Oriente
Medio, Irak
Tenía
que seguir corriendo, tenía que hacerlo. Escuchaba la carrera de esa docena de
botas militares tras ella, el ladrido de los perros entrenados para ser tan
irracionales como los humanos y los gritos denigrantes a voz en cuello
pisándole los talones. La joven periodista, sabiendo que tenía una mina de oro
en la película de su cámara, aumentó la velocidad entre los pastizales, troncos
y rocas de un paisaje agrario incongruentemente tranquilo. Las ramas secas le
arañaban el rostro, las zanjas la hundían hasta los tobillos y cayó de bruces
en varias ocasiones por culpa de ese terreno tan disparejo. Maldijo su incontrolable
torpeza y continuó su huida frenética hacia la alambrada de la frontera con Turquía.
Sólo allí podría estar a salvo.
Nunca
deseó con tanta fuerza una lluvia copiosa, bendita, revitalizante. El clima
parecía enemistado con el mundo y poco a poco la tierra se estaba secando, se
estaba muriendo. Mientras que la periodista corría por su vida en las entrañas
del Medio Oriente, rememoraba el derroche de su propia gente convirtiendo todo
lo dicho, todo lo discutido y peleado en algo totalmente inconsecuente. Ahora,
frente al verdadero problema, donde pudo respirar la escases y ver con sus
propios ojos la piel envejecida de los niños como verdadero follaje de otoño,
no pudo más que inmortalizar la ambición del gobierno en fotografías de los canales
de irrigación. Las lágrimas se escaparon de su fortaleza dibujando un camino
hasta su mentón sucio. Sintió que su entereza se desmoronaba de un chasquido, tal
como un castillo de naipes y tuvo miedo, un miedo tan absoluto que había
convertido su columna vertebral en una barra de hielo.
Al
llegar a la alambrada, comprendió demasiado tarde que había llegado a un
callejón sin salida. Trató de escalarla impulsaba por la adrenalina pero el
tirón de un brazo poderoso la arrojó al suelo. Vulnerable, la joven recibió una
patada en la región lumbar que la dobló en dos. Perdió el aliento al instante
sintiendo unas ganas horrendas de vomitar. Los hombres uniformados le espetaban
maldiciones en su lengua nativa de manera desafiante. De seguro exigían la
cámara colgada a su cuello y sus órdenes eran entregarla. La periodista se negó
echando en mano su testarudez. Uno de los hombres, el de más alto rango, la
tomó por la ropa para incorporarla. La mirada llena de lascivia que vio la
muchacha en su enemigo le despertó todas las alertas y le escupió en la cara. El
oficial, decidido a educarla a la fuerza, levantó su áspera mano para descargarla
sobre ella, pero en ese momento y contra todo pronóstico, una camioneta blanca
derrapó en el terreno baldío atropellando a unos cuantos en su maniobra. Al detenerse
con brusquedad, desde una las ventanillas salieron disparos que dieron en el
oficial a quemarropa. Los perros ladraban enloquecidos.
-¡Sube
ya!- le gritó el conductor abriendo la portezuela del copiloto. La joven recién
pudo darse cuenta de que se trataba de su compañero de labores. Sin pensarlo
dos veces, abordó el vehículo que arrancó en una nube de polvo hacia la
carretera.- ¿Estás bien?
-Sí,
estoy bien- dijo ella, limpiando la suciedad en sus labios con la manga de su
camisa.
-¿Lo
tienes?- la joven respondió aquella pregunta enseñándole la cámara entre sus
manos. Luego de resoplar su dolor y cansancio, miró por la ventanilla hacia las
dunas resecas. Apretó los dientes en un acto involuntario de impotencia.
-Lo
niegan en todas partes… pero la guerra por el agua ya ha comenzado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario