El
miedo a amar llenó de sombras cada recodo de su rostro. Era joven, vivaz, pero
ese temor constante que se apoderaba de sus entrañas, le había vuelto su calor
en hielo seco, su sonrisa en simple cortesía y su seguridad en mano temblante. Agazapada
en un rincón de su sala, abrazada a sus piernas, veía cómo se proyectaban
figuras tétricas en sus paredes, formas grotescas que cambiaban en cada
pensamiento, en cada sollozo expulsado de sus labios rotos y soplido del viento.
Tenía el pecho ardiendo, como si cada sentimiento le quemara la piel a fuego
lento.
La joven
desvió su atención un momento hacia la ventana frente a ella y notó que
comenzaba a amanecer. El sol se apoyaba en la cordillera lentamente y asomaba
su enorme cara amarilla para iluminar la ciudad santiaguina que nada le
agradece. Vio las primeras golondrinas surcando el cielo como aviones kamikazes
y deseó tener alas para poder despegar por primera vez su humanidad de la tierra.
Aburrida de vivir entre metáforas, cogió su bicicleta entre los cachureos
olvidados y salió de esas cuatro paredes con el deseo de mandar todo al carajo.
Pedaleó
por las angostas calles de su barrio y al encontrar una cuesta que terminaba en
una línea férrea, se lanzó por ella sin siquiera pensarlo. Soltó el manubrio
abriendo sus brazos, cerró sus ojos al sentir la brisa y junto al vértigo que
nacía desde su vientre escuchó muy de cerca la campanilla del semáforo. No quería
reaccionar, sólo dejarse llevar. Sin embargo, la bofetada de la prudencia la
obligó a frenar de lleno justo a tiempo, a sus espaldas había dejado una marca negra
en el pavimento. El tren pasó sobre los rieles oxidados a un par de metros
provocando que el piso temblara a su paso. La joven se quedó mirando la
serpiente de metal respirando agitado. ¿Si
no me hubiera detenido me habría atropellado?, se preguntó de inmediato,
luego reformuló la pregunta, ¿Si hubiera acelerado
lo habría sorteado? Y se quedó allí, nadando en cuestionamientos, pendiente del camino al otro lado y esperando
que los vagones uno a uno fueran pasando.
1 comentario:
Ese corazón tiene una dolencia: falta llenarlo de amor.
Melancólico y precipitante tu relato!
Saludos,
Laura B.
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