lunes, 29 de diciembre de 2014

Golpes


Para Evanna Volker el Kiokushinkai era una práctica relajante. Necesito sacudirme toda esta mierda de encima, pensaba mientras se vestía con su ropa deportiva y se dirigía a una habitación vacía de su apartamento que destinaba para esas instancias. Kiokushinkai era un estilo de karate el cual buscaba la mejora personal por medio del control de la mente y el cuerpo. Desde pequeña que lo practicaba y gracias a ello pudo recuperar la confianza perdida por culpa de un pasado tormentoso. Sus movimientos eran certeros, rápidos, coordinados. A puños cerrados golpeaba el aire y avanzaba a cortos pasos con la mirada fija en un punto.  Necesitaba despejarse, liberar fuerza y cansarse, de lo contrario estaría dándose vueltas en su cama como una demente hasta despuntar el alba.


La joven neoyorquina seguía sintiendo el gatillo y la patada del disparo en su mano, en su brazo, en el alma. No estaba arrepentida, por algo se había convertido en detective, sin embargo trataba de aferrarse a ese último rastro de sensibilidad que le quedaba. No quería volverse una máquina fría y calculadora, ella no era así. Tenía sangre en las venas, maldita sea. El recuerdo de esa tarde nefasta seguía martillándole la cabeza por lo que aumentó la energía en su entrenamiento. 

Golpe, ella corriendo por un callejón con su arma automática empuñada; golpe, ella esquivando tarros de basura dando saltos desesperados; golpe, el agresor contra una pared con el niño entre sus brazos; golpe, ella lo apunta pidiendo a gritos que lo suelte; golpe, él no hace caso y lame la mejilla del infante con asquerosa sugerencia; golpe, ella agudizando su puntería y esperando lo peor; golpe, el hombre intentando romper el débil cuello de su víctima; golpe, ella disparando con tal precisión que la bala se insertó entre sus cejas limpiamente. Fin del caso... fin del ejercicio. Evanna exhala sonoramente en el silencio de su apartamento, agotada y con el corazón acelerado.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Ruido sordo


 
Cuando se escuchó el repentino rompimiento de una botella todo el restaurante pareció congelarse, atento a lo que había sucedido. El joven se dio cuenta del impacto que causaba ese sonido entre la gente. Podían discutir dos personas, incluso podían putearse y golpearse entre ellas, pero nada provocaba mayor estado de alerta que un cristal rompiéndose en mil pedazos. ¿Qué tenía ese ruido que lo hacía tan importante?

-Me asustó…- dijo su mujer recuperando la compostura después del pequeño incidente. Se volvió hacia él enarcando una ceja.- ¿No vas a decir nada más?

La rabia contenida en esos ojos verdes los tornó opacos, como dos pozas de agua turbia y llena de algas. Aquello le hizo entender que de amor muy poco quedaba en ella. No pudo precisar en qué momento la cena se había convertido en una batalla medieval y que las palabras eran mil lanzas que atravesaban su armadura. Quiso responderle tantas cosas que sus abrumados labios se confundieron sin saber qué sílaba formar primero. Ella se incorporó de su asiento, dejó la servilleta sobre la mesa y salió del inmueble, empujada por la impaciencia. Él, lidiando con un dolor intenso en el pecho, supo que lo ocurrido jamás asustaría ni llamaría la atención de nadie. Un corazón roto no hace ningún ruido.
 
 

sábado, 2 de agosto de 2014

Tierra de nadie


¿Qué mierda hacía? Lanzar palabras a un espacio oscuro donde el abismo es insondable e inútil.
¿Qué mierda esperaba? Cosas que jamás pasarían y le sumarían sólo canas y arrugas en la cara.
¿Qué mierda pasaba? Nada. Por su mente no pasaba absolutamente nada. Silbidos de viento y pegajoso silencio. 
De esas guerras memorables donde las ideas se superponían y los mundos convergían en un resultado bizarro y atractivo ya nada quedaba, sólo desierto, árido y seco donde tormentas de arena sólo aportaban más y más confusiones. Su camino torcido se perdía en una nube de polvo dejándola sin destino ni objetivo alguno. Si su mente tuviera una señal indicaría alguna ruta al azar justo en medio de una tierra de nadie.


