Para
Evanna Volker el Kiokushinkai era una práctica relajante. Necesito sacudirme toda esta mierda de encima, pensaba mientras se
vestía con su ropa deportiva y se dirigía a una habitación vacía de su
apartamento que destinaba para esas instancias. Kiokushinkai era un estilo de
karate el cual buscaba la mejora personal por medio del control de la mente y
el cuerpo. Desde pequeña que lo practicaba y gracias a ello pudo recuperar la
confianza perdida por culpa de un pasado tormentoso. Sus movimientos eran
certeros, rápidos, coordinados. A puños cerrados golpeaba el aire y avanzaba a
cortos pasos con la mirada fija en un punto.
Necesitaba despejarse, liberar fuerza y cansarse, de lo contrario
estaría dándose vueltas en su cama como una demente hasta despuntar el alba.
La
joven neoyorquina seguía sintiendo el gatillo y la patada del disparo en su
mano, en su brazo, en el alma. No estaba arrepentida, por algo se había
convertido en detective, sin embargo trataba de aferrarse a ese último rastro
de sensibilidad que le quedaba. No quería volverse una máquina fría y
calculadora, ella no era así. Tenía sangre en las venas, maldita sea. El
recuerdo de esa tarde nefasta seguía martillándole la cabeza por lo que aumentó
la energía en su entrenamiento.
Golpe, ella corriendo por un callejón con su
arma automática empuñada; golpe, ella esquivando tarros de basura dando saltos
desesperados; golpe, el agresor contra una pared con el niño entre sus brazos;
golpe, ella lo apunta pidiendo a gritos que lo suelte; golpe, él no hace caso y
lame la mejilla del infante con asquerosa sugerencia; golpe, ella agudizando su
puntería y esperando lo peor; golpe, el hombre intentando romper el débil
cuello de su víctima; golpe, ella disparando con tal precisión que la bala se
insertó entre sus cejas limpiamente. Fin del caso... fin del ejercicio. Evanna
exhala sonoramente en el silencio de su apartamento, agotada y con el corazón
acelerado.
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