Cuando
se escuchó el repentino rompimiento de una botella todo el restaurante pareció
congelarse, atento a lo que había sucedido. El joven se dio cuenta del impacto
que causaba ese sonido entre la gente. Podían discutir dos personas, incluso podían
putearse y golpearse entre ellas, pero nada provocaba mayor estado de alerta
que un cristal rompiéndose en mil pedazos. ¿Qué tenía ese ruido que lo hacía
tan importante?
-Me
asustó…- dijo su mujer recuperando la compostura después del pequeño incidente.
Se volvió hacia él enarcando una ceja.- ¿No vas a decir nada más?
La rabia
contenida en esos ojos verdes los tornó opacos, como dos pozas de agua turbia y
llena de algas. Aquello le hizo entender que de amor muy poco quedaba en ella. No
pudo precisar en qué momento la cena se había convertido en una batalla
medieval y que las palabras eran mil lanzas que atravesaban su armadura. Quiso responderle
tantas cosas que sus abrumados labios se confundieron sin saber qué sílaba
formar primero. Ella se incorporó de su asiento, dejó la servilleta sobre la
mesa y salió del inmueble, empujada por la impaciencia. Él, lidiando con un
dolor intenso en el pecho, supo que lo ocurrido jamás asustaría ni llamaría la
atención de nadie. Un corazón roto no hace ningún ruido.
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