viernes, 11 de julio de 2014

Doña Paula y la libertad


Los cascos de los caballos resonaban contra el lodazal de las primeras lluvias de la temporada. Los soldados apretaban las riendas de cuero entre sus manos mientras que el cansancio les soplaba al oído que dejaran caerse y desfallecer algunas horas. El general, ese hombre singular de ojos color cielo, agudizaba la vista hacia el frente confiando en que su memoria no lo traicionaría. Cerca de ahí existía una hacienda, estaba seguro. Habían luchado contra los soldados de la corona valientemente, pero la superioridad numérica le hizo ordenar la retirada sabiendo que les pisaban los talones para darles caza. Necesitaban un lugar de refugio y pasar la fría noche bajo un techo amigable.
A pocos metros de allí, doña Paula despertó en su cama gracias al instinto. Su corazón estaba desbocado y encendió su lámpara ajustando la llama. Se acercó a la angosta ventana de su habitación con la certeza de que una cabalgata se acercaba a sus dominios. Rápidamente se envolvió de un chal blanco, tomó la luz desde la mesita de noche y bajó las escaleras de manera delicada pero presurosa. Sus sirvientes estaban despiertos e inquietos, también escuchaban los cascos y temían que se tratara de una visita impertinente de los súbditos del rey, sin embargo, doña Paula tuvo otra corazonada que la llevó a arriesgarse. Sin importar el frío de esa noche sin viento, la mujer abrió las pesadas puertas de la entrada y permitió el ingreso de más de cien soldados de su patria que defendían la independencia.

-Muchas gracias por recibirnos en su propiedad. Necesitamos de un escondite- habló el general, desmontando su precioso caballo blanco. La aludida elevó la llama de su lámpara y acomodó el chal en sus hombros. Reparó que estaba herido y agotado, al igual que todos en su batallón. No lo pensó dos veces.
-A la bodega de vinos, señor. Es amplio y bien resguardado en el subterráneo.- les indicó doña Paula y el general llamó a sus hombres para seguirla entre la oscuridad escondiendo los caballos en los corrales.

Uno de sus sirvientes destrabó el portón que rechinó como violín desafinado, y en fila los uniformados fueron ingresando. El aroma a madera, humedad y uva fermentada les llenó sus pulmones. El último en entrar fue el general, quien se detuvo unos segundos frente a la dueña de casa y sin palabras le sonrió en agradecimiento. Algo cálido y desconocido brotó en el centro de su pecho. Recordó con nostalgia que hacía mucho tiempo que no sonreía y frente a ella supo que toda lucha valía la pena. De pronto, ese efímero instante fue interrumpido por la alarma de la cocinera. Se acercaba un segundo batallón por el sendero. Doña Paula obligó al general quedarse ahí, subió los peldaños de a dos y caminó por el corredor consciente que bajo sus pies escondía soldados de la resistencia. Le tomó un momento calmarse, esperó y abrió un poco la puerta para mostrar sólo parte de su rostro. Se trataba de un lameculos de la corona.
-Buenas noches, señora. ¿Nos permite entrar?

-¿Con qué motivo?
-Creemos que un ejército de rebeldes se oculta en sus tierras- dijo determinante. Doña Paula trató de mantener la impasividad en su rostro y fingió ignorancia.
-¿Rebeldes aquí? Ud está en un error- contestó casi imperturbable- Además, si lo estuvieran, no los entregaría- esto último lo afirmó con tal convicción que elevó un poco el mentón haciendo acopio de todo su valor y elegancia. El tipo de ojos negros como la noche dio un paso hacia ella con la intención de inspirar respeto.

-No nos cuesta nada quemarlo todo como escarmiento a su deslealtad con el rey- bajo el piso, los soldados empuñaron sus armas decididos a impedirlo si algo así llegara a suceder. El general contuvo el aliento preparado ante todo.
-¡Prefiero que lo quemen todo a quemar mis ideales! - exclamó doña Paula, con una gallardía tal que el uniformado alzó sus cejas con cierta admiración. Los empleados de pie tras la mujer temblaron de miedo. Se hizo una pausa insoportable que trepaba las paredes de la casona.
-Espero que esta audacia innecesaria y absurda no le traiga consecuencias- respondió él, displicente- Esta hacienda es muy bien estimada en el pueblo. No nos obligue a castigarla. Seguiremos nuestra búsqueda pero le aseguro que volveremos.

