Siempre supe que la lluvia me devolvería esos recuerdos hogareños. El fuego vivo crepitando en la chimenea, los niños correteando por la casa, los juegos de mesa a media tarde y yo, ronroneando a sus pies mientras ella preparaba algo caliente en la cocina. Años han pasado de eso. La chimenea ya no se usa, los niños crecieron, la ancianidad ha cobrado su parte y los inviernos cada vez son más fríos y más secos.
Hoy, sorpresivamente comenzó a llover… y yo, tal como me lo esperaba, comencé a llorar.
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