dado cuenta hasta ver la bola de la disco moverse como péndulo rabioso sobre su cabeza. El movimiento aumentó y no se había dado cuenta hasta que la gente comenzó a gritar y a empujarse hacia la salida. El mar se salió y no se había dado cuenta hasta recibir el muro de agua aplastando su casa. Sobre lo último no puedo culparla, jamás dieron la alarma.


Terremoto en Chile, 27 de febrero de 2010

El cantante




Y mientras entonaba una canción de su autoría, notó que entre los pasajeros a bordo una joven lo seguía cantando en voz baja. La había visto en otro autobús, otro día. Se emocionó, después de tantos años de carrera artística callejera, por fin tenía una admiradora.

martes, 21 de febrero de 2012

Mente conflictiva


La tenía a mi merced en la cama y mi mente no dejaba de gritarme:

“¡Cógetela y vete… es sólo sexo!”

Ella me miró directamente a los ojos y eso me tomó por sorpresa:

“¡Déjate de huevadas románticas… es sólo sexo!”

Como un impulso impensado, le acaricié el rostro dándome cuenta que era más hermosa de lo que recordaba. Habían pasado tantos años, tantos escenarios inventados de mí entre sus piernas, que tenerla allí en persona me cortó la sangre. Ella me sonrió y la besé en los labios como si temiera romperlos. Me abrazó y su seguridad me erizó el cabello. Fue tanta su confianza en mí que aquel sentimiento ocupó todo el maldito cuarto robándome el oxigeno:

“¿Qué estás esperando? Tócala como lo has hecho con todas y luego te largas. Las llaves del auto están la chaqueta”

Mi mente no me daba tregua. Mi cabeza era una absurda favela y mis manos comenzaron a temblar, y mi boca se secó de pronto, y sentía que no podía moverme. Los minutos pasaron, ella se quedó dormida a mi lado respirando tranquila, su pecho subía y bajaba, acompasado, mientras yo luchaba por una mísera bocanada de aire. Se veía tan bella con las sábanas blancas como telón de fondo que no era capaz de acercarme, tampoco de alejarme:

“Déjate de mierdas y aprovecha. ¡Cógetela de una vez por todas… es sólo sexo!”

Me sentía como un cazador atrapado en mi propia red. En un chispazo de valor, me acomodé en la cama, listo para recorrer su piel, para someterla con mis embestidas y decirle al fin que era una perra por haberme hecho esperar tanto. Levanté una mano para posarla sobre uno de sus pechos y sin imaginarlo, se me congeló en el aire, a mitad de camino. Sin poder creérmelo, con esa misma mano de ardientes intenciones, tomé las cobijas y la arropé mejor.

“Eres un huevón cobarde, la cagaste”

No, no tenía nada que ver con cobardía. No se trataba sólo de sexo, era amor, y del patético, del que siempre me he burlado. En fin, enojado conmigo mismo, me levanté de la cama camino a la licorera. Necesitaba un puto vaso de licor para cerrarle la boca a mi cabeza.