-Buenas noches- cortó la mujer y cerró la puerta con pestillo. Al girar sobre sus talones, sus rodillas flaquearon y sus sirvientes la atajaron justo antes de derrumbarse. El terror se le había introducido en la médula invadiendo sus huesos. Al levantar la cabeza y enfocar la mirada, en el penumbroso corredor vio al general, pálido y sucio. El hombre volvió a sonreírle sabiendo que a esa mujer le debía la vida pero, por sobre todo, ya la amaba sin remedio.

miércoles, 25 de junio de 2014

No importa qué



No importa la oscuridad en la que se esté sumido, no importa lo espesa y asfixiante que sea la penumbra, siempre una mirada honesta y limpia ilumina todo a su alrededor amedrentando a las que no van de frente, desafiando a las cobardes que se vuelven sombras y luego se desvanecen.


lunes, 9 de junio de 2014

Incomprendida



Me he dado cuenta que el mundo sigue las citas ostentosamente. Las reescribe, las evoca, las plantea como una educación social y cultural, ¿y si uno no tiene citas que le identifiquen? ¿Si no hay pensamientos ajenos que definan el propio pensamiento? ¿Navega a la deriva en el universo de los personajes incomprendidos sin remedio? ¿Es el mundo una línea recta a la cual seguir? ¿Es el mundo una dinámica que si  no la sigues eres un marciano de mierda discriminado por Dios y los demás? ¿Qué pasa si uno escribe sin novela o cuento de por medio? ¿Qué pasa si la inspiración ya no me acompaña y soy un invitado solitario en esta gran fiesta de escritores consagrados? ¿He de temer?

jueves, 17 de abril de 2014

Mariposas



Esa tarde atrapaba mariposas con mi red en el jardín de la casa. Mi hermano mayor reía cuando fallaba y yo porfiaba porque no me gustaba perder frente a él. Mi padre se asomó por la ventana con una sonrisa que nunca le había visto antes.

-¡A ver si atrapas a tu hermano y lo devuelves a oruga!- me dijo bajo un tono duro y burlesco. No supe si reír o quedarme callado. El rostro de mi hermano de inmediato se volvió triste y serio.

En la noche, acostado en mi cama de Buzz Lightyear, mi hermano me leyó un cuento sobre seres submarinos que asombraban con su belleza y bondad. Al terminar, me besó en la frente como pocas veces lo hacía fuera de mi cumpleaños y salió de la habitación. Me quedé pensando en esos seres hermosos imaginando sirenas y tritones en lo profundo del océano. Al rato me levanté descalzo y salí a buscarlo para hacerle unas preguntas que me quedaron dando vueltas en la cabeza. No estaba en su cuarto y fui al baño. Abrí la puerta y ahí estaba, en la bañera. Mi padre llegó y gritó como un loco. No supe el escándalo por bañarse en agua colorada. 


lunes, 14 de abril de 2014

Aquellos que hacen nada y lo obtienen todo



Hay quienes engañan y caminan entre la gente con máscaras, con sonrisas de adorno y abrazos fríos como inviernos largos. Hay quienes disfrutan de la vida deseando desgracias y miran todo con ojo infame, indiferente, al igual que un ave carroñera esperando su turno. Hay quienes obtienen reconocimientos y amistades ciegas por entregar cinco minutos de lealtad tan ligera como el aire, lealtades de mierda que se ofrecen dos por uno en las ofertas. Hay quienes no tienen cicatrices ni arañazos en el alma porque no tienen idea de apostar algo más que sólo palabras. Hay quienes viven de envidia y malicia y caminan erguidos por la calle recibiendo saludos y aplausos.  Hay quienes no temen destruir ni juzgar porque no es su piel la que van a linchar, es la de otros. Hay quienes no tienen memoria alguna, que prefieren olvidar para seguir con la normalidad, con la ficción creada por un mundo sin tolerancias y, lo que es peor, desechando corazones que sirven dejándolos tirados por el camino… mientras que por otro lado, hay quienes se retiran con dignidad y luego escriben en su blog para entender si no pertenecer a ellos está mal. 


miércoles, 26 de marzo de 2014

Secuelas


Volver a mi ciudad y verla a ella a lo lejos, causó tal impacto en mí que sentí una patada a mitad del pecho. Casi me caigo de espaldas al notar que por su rostro los años pasaron besándola, haciéndole el amor hasta maravillarla. Me sentí sucio, me sentí sacrílego y quise desandar mis pasos de manera rastrera, no por inspirar lástima sino que por saberme un ser derruido y traumatizado.

