Amelia
Christensen no se iba con rodeos. Como buena periodista y escritora, la joven
de treinta años volcaba sobre el teclado su pasión por la justicia con suma vehemencia
y convicción. A su lado, reposado en un cenicero de vidrio, se consumía
lentamente su cigarrillo olvidado, parecía un gusano gris y arrugado a contraluz
de una ventana.
Nada parecía
perturbarla. Estaba sumida en las letras que digitaba en el documento mientras
acomodaba sus anteojos de lectura en el puente de su nariz. No quería obviar
ningún detalle, no quería dejar pasar ningún dato ni por mínimo que fuese, su
reportaje estaba tomando fuerza desde hacía semanas y merecía un final digno para
ser publicado en el periódico para el cual estaba trabajando. Malditos pervertidos, decía entre
dientes y meneando la cabeza de un lado a otro. Tenía en la retina la cara del
último infeliz violador de niños. Le había seguido la pista por casi dos meses
hasta que por fin, una detective de nombre Evanna Volker le voló los sesos en
un callejón. Debieron ser los testículos
primero, habló en voz alta y enfadada. Tuvo que respirar. No quería perder
la ecuanimidad. Aquellos casos de abuso la exasperaban. No podía concebir que
un hombre adulto, supuestamente consciente de sus actos, cometiera tal
sacrilegio, tal envenenamiento a la inocencia de un crío. Sólo imaginarlo le
provocaba asco. Siguió escribiendo:
… y con las manos en la masa se encontró al
reconocido empresario Jonh M. Richardson. Con evidencias en su contra y
descubierto por la policía en el centro de Manhattan, Richardson estaba prófugo
y mantenía bajo custodia a un menor de edad desaparecido el pasado 20 de
noviembre. Las autoridades registraron el hogar del empresario encontrando
material pornográfico infantil y antecedentes que lo involucraban en crímenes
de la misma naturaleza desde el año 2010…
Amelia
estaba contenta. Por fin ese episodio había terminado. Le resultaba repugnante
indagar en la vida de ese tipo sin poder gritar a los cuatro vientos de quién
se trataba. Tuvo que morderse los dedos para no escribir sobre ello y sacarlo a
la luz sin miramientos desde el día uno. Le costaba tener paciencia. Era uno de
los grandes defectos que arrastraba desde que tenía uso de razón, se
consideraba una inmadura en aquel aspecto y echaba mano de toda su entereza
para no ir por la vida dando cornadas. Ya había perdido mucho y vivido incontables
momentos desagradables debido a su impetuosidad y verborragia. Una vez
terminado de escribir el reportaje, su celular rompió el silencio de golpe.
-Hola,
Henry. Ahora te envío el archivo…- saludó al editor al reconocer el número.
-No te
llamo precisamente para eso, Amelia- respondió el hombre- Debes ir al centro de
Brooklyn. Dos jóvenes fueron asesinados al interior de una escuela. Irás con
Jason. Está ansioso de estrenar su cámara nueva- la joven rodó los ojos. Estaba
agotada. Quería unas largas vacaciones, tomar su mochila y largarse lejos de
Nueva York, tal vez hacia el sur. Sin embargo, este caso estaba lejos de ser
cualquiera. Su vida gracias a él cambiaría del cielo a la tierra.
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