Me levanto, me ducho, me visto, me cepillo
los dientes y desayuno.
Salgo de casa, saludo algún vecino,
recuerdo que tengo que cortar el césped y sigo mi camino.
Subo al autobús, miro por la ventanilla
durante el viaje y llego a la oficina.
Trabajo, trabajo y trabajo y como una sentencia carcelaria se cumple la
jornada.
De regreso, miro por la ventanilla durante
el viaje y llego a casa.
Me dejo caer en uno de mis sofás sintiendo
que algo me falta y digo en voz baja: “Qué difícil es seguir la rutina si no
estás conmigo para romperla”
Me levanto y ceno, sin poder mitigar ese molesto
vacío que llevo por dentro.
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