El sonido de unos petardos celebrando el día de la independencia me devolvió a 1969, en donde el ser parte de la 9° División del Regimiento de Infantería era todo un orgullo. Ubicados en la boca misma del lobo, en el delta del río Mekong, vivíamos con la muerte respirándonos en el cuello. Aferrado a mi fusil, sólo pensaba en aquella mujer que me mantenía cuerdo y alerta a esas balas que pasaban por mi cabeza como avispas. Me daban órdenes que yo obedecía sin hablar, pasaba los días mojado y temblando y había empezado mi mal hábito de fumar. Internados en las entrañas de Vietnam, estábamos rodeados de quienes eran los dueños de casa, conocían el lugar mejor que nadie, por lo que yo pensaba que estar ahí era una maldita locura. Mi sargento llamaba y llamaba por radio pidiendo refuerzos, médicos para algunos que ya tenían heridas con aroma a queso y sangre verdosa. Sin embargo, no recibíamos más que aspirinas desde los altos mandos, que no nos preocupáramos porque se estaban tomando medidas, y mientras tanto, notábamos las frecuentes visitas de aviones americanos que fumigaban los bosques con un humo color naranja.

-¡Cúbranse, maldita sea!- nos gritaba el sargento, pero era imposible no respirar ese gas que ardía en la garganta y escocía los ojos.

Creo haber aspirado ese tóxico por semanas. El viento corría pero no hacía más que esparcir la pestilencia. Trataba de luchar contra los vietnamitas por la razón que fuese – nunca tuve muy clara la oficial – y resultaba doblemente difícil cuando ambos bandos hacíamos el esfuerzo sobrehumano de no ahogarnos. Mi superior no pudo explicarme bien lo que estaba pasando, pero la reacción pronta del bosque fue mi respuesta. Estaban exterminando la vegetación, como quien afeita el pelaje de un perro para encontrar las garrapatas, pero estábamos nosotros también allí, ¿acaso no importábamos?

-¡Déjese de niñerías y actúe como soldado!- me dijo el sargento.

-¡Por matarlos a ellos nos están matando a todos!- le grité yo fuera de mis cabales y cogiéndolo por las solapas de su chaqueta de camuflaje. Mis compañeros quedaron asombrados por mi falta de respeto pero nadie se atrevió a corregirme.
Gracias a  Dios, a inicios de 1970 una bala me atravesó el hombro durante un enfrentamiento y me enviaron a casa con una puta Cruz de Servicio Distinguido. Una condecoración de mierda que de nada serviría para aliviar las pesadillas que me esperaban. Sabía que volvía a mi país con algo más que un hombro herido y la conciencia sucia. Sentía que algo escabroso se había alojado en mis entrañas y que esperaba el momento justo para salir a la luz y escupirme en la cara.

Volví con la mujer que amaba y traté de ser el hombre limpio que ella había visto partir. Llegué a su casa sonriendo anchamente y me abrazó. Yo la levanté del piso y la besé de lleno en la boca luego de haberme lavado los dientes como un millón de veces para quitarme el sabor a guerra. Hicimos el amor el mismo día que había regresado, estaba tan sediento de su piel que nada más cabía en mi mente. Necesitaba limpiar todo en mí y no había mejor fuente que su inocencia, su pureza. La penetré y reventé en ella sin consideraciones, descansamos hasta ver el día entre sus cortinas y no pude sentirme más feliz.

Luego de un año le pedí matrimonio. Estaba enamorado y por alguna razón deseaba sentirme vivo y normal, un hombre completo y no la fracción de sí mismo desde que había regresado. Nos casamos, vivimos en una pequeña casa en Lexington, Kentucky, y todo parecía ir bien. No obstante, nuestros intentos por tener hijos nos frustraron por varios años la felicidad absoluta. Concepciones fallidas y abortos espontáneos eran nuestro saldo nefasto semestre a semestre. Por las noches, tenía sueños horribles de sangre, humo naranja y yo hundiéndome en una fosa de lodo sin fondo. Cuando logramos embarazarnos, a los tres meses supimos que el bebé venía con una malformación importante y creí que mis piernas se habían derretido en la oficina del doctor. No pude soportarlo y me culpé por presentirlo sin decir nada.

Obligué a mi esposa a abortarlo, a gritos, a golpes, a terquedad de antiguo soldado. No quería tener un hijo así y me cegó la rabia. Lo hicimos un terrible día de invierno. Fue una situación que no pudimos superar, ella no podía mirarme a la cara y yo no quería que lo hiciera tampoco. Nos divorciamos al poco tiempo y me fui de la ciudad para buscar el olvido en otra parte. Traté de huir de mi culpa pero me tenía por el cuello al igual que un cáncer de mierda que me invadía de forma silenciosa. Descubrí que muchos ex soldados de esa guerra estaban en similares condiciones y me volví inquieto. Investigué y fue entonces donde lo entendí todo. Yo era tan víctima como aquellos que maté por soberbia. Después de todo, Vietnam y yo teníamos algo en común, un Agente Naranja que nos carcomía el cuerpo. Participé en demandas, me asesoré por abogados y reuní a varios querellantes tan asustados como yo. Pasó más tiempo del que esperaba para obtener la resolución del juez, la indemnización para los veteranos afectados fue aprobada y repartida conscientes de que el dinero no nos devolvería lo perdido.

La risa de unos niños me sacó de mis recuerdos y me puso los pies en el presente. Los fuegos pirotécnicos seguían iluminando el cielo y caminé entre los espectadores como un fantasma. Me acerqué un poco a ella gracias a la confusión del tumulto movilizándose por el parque. La brisa tibia de ese verano me llevó su perfume de mujer a las fosas nasales y mis ojos se llenaron de lágrimas. No había cambiado nada y yo era un viejo con olor a añejamiento. Quise tomarla del brazo, sorprenderla con un Todavía te amo, pedirle que me perdonara pero la mochila en mi espalda me contuvo. Ya no era digno de ella, tal vez nunca lo había sido. Saqué de mi bolsillo el cheque con los millones de dólares de indemnización firmado a su nombre, se lo introduje en su cartera colgada al hombro con agilidad y me escurrí entre la gente al igual que una serpiente. 

jueves, 13 de marzo de 2014

Cuenta pendiente



Aceleré, lo atropellé y sentí el peso de su cuerpo pasar por el techo del auto. Me importó un carajo, como a él le importa un carajo muchas cosas. Seguí mi camino rumbo a mi casa sin detenerme porque el sueño por fin me había gobernado y necesitaba dormir. Es muy cierto lo que dicen sobre ese insomnio molesto que aparece con las cuentas pendientes. Te muerde la nuca, te sopla en los oídos y te pica la piel. Ese infeliz se me había escapado dos veces y no por destreza suya sino que por descuidos míos. Tenía el oportunismo impecable de una rata y los ojos pequeños y negros que movía de un lado para otro cuando estaba nervioso. Ahora no los moverá para ninguna otra parte que no sea al mismísimo infierno. Ya estaba cansada de ese tipo, un loco que confundía a mi amiga con su saco de descargos y por más que la ayudaba a deshacerse de él se le enredaba alrededor como una asquerosa telaraña. La ley me ataba las manos, mi placa era un pedazo de metal con un No puedes hacer nada escrito en él, sin embargo una persona común y corriente sí, por eso la dejé guardada, arrendé un auto con identificación falsa y salí a darle caza. Si no lo maté, espero que viva bueno para nada.

martes, 4 de marzo de 2014

Desenredarse



No estoy de acuerdo a las condiciones implantadas, a esas ideas idiotas y huevonas de: soy tu amigo si…, soy tu pareja si…, seguiré contigo si…, estaré cuando me necesites si… - para mí el amor es uno solo, la amistad es una sola, la lealtad y fidelidad son una cosa nada más. No cabe duda, no cabe razonamiento, sólo sentimiento y un abrazo sin precio. Se es de verdad siempre o siempre se es un mentiroso…”

Luego de escribir eso, la joven apretó Publicar y a muchos les gustó lo que leyeron, algunos hasta la citaron, sin embargo ninguno de ellos la llamó para su cumpleaños. Fue el día en que hizo catarsis y su página de red social pasó de 300 a tan sólo 15 amigos. Curiosamente, su sentimiento de popularidad no se vio afectado en lo más mínimo.

lunes, 17 de febrero de 2014

Letras en cenizas


Lo único que quería en la vida era escribir. Si bien siempre fui un joven ocupado en miles de tareas tanto en las actividades socialistas de mi familia como en mis estudios en la universidad, no podía pensar en nada más que en contar historias y darles vida a diversos personajes, realidad o ficción, me daba igual. Muchas veces discutí con mi padre sobre esto, él no consideraba que mi dedicación a la escritura tuviera futuro alguno. Quería que tuviera los pies bien puestos sobre la tierra y no anduviera por las nubes como un pajarillo.

-Vienen tiempos de terror, Karl. Tenemos que estar atentos, despiertos ante cualquier acontecimiento- me dijo una noche, mientras cenábamos a la luz de las velas.

Era el año 1933 y pertenecer al pueblo judío en Berlín estaba siendo calificado como un crimen. Mi padre no lo decía pero veía el miedo en sus ojos castaños, era como si una película blanquecina enturbiara su brillo tan conocido. Mi madre también había perdido un poco de su jovialidad. Varias de sus amigas la habían excluido y con la llegada de las leyes antisemitas debíamos pasar muchos malos ratos sin poder decir nada, sólo agachar la cabeza y seguir adelante.

El número de judíos en mi universidad bajó dramáticamente en el mes de abril. Gracias a mis buenas calificaciones y mis aportes en las actividades extra programáticas pude quedarme, pero siempre limitado a diferencia del resto de mis compañeros. Cuando se supo de mi origen judío, mis amigos también se alejaron de mí mientras que otros me hacían la vida imposible como los idiotas de Dietrich y Laurenz, quienes pasaban el día burlándose o agrediéndome de alguna manera. Emil fue el único que se mantuvo a mi lado. Era un chico amable y conversábamos mucho de regreso a nuestras casas.

-¿No tienes miedo de lo que pueda ocurrir? El ambiente en Berlín está demasiado tenso- me comentó con cierta prudencia en su tono de voz.

-Sí, claro que lo tengo. En mi casa se juega a los valientes pero soy el único que no siente vergüenza al decirlo.

Se convirtió en mi mejor amigo en poco tiempo. A él le conté de mi sueño de convertirme en escritor y de todas las historias que tenía reunidas en un manuscrito de casi mil páginas. Pensaba publicarlas y exponer al mundo la realidad de Alemania, las injusticias, las experiencias de muchos de mi pueblo que estaban siendo subyugados por un delito que no existía. Sabía que sería difícil pero debía intentarlo. Emil, por su lado, me escuchaba casi siempre en silencio, como sopesando las palabras sin interrumpirme.

Los días pasaron como una procesión de noticias desesperanzadoras, mi madre escuchaba la radio con las manos entrelazadas y lágrimas en los ojos, esperando quizás buenas noticias cuando sabía que todo iría de mal en peor. Mi padre, por otro lado, seguía atendiendo su negocio de carpintería y coordinando reuniones socialistas las cuales lo ponían cada vez en mayor peligro. Yo dejé de asistir a ellas por estar escribiendo en mi habitación por las noches. Con mis dedos manchados de tinta, me perdía en mis letras por horas  hasta que mi madre me llamaba a comer.

El 10 de mayo de aquel mismo año, fue un día asqueroso en la historia alemana. Esa tarde, yo me quedé hasta después de la jornada de estudios para leer un poco en la biblioteca de la universidad. Buscando refugio de los hostigamientos de Dietrich, Laurenz y varios otros, me senté en una mesa recóndita y solitaria con un libro del poeta judío Heinrich Heine en mis manos. De pronto, al caer el sol tras el horizonte, una gran batahola se elevó desde las afueras del inmueble. Quité mi vista de la lectura un momento para percatarme de que varios uniformados de las organizaciones nazi habían entrado a la biblioteca pateando las enormes puertas como quien no teme a ninguna represalia.

-¡Fuego a los libros judíos!- gritaban como perros rabiosos.

Me escondí tras una columna aferrándome a mi mochila y la novela que presionaba inconscientemente contra el pecho. Por fortuna, la penumbra de esa hora me abrigó de sus miradas malintencionadas y mientras arrancaban de sus anaqueles las novelas que alguna vez leí y aprecié, entre los uniformados reconocí a algunos de mis compañeros de clase unidos en esa nefasta labor. Apreté los dientes con impotencia y retrocedí cuidadosamente de no ser advertido por ninguno de ellos. Al salir del edificio, caminé a tropezones sintiendo en el aire el aroma de la ceniza. Humo espeso cubría el azul añil de la noche y pude adivinar lo que estaba ocurriendo. Corrí sin saber cómo fui capaz de mover los pies hasta llegar a la Opernplatz. En el centro de la plaza, para mi horror, una alta colina de libros ardía en llamas. Mucha gente alrededor reía a destajo, celebraba y lanzaba más textos para alimentar esa pira sinsentido. Quise huir, girar sobre mis talones y salir corriendo lejos de allí pero no podía moverme de la impresión, el calor que irradiaba era de infierno y el viento elevaba algunas hojas chamuscadas por los aires. Al otro lado de la hoguera, mi mirada se cruzó inesperadamente con la de Emil, quien se vio sorprendido de verme ahí. Vestía de ropa alusiva al movimiento nazi y se me secó la boca sin saber cómo mierda reaccionar.

A tropezones me alejé de la algarabía sabiendo que me seguían. Escuchaba botas duras contra el asfalto a mis espaldas y a poco de llegar a una esquina, un empujón me hizo caer de bruces. El golpe al estrellarme contra el piso me quitó el aliento. Unas manos fuertes me voltearon para escupirme en la cara. ¿Huyendo como la rata que eres?, escuché de quien me había acostumbrado a escuchar agravios. Los ojos de Dietrich eran dos hoyos insondables de odio y rechazo, cosa que me extrañó sobremanera porque nunca le había hecho nada para semejante desprecio. Laurenz me quitó mi mochila y mi angustia se alojó en el centro de mi pecho.

-Emil nos contó que escribías- dijo ese mequetrefe, tomando mi manuscrito desde el interior. Siempre lo traía conmigo. Grave error. Me puse de pie en seco y traté de arrebatárselo como un desesperado. Otro tipo de mi clase me sostuvo por los brazos firmemente para detenerme.

-¡Sólo son notas, entréguenmelas!- mentí con mi mejor voz de seguridad. Dietrich comenzó a reír con una carcajada siniestra que logró erizarme todos los cabellos de la nuca. Miré a Emil buscando de manera absurda una explicación. No había ninguna, simplemente yo me había equivocado. Confié en demasía y en ese minuto lo estaba pagando. Me dieron un golpe en el pómulo que casi me fractura el hueso y caí al suelo mojado. Laurenz blandió mi manuscrito delante de mi rostro con gesto de asco. Se fueron corriendo de regreso a la plaza donde lo echarían al fuego para que lo devorase. Emil se quedó unos metros rezagado de sus compañeros para mirarme a distancia con un dejo de arrepentimiento. Yo me incorporé y le di la espalda para irme a casa. No quería que se diera cuenta que al menos el libro de Heinrich Heine se había salvado escondido bajo mi ropa.

miércoles, 29 de enero de 2014

Bienaventurados los que olvidan...



La joven no podía ver ciertas fotografías, apartaba la mirada como si la imagen le quemara la piel de la cara y le magullara el alma. Su piel comenzó a ponerse dura y grisácea, una parodia de arcilla maleable que va acorde con la desesperanza. Sentía su corazón desnivelado, creyendo que toda la sangre se agolpaba de un sólo lado y veía el mundo de un ángulo raro. Definitivamente le faltaba algo, una sonrisa, un descanso, un puto rato de no andar saltando entre historias antiguas. Ya no quería estar pendiente, no quería estar esperando que sucediera lo increíble cuando lo increíble estaba en sus manos. Ya no quería indagar ni repasar una y otra vez el camino andado, el mal paso estaba ahí, ya lo había dado y ahora qué. Para romper la pesada costra que le confinaba su libertad sólo debía olvidar y dejar ir.


jueves, 16 de enero de 2014

Conclusión




Después de horas de sexo, de sentir sobre mi piel tu sudor, dentro de mi boca tu lengua descontrolada, de oír palabras tuyas chocando contra mi cuello, absolutamente nada me parece más perfecto ni excitante. Miro la ventana y comienza a aclarar, se escucha el canto de las aves. Tú, desesperado, coges tu ropa desperdigada por el piso en una batahola incompresible. Maldices la hora, puteas a mi gata que se atraviesa en tu camino y me besas fugazmente en la frente antes de salir del apartamento. Las sábanas aún siguen húmedas. Me quedo mirando la mañana entre mis cortinas y llego a la conclusión de que odio a los pájaros.


viernes, 10 de enero de 2014

Extraña sensación



Ahora entiendo por qué a mi humano le gusta venir aquí y caminar por la orilla cuando todo oscurece. Se siente rico en mis patas y una extraña sensación me invade el cuerpo. Sigo queriendo jugar pero algo me dice que no todo es un juego. Debe ser difícil para mi humano sentirlo todo el tiempo. Me llama a lo lejos y quisiera acompañarlo, pero por primera vez deseo estar solo un rato.

lunes, 6 de enero de 2014

Si fuera el final



Escrito a pedido de mi amiga, la artista mexicana Hortensia Martínez: Si el apocalipsis fuera ahora.



Hay sangre y saliva en el cielo, me digo en voz baja. Dejo las cortinas corridas y me siento en el amplio marco de mi ventana. Con la mirada pegada en las nubes hechas jirones, sé que ha llegado ese momento en que nada y todo importa al mismo tiempo. Me hubiera gustado haberte conocido mucho más, haberte entendido sin cuestionar y apoyado más que buscar tu apoyo. Tal vez he sido egoísta contigo y he refugiado mis temores en páginas tanto escritas como en blanco, en divagancias y no en el grano. Ahora, sobre mi cabeza, se abre una boca abrumadora que ridiculiza hasta al más soberbio cayendo de rodillas. Lo poco que sabemos acaba y sólo podemos lamentar que no hemos concluido absolutamente nada. Veo miedo, absurdos intentos por corregir lo hecho y gritos que claman por algo que jamás creyeron. Nunca pudimos ser humildes para pedir una disculpa, para pedir ayuda, para felicitar o para amar sin pensar.

Me pregunto si a mis treinta años ante tus ojos merezco cada año cumplido, si he aprovechado cada uno de los diez mil y tantos días como se esperaba en la vida. No quiero hacer un repaso de mi existencia como una maldita película de ocho milímetros y ensalzarme con añoranza y arrepentimiento que se vuelven baratos y muy usados. Prefiero sentarme a debatir contigo mis puntos de vista, tal como una entrevista. Sonrío ante esa idea y el cielo parece quemarse más todavía. El calor de un sol embravecido me perla el rostro imaginando las brasas de un fogón fuera de control. Hoy es el punto aparte de una lectura que nos parece extensa pero en realidad es tan corta como un lema.

Quiero pensar que fui honesta sobre mí misma en todo momento. Mala, buena, perra, tierna, da igual. Quiero pensar que abracé de verdad, amé con el corazón y lloré con fuerza. Quiero pensar que cada palabra que escribí fue escrita con tinta de mi sangre, que la escritora en mí me perdone por cobarde y que las personas que reunieron mis brazos sepan que puedo vivir con la cabeza metida en ficción pero con el alma repartida en ellos. Quiero pensar que las distancias no importan, nunca importaron, que el amor es amor como venga y que tú me conoces como nadie. Si ese cielo, amenazador y violento, se nos viene encima con todo su peso, si ese aliento caliente que nos sopla la cara es un final, quiero que sepas que nunca te mentí porque sabes que ante Ti soy una pésima actriz.   


Imagen titulada: "La Luz de Ingeborg", de Cecilia Flaten.